Tatuarse por primera vez a los 78 años: “Hasta que no he sido libre no he podido cumplir mi sueño”

Dice que no le importa cumplir años, pero que no le gustan las arrugas. Desde hace cuatro meses, sin embargo, Carmen se mira orgullosa en el espejo. Sobre su barbilla, tatuada en la piel, una luna creciente. Un sueño cumplido a sus 78 años. “Desde pequeña he querido hacérmelo, pero primero mi padre no me dejaba, y luego con la casa y los hijos, no he tenido tiempo”, explica a NIUS.

La luna siempre ha influido en su vida, dice. También sus orígenes. Carmen nació en Melilla, donde estuvo hasta los 20 años, cuando se casó y se vino a la Península. “Allí, siempre he visto a las mujeres marroquíes con tatuajes en manos y cara y me encantaban. Pero por las circunstancias de la vida no lo he hecho hasta que no he sido ya independiente y libre de poder decidir lo que quería”.

Es ahora cuando ha dado el paso. “Cuando ya estamos mayores, si no nos empujan a hacer algo, no lo hacemos”, explica. Por eso, fue una de sus hijas la que le preparó la sorpresa. “Pidió cita con el tatuador y me dijo que íbamos a hacer algo que me hacía mucha ilusión”, nos cuenta. Al llegar, solo preguntó que si le iba a doler. “Me dijeron que no y era verdad. Estoy feliz con mi tatuaje”.

“A la gente le sorprende que una persona de 78 años se tatúe”

Con una luna sobre el rostro, Carmen llama la atención entre sus vecinos de la localidad malagueña de Torre de Benagalbón. “A la gente le sorprende, creen que es pintado ¿por qué los mayores no podemos tatuarnos?”, se pregunta. Aunque tras la sorpresa, asegura, vienen los elogios. “En la carnicería, en el supermercado, todo el que lo ve, me dice que ha quedado muy bonito”.

Tiene cinco hijos y 9 nietos. Algunos de ellos, "adictos", dice, al arte de la tinta sobre la piel. Por eso, ven con buenos ojos la decisión de su madre. “Lo he hablado muchas veces con ellos y con mis nietas. Una de ellas se ha hecho el mismo dibujo en el brazo”. Eso sí, pocos se atreven con el lugar escogido por la matriarca, en pleno rostro. “Siempre he sido una valiente”, asegura.

Embarazada de su quinto hijo, se sacó las oposiciones de agente judicial, siendo pionera en un profesión mayoritariamente de hombres. “Fue duro porque yo era una mujer, joven", reconoce. Los traslados por su trabajo la han llevado a tener hasta 18 residencias diferentes en toda España. Y la vida le daba también un zarpazo, tras sufrir un cáncer, que conseguía superar. “Ahora estoy perfectamente, tanto como para quererme tirar en paracaídas que es otro de mis sueños”, reconoce.

Ya piensa en el siguiente: su nombre y apellido sobre las cejas

Eso y volverse a tatuar porque Carmen le ha cogido el gusto a la tinta. Su próximo diseño, más arriesgado aún. “Quiero ponerme mi nombre y apellido haciendo la forma de mis cejas”, nos cuenta. Se lo vio a Wicschky, el tatuador que le ha hecho el primero, y la idea le gustó. “Como tengo poco pelo en esa zona, me viene bien”, apunta. Ya se ha hecho las pruebas del diseño y, en breve, lo que ahora es un boceto quedará impreso en su rostro.

A sus 78 años, Carmen se pone el mundo por montera y se atreve a todo. En Redrum Tattoo, en Rincón de la Victoria, reconocen que esta nueva clienta los ha conquistado. “Es un torbellino de energía y vitalidad, da igual la edad. Es un lujo trabajar con ella”, asegura Wicschky, que lleva más de 20 años dedicado a los tatuajes.

La ilusión de los que se tatúan a la vejez

Los casos de mayores que deciden tatuarse a la vejez, dice, es cada vez más habitual. “Son personas que llevan toda la vida esperando para hacérselo sin que les pese por temas familiares o sociales y, por fin, lo consiguen”, explica.

Un gesto cotidiano para los jóvenes que en los mayores, va más allá. “Les ves las caras de ilusión de cumplir con un sueño de toda la vida”, señala. Como un hombre de 90 años, dedicado toda la vida a la Iglesia, al que ha tatuado un Sagrado Corazón de Jesús en el pecho. “No se atrevió a hacerlo antes por respeto”. O una mujer, de 83, que se ha hecho un delfín tras quedarse viuda porque a su marido no le gustaban los tatuajes. Porque el arte de la tinta sobre la piel no entiende de edad.

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