José Antonio Marina: "Las emociones en contra del otro son muy fáciles de despertar y luego muy difíciles de controlar"

  • El filósofo acaba de publicar 'Biografía de la inhumanidad', donde ahonda en la genealogía del ser humano a través de sus acciones más crueles

  • "Si hay algo específicamente de los seres humanos esa es la crueldad y la compasión"

Dice el filósofo y pedagogo José Antonio Marina (Toledo, 1939) que si hay algo específicamente del hombre esa es la crueldad y la compasión. "Así que estamos siempre jugando a dos bandas. Y en esa lucha estamos", asegura. En su nuevo libro, 'Biografía de la inhumanidad' (Ariel), Marina ahonda por qué en la historia de la humanidad se han dado de repente colapsos donde el hombre ha estallado con una ferocidad atroz, en la que detrás se esconde siempre el miedo u el odio. "Todos tenemos antipatías, prejucios, lo que es muy peligroso, porque las emociones en contra de otro son muy fáciles de despertar y luego muy difíciles de controlar", asegura.

Pregunta. ¿Es el hombre malo por naturaleza?

Respuesta. No. El hombre viene dotado de fábrica de una serie de mecanismos, unos son agresivos y sirven para defenderse ante la agresión, y otros son mecanismos de generosidad, altruismo, cooperación... Si hay algo específicamente de los seres humanos esa es la crueldad y la compasión. Así que estamos siempre jugando a dos bandas. En el libro cuento que a lo largo de la historia hemos estados continuamente inventando procedimientos para intentar frenar la agresividad y fomentar la compasión y la sociabilidad, y en esa lucha estamos siempre. No somos ni buenos ni malos por naturaleza, somos personas que salimos del paso como podemos y podemos salir bien y podemos salir mal.

P. ¿Cuál ha sido la mayor crueldad cometida en la historia de la humanidad?

R. Desde el punto de vista de la organización burocrática, en el siglo XX han sido el sistema nazi, el estalinista y el de Mao Tse Tung, en China. Los tres organizaron todo un sistema inhumano en el que prescindían del dolor individual. Lo grave es que lo hacían en aras de una especie de proyecto gigantesco y perfecto, una especie de utopía, en el que bien la raza aria o el sistema comunista eran una especie de abstracciones perfectas a las que valía la pena sacrificar cualquier cosa, da igual que fueran 10, 20 o 100 millones de vidas, porque eso no valía nada. Han sido las más sistemáticas, las más tecnificadas y burocratizadas, y las que aprovecharon todo sistema educativo para intentar que la sociedad entera participara en esos horrores.

P. ¿Con qué mecanismos mentales podían justificar no solo los dirigentes sino la población entera aquellos horrores?

R. Ese es uno de los problemas que he intentado aclarar en el libro. No se puede decir que quienes cometían esas crueldades era una pandilla de psicópatas. Era gente normal, que sometida a una serie de presiones cometían actos horrible. De lo que me he dado cuenta es que hay un modelo general, de etapas, que ocurre siempre en todas estas atrocidades. La agresividad humana es como si fuera un río caudaloso y como todas las sociedades han intentado frenarla lo han hecho de la misma manera. Primero se han puesto una barrera emocional, fomentando los sentimientos de compasión, de generosidad, de altruismo, de mutua ayuda. Pero como todas las emociones, son un poco inestables. Pueden aparecer y desaparecer con bastante facilidad. Para asegurarse, se construyó otra segunda presa, los sistemas morales y jurídicos. Todo el mundo sentía que lo bueno se tenía que hacer, y lo malo, evitarse. Eso ha frenado la agresividad y los actos de crueldad con bastante eficacia. Pero, por si no era suficiente, hemos creado los sistemas institucionales para proteger la ley o los sistemas judiciales. Mientras esas presas funcionan bien, la agresividad se detiene.

P. ¿Pero qué pasa si empiezan a derribarse esas presas?

R. Si en la primera, la emocional, insisto en el odio a otra persona o creo la figura del enemigo o deshumanizo al contrario, se rompe esa presa. Si ya con esta emocionalidad desbordada se erosiona la segunda presa, la de los sentimientos morales, acaba cayendo. Y al final a las instituciones les cuesta trabajo mantener toda esa riada. En muchas ocasiones, como en el sistema nazi, soviético o chino, son las instituciones las que han derribado a las otras dos, por lo que la corriente de la agresividad va sin freno y acaba en el horror. Y eso es la gran enseñanza de mi recorrido por la historia.

P. ¿Qué lleva a un hombre que no es un asesino a participar en una matanza como la de Ruanda donde los hutus fueron capaces de matar a sus propios vecinos, los tutsis? ¿O como en aquella ciudad polaca, que describe el libro 'Vecinos', de Jan Gross, donde la mitad de los ciudadanos mató a la otra mitad por ser judíos con una crueldad espantosa?

R. Todos tendemos a hacer una clasificación de las personas según una cierta característica y olvidamos las demás. De una persona quitamos todo lo que es valioso y la consideramos como un enemigo. En el caso de los judíos, por ejemplo, se pensó que eran "bichos que no llegaban a humanos y, por tanto, había que fumigarles". En el momento que se hace esta selección de los rasgos y se constituye en un objeto a odiar, ya se le odia. En una ocasión, a uno de los asesinos de ETA le preguntaron cómo era posible que hubiera matado con tanta crueldad a una persona. Y respondió: "Yo no he matado a una persona sino a un empresario". Esta especie de deshumanización, en la que ya no eres una persona sino un empresario, un judío, un rico, un musulmán o un cristiano, en el momento en el que reduzco todo el ser de un individuo a un aspecto y ese aspecto es odiable, me lo quiero quitar de en medio en cuanto pueda. De manera que ahí hay un proceso que también hay que conocer porque todos podemos caer en él. Todos tenemos antipatías, prejucios, lo que es muy peligroso, porque las emociones en contra de otro son muy fáciles de despertar y luego muy difíciles de controlar.

P. ¿El paso del tiempo ha aumentado o ha aminorado esa crueldad en el hombre?

R. Hemos progresado. En el siglo XV, uno de los festejos públicos era ajusticiar a la gente en la plaza pública y el pueblo se divertía mucho. Tanto es así que en 1480 hubo una protesta de los habitantes de Brujas (Bélgica) porque las ejecuciones duraban poco tiempo y pedían que se alargaran un poquito más. Estas cosas ahora nos parecen completamente inauditas. En España, las ejecuciones públicas existieron hasta 1900. La sensibilidad ha ido mejorando a lo largo del tiempo. Ha habido un reconocimiento de los seres humanos y sus derechos a partir de la Ilustración. Pero la pregunta es: ¿por qué habiendo progresado de repente sufrimos esos colapsos, y emerge toda esa especie de ferocidad que teníamos oculta? Ese es el misterio que a mí me ha interesado averiguar por una razón muy práctica, y es que si conocemos esos mecanismos, que los debemos de tener muy dentro, cuando aparecen una y otra vez, podemos evitar que emerjan de nuevo.

P. Y qué ha descubierto, ¿por qué cuando todo está tranquilo volvemos a caer en la crueldad?

R. Muchas veces por intereses, por confabulación de circunstancias, porque de repente un grupo quiere hacerse con el poder, por un sentimiento de humillación, como el que le ocurrió a Alemania tras el tratado de Versalles después perder la Primera Guerra Mundial… Siempre empieza por la creación de unos sentimientos de miedo u odio hacia alguien. Cuando fomentas alguno de estos dos sentimientos, acabas por demonizar al otro grupo o a la otra persona y quieres quitártelo de en medio. Muchos de los movimientos que hay ahora identitarios o nacionalistas, con frecuencia, para cohesionarse lo hacen contra otro grupo. Y antes o después se pueden abrir las compuertas de la agresividad. Siempre empiezan por ser fenómenos psicológicos y acaban convirtiéndose después en movimiento sociales muy difícil de pararlos.

P. ¿Qué viene antes el miedo o el odio?

R. Algunas veces el odio viene por el miedo y en otras, por un sentimiento de superioridad. En unos casos es una amenaza y en otras es por desprecio. En los diccionarios antiguos de castellano se consideraba que la furia procedía porque habías recibido una ofensa o una humillación. Si te podías vengar, la furia desaparecía. El problema era que si no podías vengarte, la furia se quedaba enquistada y se volvía rancia. Y de la palabra rancia, aparece la palabra rencor. La furia que se ha envejecido. El miedo puede degenerar en odio, pero puede venir también por otro lado.

P. De hecho, las personas más crueles son las que más rencor tienen.

R. Por eso hay sistemas de adoctrinamiento en el odio. Los nazis fueron muy sistemáticos, lo hicieron desde la escuela. Había que estar adoctrinando en el odio, mostrando lo despreciables y peligrosos que eran los judíos, y, por lo tanto, había que prescindir de la compasión. Y el único sentimiento que cuando lo pierdes te hace inhumano es la compasión. Contaban que los jerarcas nazis se emocionaban con la última interpretación de las sinfonías de Beethoven o las óperas de Wagner y, en cambio, eran sordos a los lamentos de los judíos en los trenes que los llevaban a los campos de exterminio. Se habían insensibilizado a eso, ni siquiera lo notaban. Se ha sabido que los pelotones que iban por delante de las tropas nazis, que se encargaban de matar a los judíos, eran policías de Múnich (Alemania), gente normal. En las cartas que iban escribiendo a sus familias te das cuenta que al principio matar así, sin más, a mujeres y niños, les producía una especie de horror, pero luego te das cuenta de que se van habituando. En una carta, uno de estos guardias le dice a su mujer: "Ya hacemos las cosas muy limpiamente. Hoy cuando venían los camiones, a los niños pequeños los disparábamos antes de que cayeran en la fosa". ¿Pero cómo se puede llegar a esa perversión de los sentimientos? Por habituación.

P. Parece que el hombre es solo compasivo con lo que le toca, con lo que tiene cerca…

R. Sí. Los humanos estábamos diseñados para vivir en pequeños grupos, en familias ampliadas. No más de 150 personas. Y ahí se manejan con mucha facilidad los sentimientos de compasión porque son los míos, de mi familia. Cuando los humanos empiezan a vivir en colectividades cada vez más grandes, los movimientos afectivos ya no valían. Había que hacer una gran torsión de los sentimientos para sentir compasión por los que ahora no pertenecían a mi grupo más cercano. Ese sentimiento es más frágil que el otro. Aunque todas las grandes religiones han insistido en la compasión, cuando por alguna razón las personas se vuelven a refugiar en el pensamiento tribal toda esa compasión por los que son de fuera de mi tribu desaparece. Lo que facilita el camino a la atrocidad.

P. ¿Con qué mecanismos una sociedad puede evitar la brutalidad, la crueldad?

R. Lo que detiene la agresividad son esos tres grandes diques: educar en las emociones, educar en los sistemas morales, y fortalecer las instituciones. La enseñanza de las emociones la estamos haciendo mal. En nuestra cultura se ha desprestigiado la compasión. Parece que sentir compasión por alguien es un sentimiento como ofensivo, de superioridad. Y por eso decimos: "No quiero compasión, quiero justicia". Pero lo voy a explicar bien. Por delante va la compasión. Porque la compasión es sentirse afectado por el dolor del otro. Y como me siento afectado voy a hacer lo posible por proteger sus derechos y, entonces, vienen los sistemas de justicia, que organizan lo que al principio era una especie de desbroce emocional de "que no le maten". Es decir, nosotros no podemos estar pendientes a que se organice una situación jurídica y legal respecto de los inmigrantes. Primero tiene que ir la compasión, es que se están muriendo… de manera que tendré que hacer algo. El descrédito de la compasión es un gran pecado de nuestra sociedad. Pero ha sido tan importante la compasión a lo largo de la evolución que se ha introducido ya dentro de nuestro sistema genético y todos los niños hacia los 25-30 meses de nacer desarrollan espontáneamente el sentimiento de compasión. Y unos meses después lo acompañan con movimientos de ayuda. Quieren ayudar a su amiguito que está llorando. Pero estamos comprobando que cuando entran en la escuela, el sistema educativo debilita la compasión, parece que estamos educando en una cierta insensibilidad. Y por eso se dan casos de bullying. Si tu sientes compasión por alguien, no le martirizas.

P. Llama la atención que muchas personas sienten compasión por determinadas causas y, en cambio, por otras no tienen ninguna…

R. Sí, eso forma parte de esa fragmentación que puedo hacer del otro, de manera que puedo tener muchísima sensibilidad para mi perro y muchísima insensibilidad para la persona que se está muriendo en la acera de enfrente. Como todos los sentimientos, la compasión tiene que ser primero inteligente y luego no estar sometida a los altibajos de las emociones. Porque puedo sentir mucha compasión por una persona mientras la estoy viendo y se me puede olvidar cuando dejo de verla. La compasión tiene que convertirse en un hábito emocional, que es lo que se llama la virtud de la compasión. Comportarme compasivamente aunque no sienta nada por una persona.

P. Con todo, ¿cabe el optimismo en cuanto al género humano?

R. Sí, yo creo que sí. Cuando ves la historia de la humanidad, es verdad que hemos progresado en todos los niveles y también éticamente. Ahora no admitimos cosas que antes estaban absolutamente normalizadas, por ejemplo, la esclavitud. La discriminación en contra de las mujeres seguirá dándose, pero todo el mundo reconoce ya que es injusta, algo que no se advertía hace muy poco tiempo. El problema está por qué ese progreso no es una línea continua y de repente tiene esos colapsos, de los que hasta ahora nos hemos recuperado. Si tenemos las fuerzas para progresar, vamos a intentar evitar esos grandes descalabros.