Las tres crisis que Italia esconde bajo la alfombra

  • La crisis económica, una conflictividad latente y la inestabilidad política anuncian un otoño caliente

Terminado el confinamiento, en Italia proliferan las manifestaciones. No son marchas con banderas como las de antes, sino concentraciones en las que se guardan las distancias y generalmente se hace algún teatrillo. Eso que ahora llaman flashmobs. En los últimos días las ha habido de agencias de viajes, guías turísticos, por mayores recursos para la educación, de abogados o actores. Está tan agitado el panorama que hasta ha aparecido un grupo de enrabietados con el mundo, que defienden que el virus es mentira y que nos quieren inyectar mercurio en el cuerpo para controlarnos. Era de esperar que tras la aflicción colectiva emergieran todo este tipo de síntomas. Todas tienen en común una delicadísima situación económica y la cosa no ha hecho más que empezar.

La economía italiana lleva sin crecer apenas nada desde hace dos décadas, justo desde que el país entró en el euro. Esto ha provocado que el nivel de euroescepticismo en uno de los fundadores de la UE llegue a niveles máximos y que partidos de protesta como el Movimiento 5 Estrellas (M5E) o la Liga de Matteo Salvini hayan coqueteado en ocasiones con abandonar la moneda única. Lo cierto es que Italia estaba acostumbrada a devaluar constantemente la lira para favorecer una economía exportadora y sin ese recurso no ha llevado a cabo las reformas necesarias. La deuda italiana llega al 134% y se espera que con la pandemia alcance el 160%.

El aumento de las deudas será global y, por suerte para Italia, la Comisión Europea mirará para otro lado al abandonar las rigideces del Pacto de Estabilidad. Mientras, la previsión de la OCDE es que el PIB transalpino caiga un 11,3% si no hay un rebrote del virus en otoño y un 14% si éste se produce. El Gobierno ha aprobado ayudas directas financiadas a déficit por valor de 80.000 millones. En Roma confían en que el programa de compra de deuda del BCE les permita un respiro, pero la verdadera tabla de salvación está en el plan de recuperación diseñado por la Unión Europea.

De los 750.000 millones que la Comisión planea poner encima de la mesa, Italia aspira a llevarse 172.000. Se trata del maná que Roma lleva años esperando y por eso su hábil diplomacia concentra todos sus esfuerzos en Bruselas. El economista y ex directivo del FMI Carlo Cottarelli asegura que “el dinero del plan europeo es básico para la viabilidad de la economía italiana, pero esos millones sólo llegarán si hacemos las inversiones necesarias y en la UE ven que tenemos un plan”.

El primer ministro, Giuseppe Conte, acaba de organizar un evento para debatir sobre la recuperación y ha puesto especial interés en que participe la plana mayor de las instituciones europeas. Uno de los principales objetivos de estas jornadas parece ser legitimar ante el resto de partidos y la opinión pública la conveniencia de acudir a Mecanismo Europeo de Estabilidad, un fondo de rescate que en Italia arrastra el estigma de la intervención de la Troika, pero que aportaría a las arcas públicas 37.000 millones de forma inmediata.

Otro de los debates pendientes es cómo afrontar la presión fiscal, que en Italia alcanza uno de los niveles más altos de Europa (47%) y la evasión, que se mueve en paralelo para situarse en lo más alto de la UE. El M5E, uno de los partidos de Gobierno, plantea rebajas de impuestos, como el IRPF, aunque sus socios no parecen ahora dispuestos a perder ingresos. También permanece eternamente aplazada la reforma de las pensiones, que en un país muy envejecido y con asignaciones muy altas, supone un golpe letal para el Estado. Se calcula que más de un cuarto de la población recibe una pensión -en ocasiones, más de una por persona-, lo que supone un 35% del gasto público.

Crisis social

Italia necesita liquidez para pagar las ayudas estatales comprometidas. En los sucesivos decretos aprobados en los últimos meses han prohibido el despido al menos hasta octubre y en consecuencia el paro ha bajado unos cuatro puntos hasta el 6,3%. Claro que este descenso se debe a que muchos han dejado de buscar trabajo o a que han sido incluidos en un ERTE, una figura mucho más extendida en Italia que en España antes de la pandemia. Unos 8 millones de trabajadores dependen de los ERTE y, de ellos, cerca de un tercio se han quejado de retrasos o no haber cobrado todavía.

Según los últimos datos del Instituto Oficial de Estadística, 1,8 millones de italianos viven en condiciones de pobreza absoluta, mientras que un 27% corre el riesgo de caer a un estado de pobreza relativa y exclusión social. Esta situación se agrava, sobre todo, en el sur, pues la renta per cápita de Sicilia o Calabria no llega siquiera a la mitad de las regiones del norte. Esta crisis, sin embargo, ha servido para darle la vuelta a un fenómeno histórico, ya que han sido los presidentes de las zonas meridionales, donde la incidencia del virus ha sido muy escasa, quienes han despreciado a sus colegas de Lombardía, Piamonte o Emilia Romaña, fuertemente golpeados por la epidemia.

Italia cuenta con una renta básica de ciudadanía, que aprobó el M5E durante su Gobierno con la Liga, por la que las familias sin empleo pueden recibir hasta 780 euros. Sin embargo, no ha habido ninguna medida integral como el ingreso mínimo vital aprobado en España. El Gobierno de Conte sí que ha acordado una regularización temporal de migrantes, destinada fundamentalmente a cubrir la ausencia de mano de obra en el campo. Si bien, unos 20.000 italianos han solicitado trabajo como temporeros, un número sin precedentes en los últimos años.

Crisis política

Todos estos elementos empujarían a un país hacia la crisis política, pero en Italia, cuyo estado natural es la inestabilidad, la pandemia ha supuesto el efecto contrario. Su tendencia natural a refugiarse en la fortaleza de las instituciones en momentos de zozobra ha elevado la popularidad de Conte por encima del 60%. El abogado metido a primer ministro, el hombre sin partido, contaría con un respaldo del 14% si creara una formación, según los últimos sondeos. Pero ese juego a él no le interesa, reconoce, ya que precisamente su posición de fuerza es la del sentido institucional. Con el respaldo del Parlamento, aunque sin haber sido elegido por los ciudadanos, Conte actúa en estos momentos con la autoridad de la que goza únicamente el jefe del Estado.

La siempre frágil coalición entre el M5E y el socialdemócrata Partido Democrático (PD) se basa precisamente en ese pilar. Nació con el único pegamento de aislar a Matteo Salvini y el apoyo de las instituciones europeas. Periódicamente tienen sus problemas de pareja, pero a ninguno de los dos socios de Gobierno les interesa romper. “Conte es indigesto ya para el M5E, pero el PD sabe que debe cultivar la alianza con lo que queda del M5E, porque es la única manera que tienen de ganar elecciones”, opina Lorenzo Castelllani, politólogo de la Universidad Luiss.

Probablemente en septiembre se celebren comicios en distintas regiones y en un millar de municipios, que han sido aplazados por la pandemia. Será el momento para repartir de nuevo las cartas. La Liga de Salvini ha caído unos diez puntos en las encuestas, hasta el 25%, mientras que la ultraderechista Giorgia Meloni, de Hermanos de Italia, recoge gran parte de ese voto perdido por su colega. La demoscopia sigue otorgando mayoría a un bloque unido de derechas, pero ninguno de sus partidos está ahora en posición de reclamar elecciones generales.

Otoño será el momento para dirimir todas estas cuestiones. La oposición espera que la próxima cita electoral agite el tablero, pero probablemente lo más importante entonces será centrarse en afrontar un posible rebrote del virus. Si eso ocurre, todas las crisis pendientes pueden emerger a la vez o quedar de nuevo bajo la alfombra. En ese escenario, lo único seguro es que cualquier análisis escrito ahora no servirá de nada.