Desastres naturales

La historia de Omayra Sánchez, la niña que murió ante los ojos del mundo tras 60 horas bajo el lodo de un volcán

La imagen de Omayra Sánchez sumergida en el lodo tomada por Frank Fournier, que ganó el World Press Photo de 1986
La imagen de Omayra Sánchez sumergida en el lodo tomada por Frank Fournier, que ganó el World Press Photo de 1986. World Press Photo
Compartir

El 16 de noviembre de 1985, una niña de 13 años con mirada serena y voz dulce perdió la vida, pero se convirtió en símbolo de tragedia y de esperanza. Su nombre era Omayra Sánchez Garzón y su historia dio la vuelta al mundo. Permaneció más de 60 horas atrapada bajo el lodo y los escombros tras la erupción del volcán Nevado del Ruiz, que arrasó la localidad de Armero, en el departamento colombiano del Tolima. Las cámaras registraron su resistencia y su firmeza mientras la muerte avanzaba lentamente, transformándola en un ícono universal del dolor y de la dignidad humana.

Han pasado 40 años de aquel desastre que dejó más de 20 000 muertos. La imagen de Omayra con los ojos oscuros y el rostro cubierto de ceniza fue la ventana a una tragedia que desnudó la falta de preparación de las autoridades gubernamentales, pero también reveló el valor de una niña que enfrentó lo inevitable con serenidad. El aniversario del desastre invita a mirar atrás no solo con tristeza, sino con memoria y reflexión.

PUEDE INTERESARTE

Vida y tragedia

Omayra había nacido el 28 de agosto de 1972 en Armero, una localidad agrícola donde vivía junto a sus padres, María Aleida Garzón y Álvaro Enrique Sánchez, y su hermano mayor. Era una niña aplicada, de carácter tranquilo y gusto por el estudio. La noche del 13 al 14 de noviembre de 1985, cuando el volcán entró en erupción, su casa fue engullida por un lahar de lodo. Omayra quedó atrapada de la cintura para abajo, entre los restos del techo, vigas de cemento, ladrillos y el cuerpo de sus familiares. El agua helada le llegaba hasta el cuello.

Los rescatistas lograron llegar hasta ella, pero las condiciones eran imposibles. No contaban con motobombas para drenar el agua, ni con sierras o maquinaria para remover los escombros. Además, faltaba material médico. Amputarle las piernas era la única salida, pero los sanitarios advirtieron que hacerlo allí, sin anestesia ni equipos, la mataría de inmediato. El terreno era inestable, el agua seguía subiendo y cada intento de moverla podía sepultarla.

PUEDE INTERESARTE

Durante cerca de tres días, los socorristas la acompañaron, le dieron agua, galletas y palabras de consuelo. Omayra mantuvo la calma e incluso cantó con ellos. No perdió la esperanza. Le llegó a decir a su madre en una ocasión que ella creía que podría sobrevivir y que rezara para que pudiera "volver a caminar". Sin embargo, una vez fue consciente de su destino, mostró una enorme entereza. Se despidió diciendo: “Mami, te quiero mucho…”. Murió el 16 de noviembre de 1985, víctima de hipotermia, infección y gangrena.

El legado de una imagen

La fotografía que tomó el reportero francés Frank Fournier de Omayra, donde aparece serena con los ojos muy oscuros, recorrió el planeta y ganó el World Press Photo de 1986. Aquella imagen desató una ola de indignación y solidaridad. El caso tuvo gran atención.

Incluso circularon teorías sobrenaturales por los 'ojos negros' de la niña. Pero la explicación era médica: el lodo volcánico con azufre, ceniza y minerales tiñó su piel y párpados, y la falta de luz, la infección y el efecto del lodo acentuaron el contraste en su mirada. La foto condensó la tragedia de miles de personas y puso rostro al desastre natural más devastador de la historia reciente de Colombia.

Con el paso de los años, la tumba de Omayra en el cementerio de Armero se convirtió en lugar de peregrinación. Cientos de personas la visitan cada año para dejar flores y hasta pedir milagros, algunos convencidos de su intercesión. De hecho, se llegó a promover su causa de beatificación, y su nombre ha sido invocado en canciones, poemas y murales. Aquella niña del lodo pasó de ser víctima a símbolo espiritual y social, recordando que la indiferencia y la falta de prevención y preparación pueden ser tan letales como la erupción de un volcán.

Omayra Sánchez

Familia y memoria

La madre de Omayra, María Aleida Garzón, sobrevivió a la erupción porque se encontraba en Bogotá cuando ocurrió la tragedia. Fue la única del núcleo familiar que vivió para contar la historia. A lo largo de los años ha concedido entrevistas donde recuerda a su hija como una niña estudiosa, sensible y apasionada por el baile.

“Ella tenía sus muñecas, pero las ponía en la pared, no le gustaba jugar mucho; prefería ayudarme o leer”, señaló la progenitora. Aunque ha aprendido a convivir con el dolor, aseguró que el recuerdo de esos días nunca la abandonará.

En 2024 se publicó una imagen inédita de Omayra que conmovió de nuevo a Colombia. En ellas aparecía sonriente, con uniforme escolar, antes de la tragedia. Su madre continúa visitando su tumba y participando en actos de memoria que buscan mantener viva la historia. Allí, entre flores y oraciones, sigue latiendo el nombre de Omayra.

A 40 años: la voz que aún resuena

Omayra Sánchez Garzón (también llamada Omaira) sigue siendo una voz que interpela a la fortaleza en medio del horror cuatro décadas después de su partida. Su historia invita a reflexionar sobre la responsabilidad de los gobiernos ante los desastres naturales, la importancia de la prevención y la urgencia de proteger a quienes viven en zonas de riesgo.

También nos recuerda la capacidad del ser humano para mantener la esperanza incluso cuando todo parece perdido. En el sitio donde agonizó hay un cartel de la Fundación Armando Armero, que forma parte del Centro de Interpretación de la Memoria y la Tragedia de Armero.

Recordarla no es solo mirar una fotografía, sino aprender de lo que su historia enseña: que la prevención salva vidas, que la memoria evita el olvido y que la dignidad humana puede brillar incluso en medio del lodo.