Salud mental

Cómo detectar señales de ansiedad escolar (y cómo actuar desde el entorno familiar)

Los padres desempeñan un papel crucial como primeros detectores de ansiedad
Los padres desempeñan un papel crucial como primeros detectores de ansiedad. Freepik
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MadridCada vez son más los padres y profesores que tienen que enfrentarse a una realidad preocupante: la ansiedad escolar en niños y adolescentes. Se trata de un hecho que va mucho más allá del nerviosismo puntual que puede surgir ante un examen o por un mal día en clase. La ansiedad escolar puede afectar de manera profunda al bienestar emocional, social y académico de los menores, y suele manifestarse a través de síntomas físicos, cambios de comportamiento o un rechazo persistente hacia la escuela.

En muchas ocasiones, esta ansiedad pasa desapercibida o se puede confundir con una falta de motivación, o sencillamente, ponerle la etiqueta de “mala conducta”, cuando la realidad es que responde a un estado emocional que requiere de atención y acompañamiento. Este tipo de ansiedad no entiende de edades ni niveles educativos, y se ha visto cómo ha aumentado en los últimos años por factores como la presión académica, el uso excesivo de pantallas, el acoso escolar o los cambios provocados por la pandemia.

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Con esta situación, el papel del entorno familiar es fundamental. Los adultos que conviven con los menores pueden convertirse en los primeros que detecten una situación que requiere de apoyo, comprensión y, en ciertos casos, de intervención profesional.

Señales físicas y somáticas

Los síntomas físicos son piezas clave en el diagnóstico temprano de la ansiedad escolar. Niños y adolescentes ansiosos suelen quejarse de dolores de cabeza, estómago, náuseas, mareos o sudoración sin causa médica aparente. También, pueden reportar palpitaciones, tensión muscular o sensación de opresión en el pecho, sobre todo, los días de evaluación o antes de eventos escolares importantes.

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Estas molestias físicas no deben ser descartadas como simples “caprichos”. El Child Mind Institute advierte que la ansiedad puede manifestarse como visitas frecuentes a la enfermería, rechazo a asistir a clase o incluso crisis de angustia. Cuando se le suma acoso escolar, los efectos pueden ser aún más intensos combinando síntomas físicos con retraimiento y hasta mutismo.

Los patrones recurrentes, como pueden ser las constantes quejas físicas al llegar a clase, deben ser observados de cerca. Tener un registro de estos síntomas puede ayudar a distinguir una somatización funcional de problemas físicos reales, lo que hace más sencilla la intervención temprana.

Dificultades cognitivas y conductuales

La ansiedad escolar también afecta la capacidad de concentración, atención y memoria. Los niños que sufren de ansiedad suelen mostrarse distraídos, con la mente en blanco, incapaces de seguir el ritmo académico y con un rendimiento errático. En algunos casos, estas señales se pueden confundir con TDAH o dificultades de aprendizaje, lo que va a retrasar el diagnóstico correcto.

Conductas como evitar la escuela, fingir enfermedades o mostrarse irritables y emocionalmente volátiles son también frecuentes. Estas actitudes no siempre responden a capricho: detrás puede haber un intento inconsciente de escapar de una situación percibida como amenaza.

El trastorno por ansiedad generalizada infantil afecta entre el 2% y el 6% de los menores y se caracteriza por una preocupación excesiva respecto a calificaciones, salud o aceptación social, aunque no exista ninguna amenaza real.

Signos emocionales y relacionales

A nivel emocional, la ansiedad escolar suele manifestarse con el miedo a equivocarse, baja tolerancia al error, conductas perfeccionistas e hipersensibilidad a las críticas. Estos patrones limitan al niño en su confianza y autonomía, reforzando la evitación ante las situaciones escolares.

También es común observar apatía, aislamiento, tristeza o cambios bruscos de humor. Los adolescentes, sobre todo, pueden mostrar irritabilidad persistente y desinterés por actividades que antes disfrutaban, lo que puede generar preocupación en el ámbito familiar.

Algunos menores desarrollan síntomas de separación, como somatizar antes del colegio, necesitar compañía constante o mostrarse excesivamente dependientes de los padres. Lo que puede limitar su autonomía y ampliar el círculo de ansiedad.

Estrategias de intervención desde la familia

Dar espacio a las emociones es el primer paso. Se debe validar sin reforzar, para ello algunas frases como “entiendo que te sientas nervioso” o “está bien sentir miedo” pueden ayudar. La evidencia señala que la validación emocional fortalece la regulación interna y reduce la resistencia que impide enfrentarse al miedo.

Hablar de emociones, expectativas y rutinas escolares en todo relajado, sin juzgar ni presionar, puede ayudar a que el niño sienta apoyo.

Por otro lado, se pueden compartir técnicas de afrontamiento, como la respiración diafragmática o ejercicios cortos de relajación para que disminuyan los síntomas físicos. Además, reforzar un pensamiento más realista, puede favorecer el desarrollo de la resiliencia emocional.

Crear una rutina estable, con horarios de sueño, comidas, estudio y tiempo libre, puede mejorar la organización y reduce la incertidumbre que puede provocar ansiedad, colaborando con la regulación emocional. La constancia y el equilibrio son aliados para sostener el bienestar a largo plazo.

Coordinación con la escuela

Mantener una comunicación fluida con los docentes permite tener un enfoque más general. Se aconseja implementar adaptaciones ligeras como reconocer su esfuerzo, ofrecer un turno de apoyo, o disminuir los estímulos en los momentos de mayor vulnerabilidad.

Esta coordinación permite compartir patrones en casa y en la escuela, ajustar intervenciones y generar coherencia entre ambientes para reforzar la seguridad del niño.