Psicología

¿Queremos menos a nuestra pareja tras los primeros meses? La psicóloga Laia Giménez explica el efecto de la dopamina en el amor

Laia Giménez, psicóloga
Laia Giménez, psicóloga. CEDIDA
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Enamorarse es, en parte, un viaje bioquímico. Esa euforia que sentimos al inicio de una relación tiene una explicación científica: el cerebro libera grandes dosis de dopamina, el neurotransmisor que nos empuja a desear, a buscar y a mantenernos motivados. La psicóloga Laia Giménez explica a Informativos Telecinco cómo este cóctel cerebral nos convierte en seres incansables al principio del vínculo, y por qué, con el tiempo, la intensidad se transforma en estabilidad.

En primer lugar, cuando conocemos a alguien que nos atrae, se activa el circuito de recompensa. “Ese circuito, entre otras sustancias, segrega dopamina. Y la dopamina es crucial porque genera placer y motivación”, explica la psicóloga. 

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Por eso, en los primeros meses sentimos energía desbordante, ilusión e incluso cierta obsesión. "Esa intensidad inicial tiene sentido biológico porque nos empuja a acercarnos y a crear una base de unión”, comenta.

En el enamoramiento, la dopamina se dispara porque hay novedad, deseo y anticipación, donde la otra persona se convierte en un estímulo que genera placer y expectativa

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Según la especialista, esta respuesta no es casual: “El sistema de recompensa se diseñó evolutivamente para motivarnos a repetir conductas necesarias para sobrevivir, como alimentarnos o reproducirnos. En el enamoramiento, la dopamina se dispara porque hay novedad, deseo y anticipación, donde la otra persona se convierte en un estímulo que genera placer y expectativa”.

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Y es que, la dopamina es el neurotransmisor que "nos da euforia, motivación y más energía para pensar en el otro, buscarlo y desear su compañía”, dice Giménez. “Activa zonas cerebrales responsables de la recompensa y el placer, y eso explica por qué sentimos que la persona que nos atrae ocupa nuestros pensamientos todo el día y por qué el simple hecho de verla genera un subidón”.

Además, la psicóloga destaca que “esta dopamina actúa junto con la norepinefrina y la serotonina, lo que refuerza la hiperactividad, el insomnio y los pensamientos repetitivos que caracterizan la fase de enamoramiento”.

¿Por qué algunas personas mantienen más tiempo la euforia?

Pero no todo el mundo vive la fase intensa del enamoramiento de la misma manera, ya que algunas personas logran mantenerla más tiempo y esto no solo depende de la química cerebral, sino también de cómo cada uno entiende y vive las relaciones.

A nivel biológico, Giménez señala que “hay diferencias individuales en la sensibilidad dopaminérgica, es decir, hay cerebros que responden más fuertemente a la novedad generada por la dopamina inicial”. 

En lo psicológico, “influye el estilo de apego: quienes tienden a la ansiedad suelen prolongar esa activación porque viven con más necesidad de contacto y confirmación”. Y en lo relacional, añade, “las parejas que introducen actividades novedosas, como viajar o probar cosas nuevas, pueden estimular el cerebro con dosis de dopamina similares a las de la fase inicial”.

La calma como falsa alarma

En este sentido, la psicóloga apunta que culturalmente hemos sido educados en un modelo de amor romántico idealizado, "donde lo normativo es sentir intensidad permanente". Sin embargo, la neurociencia muestra que, entre los seis meses y tres años, aproximadamente, los niveles de dopamina disminuyen progresivamente. "Eso significa que se pasa de la euforia e intensidad inicial a la calma y la seguridad”.

El problema, explica, es cómo interpretamos esa transición: “Al asociar el amor con adrenalina y drama, cuando aparece la serenidad pensamos que ya no hay amor. Pero la realidad es que no se pierde, sino que se transforma en algo más sólido, confiable y profundo”, explica.

¿Cómo saber si aún hay amor?

“La diferencia entre una evolución natural y una verdadera disminución de sentimientos está en cómo nos sentimos con la pareja”, afirma la psicóloga. “En una evolución natural lo que cambia es la forma del amor, no la presencia del vínculo. La intensidad disminuye, pero permanecen el cariño, la confianza y las ganas de compartir proyectos”.

En cambio, advierte, “cuando los sentimientos realmente disminuyen, lo que aparece es indiferencia emocional, desconexión, falta de interés genuino y, muchas veces, irritabilidad o rechazo hacia la pareja. En el primer caso se siente tranquilidad y hogar; en el segundo, vacío y distanciamiento”.

¿Qué hacer cuando se van las mariposas?

“Cuando una pareja siente que las mariposas del inicio ya no están, es importante recordar que eso no significa que el amor haya desaparecido”, dice Giménez. “Lo que ocurre es que la relación entra en otra etapa más tranquila, pero igual de satisfactoria”.

El reto, según la psicóloga, “no es buscar que todo vuelva a ser como al principio, sino aprender a nutrir la conexión de otra forma”. ¿Cómo hacerlo? “Depende de cada pareja, pero muchas veces ayuda crear pequeños encuentros cotidianos que refuercen el vínculo: compartir un café sin móviles, cocinar juntos o dar un paseo al final del día”.

También recomienda mantener la curiosidad por la otra persona, "seguir interesándose por lo que piensa y sueña. Aunque llevemos años juntos, siempre hay aspectos e inquietudes nuevas por descubrir”. Y propone introducir “experiencias distintas, ya sea un viaje, una actividad nueva o simplemente romper la rutina. Eso reactiva sensaciones placenteras entre ambos”.

Un punto clave es la intimidad. “No hay que olvidar ni la emocional ni la física”, subraya Giménez. “Hablar de lo que sentimos, mostrarnos vulnerables y seguir cuidando el contacto, las caricias y los detalles. Aunque las mariposas se vayan, lo que se construye después puede ser mucho más profundo y estable si aprendemos a cuidarlo”.

Los beneficios de la calma

La transición hacia un amor más sosegado trae consigo ventajas. “Cuando la relación entra en la siguiente fase más calmada, el nivel de estrés y ansiedad disminuye y aparece un estado de mayor estabilidad emocional”, señala la psicóloga. “El vínculo deja de depender de la intensidad inicial y empieza a sostenerse en la confianza, la complicidad y la capacidad de ser refugio”.

Esto abre la puerta a una intimidad más auténtica: “Ya no se trata de impresionar, sino de mostrarse tal como uno es, con defectos incluidos, y aun así sentirse aceptado. Además, esta fase favorece proyectarse a futuro, tomar decisiones importantes y construir un hogar emocional donde ambos crecen de manera más consciente”.

Los mitos del amor romántico

Los problemas, muchas veces, vienen de las creencias que arrastramos. Por las películas, series o creencias heredadas, muchas personas creen que, si no hay pasión constante, la relación ya no puede funcionar. Cuando "en realidad, la intensidad no puede durar siempre por pura biología”, dice.

Otro error habitual es pensar que si la pareja es la correcta nunca habrá discusiones ni conflictos. "Eso genera frustración porque los desacuerdos son parte natural de la convivencia y, de hecho, pueden ser una oportunidad para crecer juntos”, señala.

También pesa la idea de que “el amor verdadero no requiere esfuerzo, que simplemente fluye de forma mágica. Pero cualquier relación sana necesita cuidado, compromiso y atención”.

Y, finalmente, Giménez desmonta una de las creencias más arraigadas: “Existe el mito de que el amor ideal se reconoce porque siempre es intenso y arrollador. Eso lleva a muchas personas a abandonar relaciones justo en el momento en que empiezan a consolidarse en algo más real y profundo”, concluye.