Cáncer

Zaira, la joven que tras un linfoma sueña con investigar el cáncer infantil: "Nadie me habló de lo que pasaría después"

Zaira en la actualidad y durante la quimioterapia. Cedida
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Con 19 años, a Zaira González le cambió la vida por completo. Hace tres años le diagnosticaron un linfoma de Hodgkin en estadio 4 con metástasis en el pulmón.

"Tenía ilusiones, planes, acababa de empezar la universidad, y de repente todo se paró. Pasé de preocuparme por exámenes a vivir entre hospital, análisis y tratamientos", recuerda a través del teléfono durante una entrevista con la web de Informativos Telecinco.

En aquel momento estudiaba Ingeniería de Telecomunicaciones, pero las largas horas en el hospital durante la quimioterapia la llevaron a replantearse su camino. Pensó que unir su mirada como paciente con una formación científica podría servir para investigar en cáncer y ayudar a que otros jóvenes que pasaran por un proceso similar tuvieran una mejor calidad de vida.

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"Decidí cambiarme a Ingeniería Biomédica. Ahora estoy en tercero y quiero investigar tratamientos menos tóxicos contra el cáncer", cuenta con una serenidad que impresiona para alguien de solo 22 años. Zaira, además, coprotagoniza el documental 'Conectando vidas', un proyecto de la Asociación Española Contra el Cáncer estrenado el pasado 12 de noviembre y disponible en YouTube, en el que recorre los laboratorios del Instituto de Investigación Sanitaria del Hospital 12 de Octubre.

Un diagnóstico que tardó un año en llegar

El camino hasta saber qué le pasaba fue largo, confuso y lleno de dudas. Todo comenzó con ganglios inflamados en el cuello, cansancio intenso y un ritmo de vida propio de una estudiante que compaginaba la universidad con sacarse el carnet de conducir y dar clases extraescolares.

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"Me notaba rara", explica. Durante meses, las visitas al médico se saldaban siempre con la misma conclusión: "será estrés", "puede ser de un simple costipado", o con un "no es nada, no te preocupes".

Pero los síntomas continuaron, a pesar de que su nivel de actividad había disminuido. Aparecieron los mareos y un picor generalizado por todo el cuerpo, cada vez más intenso. Volvió a insistir para que le hicieran un análisis. "Si así te quedas más tranquila, te lo mando", le dijeron.

Un valor alterado obligó a repetirlo, pero antes de que llegara la nueva cita sufrió un mareo en casa y terminó en urgencias. Allí le dijeron que tenía "un poco de anemia" y la derivaron a diagnóstico rápido. En la cita, de nuevo, le restaron importancia. "La anemia es leve, será por la menstruación", le dijo, pero Zaira no dudó en volver a mencionar que tenía los ganglios inflamados.

Finalmente, el especialista pidió que le realizaran una ecografía y una radiografía de tórax. "Estoy 99,9% seguro de que no vas a tener que volver porque no será nada. Te llamaré por teléfono para darte los resultados", le dijo el profesional en la consulta, que Zaira abandonó con total tranquilidad tras la insistencia de que "no había nada por lo que preocuparse".

El día en que todo cambió

La ecografía coincidió con un viernes después de Semana Santa. El picor seguía siendo insoportable y Zaira aprovechó para consultarlo allí mismo, después de probar sin éxito todo tipo de cremas. Su comentario hizo que al ecografista le saltaran las alarmas y que tras consultarlo con otros compañeros comenzaran a entrar médicos en la sala. "Yo pensaba: '¿qué he dicho?'".

Le explicaron que era necesario hacerle una biopsia urgentemente. Ella pidió retrasarla un día porque tenía un examen. Tras tantos meses escuchando que "no era nada", le costaba imaginar otra cosa. El martes siguiente le hicieron la biopsia y el mieércoles, tan solos 24 horas después, se despertó con una llamada perdida de un número largo. Como no llegó a responder, llamaron a su madre.

¿Tengo cáncer?, le preguntó Zaira.

Un gran silencio las invadió.

Sí… pero te vas a curar, terminó contestando su madre.

Había pasado un año desde sus primeros síntomas. Saber por fin lo que tenía le provocó una mezcla de alivio e incredulidad. "Pensaba: ¿por qué a mí?, si no fumo, no bebo… Pero me lo tomé bastante bien".

Y tras más pruebas diagnóstico se confirmó: linfoma de Hodgkin con metástasis en el pulmón. Empezó quimioterapia de inmediato. Tras cuatro ciclos, un TAC mostró que la lesión del pulmón había desaparecido y completó seis sesiones en total.

Una mirada que cambió para siempre

"Adaptarme a este cambio fue lo más difícil", confiesa. La soledad de la quimioterapia en pandemia no le ayudó. "Fue lo más duro. Empecé a vomitar en las propias sesiones, delante de otras personas. Me sentía tan vulnerable… En mi opinión nadie debería pasar por eso solo, independientemente de las circunstancias".

Durante esas horas interminables en la sala de tratamiento, entre ruidos, sueros y reflexiones, Zaira empezó a ver su futuro de otra manera. "Pensaba en cómo podía ayudar a otras personas que estuvieran pasando por una situación similar. Yo me sentía fuerte mentalmente, aunque tuve momentos de bajón".

De ahí nació la decisión de cambiar de carrera: "Quiero especializarme en cáncer pediátrico y juvenil e investigar tratamientos menos agresivos. Aportar desde lo científico, pero también desde lo que sé como paciente".

Mientras ese futuro llega, ha encontrado una manera de ayudar desde ya: se creó una cuenta en Instagram (@fortalezida) para compartir su historia y acompañar a quienes están pasando por lo mismo.

"Yo tenía muchísimas inquietudes y no tuve a nadie en mi mismo momento vital que hubiera pasado por esto. Pensé que si mi historia podía servir de esperanza a alguien, ya valía la pena". Allí también sensibiliza sobre el postcáncer.

El postcáncer: "Nadie me habló del después"

Zaira terminó la quimioterapia el 11 de noviembre de 2022. El 28 de diciembre le confirmaron que estaba en remisión. Pero lo que vino después no era la vida de antes. A nivel médico y emocional, el después fue incluso más duro que el durante.

"Pasar por un cáncer no es solo quimio y ya está. Yo pensaba que la terminaría y volvería a mi vida como si nada de esto hubiera pasado. Pero no es así. Me di cuenta de que no era la misma y eso fue un gran golpe de realidad. Te deja secuelas que no se ven", relata.

Entre sus efectos secundarios están: problemas de memoria y concentración, cansancio profundo, falta de sueño reparador y dolor articular ocasional. "Es muy importante que te informen del postcáncer para no sentirte rara. A mí nadie me había hablado del después y yo pensaba: 'Si se supone que ya estoy bien, ¿por qué me encuentro así?' Saberlo te ayuda a adaptarte".

También echa en falta más apoyo psicológico: "Después de la quimioterapia tuve un bajón emocional. Me derivaron al psicólogo, pero estaban colapsados".

Aprender a vivir de otra manera

Este proceso la obligó a replantearse su relación con el futuro: "Yo siempre pensaba a largo plazo: estudiar y esforzarme para tener la vida que quería. Y ahí te das cuenta de que ese futuro quizá no existe. Aprendí a vivir el día a día, a valorar lo cotidiano: levantarme, ver la luz del sol, peinarme…".

Zaira ha tenido que aprender a estudiar de una forma distinta y a aceptar que su cuerpo y su mente ya no funcionan igual. Pero también ha aprendido a disfrutar más. "No puedo estudiar las mismas horas que antes. Pero ahora hago cosas que me gustan, creo momentos. Antes pensaba: 'Esto ya lo haré cuando trabaje'. Y ese momento puede que no llegue", concluye.