Raúl y Cristina arrasan enseñando castellano en Wisconsin bajo el zumbido de las balas y el frío extremo

  • Cristina y Raúl, dos jovenes españoles hacen realidad el sueño americano

  • Galardonados con el premio Crysal Apple Award

  • Logran cambiar la dinámica de toda una comunidad enseñando castellano

La historia de Raul Medina y Cristina de la Fuente es la de un sueño. La de dos profesores funcionarios de carrera de la Comunidad de Madrid que se conocieron en el Centro de Adultos de Buitrago de Lozoya en el año 2006 como profesores interinos. Llegó el flechazo. La historia de amor comparte una vocación: enseñar. Una vocación que les ha situado en 2019 en Wisconsin donde se han llevado una de las grandes satisfacciones de su vida: han ganado el premio Crystal Apple Award venciendo a otros 500 candidatos, todo un honor en EEUU.

Pero volvamos por un momento al pasado. Corre el año 2009. Raúl aprueba las oposiciones como maestro de inglés y desarrolla su carrera profesional en el municipio de San Agustín del Guadalix como coordinador del programa bilingüe y posterior como Jefe de Estudios en el colegio de la misma localidad CEIP Infanta Leonor. Un año después y tras 10 años estudiando las oposiciones, Cristina logra aprobarlas para ser profesora de Física y Química en la Comunidad de Madrid. Al final, el ímpetu por enseñar les lleva a dar un salto mortal en sus vidas. Intentar conseguir una plaza como profesores visitantes. En 2014, Raúl ha logrado el objetivo. Su destino es Wisconsin. Cristina estuvo esperando su permiso de trabajo durante más de 6 meses. Al final logró trabajar como maestra sustituta y finalmente , tras presentar un proyecto, junto a Raúl.

Inviernos de -45º

No es la serie 'Doctor en Alaska', pero lo recuerda. Raúl y Cristina viven inviernos de -45º. Su escuela es la Leopold Elementary School en Madison (Wisconsin), uno de los barrios más desfavorecidos de la ciudad y con graves problemas de racismo. Lo primero que les preguntaron al pisar la escuela fue su raza. Ahora, cinco años después, su tiempo se acaba en EEUU, pese a que las madres de los alumnos enviaron cartas de recomendación para que se quedaran en la Comunidad. Y los pequeños también.

No fue fácil. Raúl y Cristina aún recuerdan el primer día de clase. "Fue durísimo y un caos. Todo era diferente, no estás acostumbrado a nada. Los padres entraban en tu clase y se te quedaban mirando (luego se darían cuenta de que participan y mucho en el día a día, preguntando si sus hijos son líderes, si participan, si se ayudan, si son buenos compañeros). Lo normal es que cada padre tenga el teléfono personal del profesor. Y que se pasen por el aula para ver un día de clase.

Al principio ambos intentaron trasladar lo que hacían en España. No funcionó. Aquí no hay deberes y todos los colegios llevan el mismo método. Ese primer día la mitad de los niños no entendían nada, así que decidieron comunicarse con el cuerpo. Porque en la clase está prohibido hablar algo que no sea castellano. "¿Qué hacemos aquí?", se preguntaron. Ahora, para lo que no están preparados es para decir adiós.

Una zona deprimida, pero con mucho corazón

La mayoría de la comunidad latina de la zona es indocumentada, o refugiados de Honduras o Nicaragua. Con un nivel socio-cultural y económico rayando la pobreza. Gran parte de ellos viven con el pánico a sus espaldas de ser deportados en cualquier momento. Es una población silenciosa. La población afro-americana tiene grandes problemas con las drogas y su nivel económico es muy bajo. En este tiempo, Raúl y Cristina han salido al patio del colegio con los pequeños y han escuchado el zumbido de las balas. De hecho, en la escuela hacen todos los años un simulacro (lack down) donde practican con lo niños qué hacer en caso de que haya alguien armado fuera de la escuela o dentro. Por eso, su obsesión es que los niños de 6 años sean felices en cuanto traspasan la puerta del aula.

En clase hay entre 15 y 19 niños de los cuales el 50% son angloparlantes. El aula tiene espacio para poder realizar diferentes actividades: zona de asamblea y lectura grupal, biblioteca, zona de trabajo e informática y recursos suficientes (fotocopias, material escolar…). El distrito proporciona un ordenador personal a cada profesor que debe devolver al finalizar el contrato y 150 dólares para los gastos que puedas tener a lo largo del año. Todos los niños tienen desayuno y comida gratuita, así como material escolar. El sueldo gracias a la experiencia es de 60.000 dólares al año.

El niño aprende a través de la lectura, las matemáticas son intuitivas y en aulas no hay más de 17 alumnos. El método está determinado por el distrito y establece incluso los juegos y actividades que se deben desarrollar en el aula. Los niños nunca repiten de curso, pero los profesores están balo lupa. Cada tres años el profesor es evaluado por el director. El director apoya al profesor a superar sus debilidades. También realiza tres visitas de 10 minutos sin avisar a lo largo del curso.

Más que dos profesores

En el camino Raúl y Cristina se han convertido en parte de la comunidad. En agosto del 2015, hubo una gran explosión de gas en una de las casas del vecindario. Afortunadamente no hubo daños personales pero diez familias perdieron sus casas y fueron realojadas en moteles de la zona.

Dos de los niños de la clase de los españoles pertenecían a esas familias que lo perdieron todo. Eran Johan y Naomi. Durante esos casi seis meses, Raúl y Cristina fueron como dos padres más. Johan se lo pagó de la mejor forma posible. Con una carta escrita en castellano en la que les contaba que nunca olvidaría el día que le dieron un estuche lleno de material escolar para que pudiera pintar y escribir en casa. Hubo llantos.

El miedo a ser deportados

Fue dura también en esa comunidad la victoria de Trump. El día que ganó guardaron en el colegio un minuto de silencio, sabían lo que llegaba. Y pasó. El Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos llegó a la comunidad. Los primeros días, los niños no venían a las escuela y sus familiares no acudían a sus puestos de trabajo. Todos estaban escondidos en los sótanos sin salir a la calle por miedo a encontrarse con la “migra” y ser deportados. "Se nos partía el alma al ver que nos faltaban la mitad de nuestros estudiantes en los salones. Todos estaban escondidos como si hubieran cometido un crimen, el crimen de luchar por un futuro mejor. Al segundo día los profesores de Leopold nos organizamos para ir a las casas de las familias a llevarles comida y explicarles que nos íbamos a encargar de los niños para que pudieran acudir a la escuela. Por las mañanas íbamos a recogerlos por las casas y al final del día los dejábamos. El día que ICE se fue, la ciudad recuperó a sus ciudadanos ahora sin miedo. "El español se oía otra vez en las calles y volvimos a sentirnos como en casa", recuerdan con el corazón en un puño.

Al principio, más clínex que lápices

Cuando durante años el día en la escuela comienza con un diario en el que se escribe "me siento feliz cuando...”, llega un momento en el que el sentimiento de familia crece. La lectura, los juegos, música, gimnasia, informática, las canciones... son el día a día. Pero no siempre ha habido caras felices. Es duro tener seis años y no saber cómo comunicarse con los profesores. "Los primeros días usamos varias cajas de clinex, limpiamos muchos mocos y secamos muchas lágrimas".

Ante esta frustración, las familias empezaron a mostrar su desconcierto, incluso descontento y quejas por el programa de inmersión en español. Pero el tiempo les dio la razón. Y de pronto un día, algunas familias llegaron al colegio contando anécdotas parecidas. Que durante el fin de semana comiendo en Taco Bell, o pidiendo en un Mexicano, sus hijos empezaron a hablar con el camarero en español y que el camarero interactuaba con el niño como si le entendiese. Y años después, el día 22 de abril de 2019, ambos conocieron la noticia: eran los mejores profesores del año 2019 de Wisconsin. Era la primera vez que este premio se adjudicaba a unos profesores visitantes, y también la primera vez que un mismo premio se daba por duplicado a una pareja. Los cientos de cartas y mails de los padres para convencer al distrito de que la pareja de españoles no les abandonara no logró su objetivo, pero sí influyó a la hora de premiarlos.

El español, une, nunca resta

Pocos elementos más fuertes para estar orgullos de la marca España como el caso de Raúl y Cristina.

"Cuando cruzas el océano, el español une, suma, te acerca y te da la oportunidad de compartir y comunicarte. Nunca resta, nunca genera conflictos y todos los hispanoparlantes lo hablamos con el máximo orgullo", explican. Ser pareja también es un aliciente. De hecho, muchos de los niños al venir de familias desectructuradas se sorprenden.

No son ministros de Educación, pero tienen claro que lo único que se necesita para tener una clase 10 es tener no más de 15 alumnos y un aula con espacio para poder tener diferentes zonas de trabajo. Y leer, y jugar y disfrutar mientras el cerebro absorbe.

Sí, en estos años no solo ha cambiado su vida

A día de hoy, y después de haber leído todas las cartas de apoyo que las familias escribieron al distrito para pedir su continuidad, Raúl y Cristina saben que han influido en la vida futura de estos pequeños. Y se acuerdan de Tobías, un alumno con un comportamiento disruptivo, pasivo, con falta de interés. Fue su obsesión durante meses. "Empezamos a ponerle retos en clase y adaptar sus niveles. Veíamos que el alumno tenía unas capacidades fuera de lo normal, que no se doblegaba ante ningún reto y siempre quería más. Sí tenía ganas de aprender. Al final, y tras hablar con la familia, analizaron al pequeño. ¡Tenía un cociente intelectual equiparable a Stephen Hopkins o Bill Gates, pero nadie se había dado cuenta nunca! Al final, Tobías acabó donde debía: en un centro de alta capacidad para superdotados. Lo que ahora son Raúl y Cristina para la comunidad de Wisconsin. Dos profesores de élite que llegaron a EEUU en busca de un sueño y lograron cambiar las vidas de los que les rodeaban.