Fernando García de Cortázar, historiador: "Tenemos una sociedad narcotizada y aborregada"

  • Recuerda que España tiene mucho de lo que presumir, desde el arte y la lengua hasta la convivencia y la seguridad ciudadana

  • Se propone desterrar mitos como las dos Españas y la leyenda negra, y ensalzar a figuras como Amancio Ortega y Rafa Nadal

  • "En el País Vasco ya no matan, efectivamente, pero nos mandan", denuncia

A Fernando García de Cortázar no le gustan ni las dos Españas, ni el 'Spain is diferent', ni la Castilla atrasada y la Cataluña avanzada. Cree que todo eso son mitos y tópicos que hay que desterrar porque no se asientan en una realidad histórica. Lo que sí es real –dice- es que España tiene una lengua y un patrimonio cultural envidiable, que es uno de los mejores lugares para vivir del mundo, y que puede presumir de una convivencia ciudadana ejemplar, a pesar de la polarización política.

García de Cortázar, sacerdote jesuita bilbaíno, Catedrático de Historia Contemporánea en Deusto, Premio Nacional de Historia, es uno de los grandes divulgadores históricos de nuestro país, con décadas de trabajo y publicaciones a sus espaldas. En la última, ‘Y cuando digo España’ (Arzalia Ediciones), el escritor trata de aclarar que la historia de nuestro país no es nada vergonzante, o no lo es más que la de otros países de nuestro entorno, y que podemos presumir, entre otras muchas cosas, de ser la cuna de grandes titanes, desde Séneca hasta Rafa Nadal.

Pregunta: ¿Dígame, a bote pronto, algo bueno de España, digno de admiración?

Respuesta: Creo que es un país muy agradable para vivir por la sociabilidad y simpatía de sus gentes y el más seguro para viajar por su territorio. Además es el país que más misioneros da al mundo, lo que dice mucho de su generoso idealismo.

P: ¿”Qué se debe a España”, preguntaba al enciclopedista francés?

R: La pregunta ya es de por sí ofensiva y muy singular. No conozco a ninguna otra nación a la que se le haya hecho la misma pregunta. Fruto de la leyenda negra, a España se le reclama una auténtica historia moral, que no se le exige a ningún otro país. ¿Y qué debe el mundo a Francia? El mundo sería peor de lo que es sin el legado español, sin la lengua, una de las más habladas y estudiadas del planeta en la que se expresó Juan de la Cruz, el místico más importante de Occidente. El mundo debe a España la labor inconmensurable de los traductores de Toledo que guardaron y transmitieron el saber clásico, el empuje explorador de los siglos XV y XVI y las expediciones científicas del XVIII, el derecho de gentes de la Escuela de Salamanca, su grandioso patrimonio artístico, el tercero después de China e Italia… su sabrosísima cocina.

El mundo sería peor de lo que es sin el legado español

P: A vueltas con la conquista de América y el 12-0. Muchos dicen que no hay nada que celebrar.

R: El drama es que en España ponemos un circo y nos crecen los enanos. Porque no deja de ser paradójico que el país con el más avanzado y humanitario cuerpo legislativo al servicio de los indígenas, aparezca sembrado, como ningún otro, de minas de atrocidades anticolonialistas y sufra mas que nadie del revisionismo airado y demagógico, de un auténtico indigenismo de salón o del acomplejado confesionario católico. ¡Claro que hay muchas cosas que celebrar! Que con las carabelas de Colón llegaran los principios humanitarios del cristianismo, la lengua, la cultura europea pasada por el tamiz peninsular, la imprenta introducida en los territorios españoles del Nuevo Mundo con cien años de adelanto respecto a la América anglosajona, los mismos que las universidades inmediatamente trasplantadas a Hispanoamérica. Desde tiempos de los romanos, ninguna nación desplegó como España tanta energía en la fundación de ciudades. ¿Qué hicieron mientras tanto los ingleses u holandeses?

P: ¿Debería pedir España perdón a América por la conquista?

R: La historia no puede ser interpretada en términos de arrepentimiento o perdón, sino tan sólo, y ya es bastante, con un impulso insobornable de saber de verdad lo que ocurrió.

P: ¿Debería pedir Italia perdón por las conquistas romanas?

R: A veces creo que vivimos en una película de los hermanos Marx. ¿Se imagina a un soriano de hoy echándole en cara la destrucción de Numancia a la actual República italiana?

P: ¿Y el papa, debería pedir perdón a México, como ha hecho? ¿Usted, que es sacerdote, qué opina?

R: No entiendo esta moda vaticana de pedir perdón por los errores o los abusos del pasado remoto. Me parece un gesto tan confortable como edificante, que tiene menos de moral que de blanda autocomplacencia.

La historia no puede ser interpretada en términos de arrepentimiento o perdón

P: ¿Son mejores los españoles que sus políticos?

R: No siempre. Por lo general, los políticos, en España y en cualquier otro país, son un reflejo de la sociedad.

P: Leo en su libro: lo malo de la Transición es que se sacrificó la idea de nación.

R: Durante la dictadura, la nación española se convirtió en monopolio de los vencedores de la Guerra Civil. Y la Transición no supo despertar un nuevo sentimiento patriótico, inspirado en la tradición generosa de Cervantes. El joseantoniano “ser español es una de las pocas cosas serias que se pueden ser en el mundo” fue sustituido entonces por el narcisismo regionalista de las Comunidades Autónomas, el opio de los pueblos al que han recurrido nuestra derecha y nuestra izquierda.

No entiendo esta moda vaticana de pedir perdón por los errores o los abusos del pasado remoto

P: Hablemos de mitos: las dos Españas. ¿Han existido? ¿Existen todavía?

R: Más que dos Españas yo hablaría de los políticos y letra-heridos, tertulianos sabelotodo que actúan como si esas dos Españas realmente existieran o que hacen todo lo posible para que existan.

P: Otro mito: ‘Spain is different’. ¿Es diferente o no?

R: Todos los países tienen sus hitos, sus singularidades, su historia. Pero esa imagen que despierta el ‘Spain is different’ -una España folclórica, inmune a la modernidad- es producto de la literatura.

P: Más mitos: Castilla atrasada, ergo Cataluña avanzada.

R: Sí, un mito que reduce Castilla a un lugar de donde vienen todos los males -el inquisidor, la tiranía, el atraso científico, el fascismo- y eleva Cataluña al apoteosis de la libertad y de la modernidad, suprimiendo de la historia las plegarias catalanistas de los mosenes ultraconservadores, los comités de defensa social y del somatén, los aplausos de la burguesía a Martínez Anido y Primo de Rivera, el Tercio de Requetés…

P: Usted habla de titanes de España. Y entre ellos coloca a Amancio Ortega. ¿Por qué?

R: Me parece la encarnación del empresario hecho a sí mismo. La generación de Felipe González y Mario Conde puso de moda el triunfo rápido, el éxito a la americana. Amancio Ortega nos recuerda que hay otro camino: el talento, el esfuerzo.

P: Otro titán en su lista, Rafa Nadal. ¿Por qué supera –según usted- a Miguel Induráin o Seve Ballesteros?

R: Son muchos, es verdad, los deportistas que hacen y han hecho vibrar a los españoles con sus triunfos. Pero si destaco a Nadal entre todos ellos es por su capacidad de sobreponerse a las lesiones, por su personalidad de piedra y orgullo a prueba de bombas, por sus manifestaciones explícitas de amor a España y a sus símbolos.

La Transición no supo despertar un nuevo sentimiento patriótico

P: Si pregunta en la calle dónde nacieron Séneca o Adriano, ¿qué cree que respondería el primer peatón?

R: Lamentablemente pienso que me diría ¿y quiénes son esos? Me llevaría una gratísima sorpresa si algunos de los interrogados respondiera Córdoba e Itálica o incluso si pudiera señalar más o menos el siglo en que vivieron o qué profesión ejercieron.

P: “El problema de España es un problema de cultura”. Lo dijo Ramón y Cajal. ¿Hemos mejorado algo?

R: En el primer tercio del siglo XX, los intelectuales veían la necesidad de que España, para salir de su atraso, hiciera un esfuerzo en ampliar sus horizontes culturales. Si Joaquín Costa gritaba “escuela y despensa”, todos sus coetáneos pensaban que la verdadera regeneración de España solo se podría alcanzar impulsando la cultura y el pensamiento crítico. El panorama actual es desolador porque nuestros jóvenes, formados mejor que nosotros en disciplinas instrumentales y en el idioma inglés, se van a morir sin haber visto una película de Visconti, o leído una novela de Galdós o un poema de san Juan de la Cruz.

Amancio Ortega nos recuerda que hay otro camino: el talento, el esfuerzo

P: Dice usted que hay un desprestigio social de saberes como la filosofía, la historia y el arte.

R: Más que en cualquier otro país, España ha echado del mercado las disciplinas humanísticas porque las considera inútiles y ha tratado de especializar a su población en conocimientos técnicos y contables. Las consecuencias han sido terribles porque se ha privado a los ciudadanos de instrumentos de crítica y análisis, de pensamiento y confrontación y por ello tenemos una sociedad narcotizada y aborregada.

P: Me gustó una frase de Al-Hakam II que recoge su libro: “Apréndelo todo, nada es superfluo”. ¿Está de acuerdo? ¿Por qué?

R: Como deseo, como utopía, podría estar de acuerdo ya que a los más viejos se nos decía "el saber no ocupa lugar". Después, a lo largo de los años, hemos visto que sí ocupaba lugar de tal forma que tendríamos que decir mucho sobre los planes de estudio y las asignaturas inútiles, entre las que nunca incluiría ni la filosofía, ni la historia, ni la literatura o el arte.

P: Dice que sigue muy vigente ‘La Rebelión de las masas’ de Ortega. Está en los populismos y en los nacionalismos. ¿También explicaría la uniformidad de la cultura actual?

R: Hay que recordar que pasados algunos años de la publicación de 'La Rebelión de las masas', por ejemplo en el prólogo de la edición francesa de 1937, Ortega recapacita sobre lo que ha ocurrido en España y en Europa en esa década. Lo que ha sucedido es, sencillamente, que se ha puesto en grave riesgo la civilización. El prólogo es la denuncia de la política convertida en demagogia, es la preocupación ante la existencia del hombre-masa, diluido en una muchedumbre que ahogará todo proyecto personal. Y que está en la raíz de los populismos y nacionalismos que acaban con la libertad personal y la ciudadanía. No hay ciudadanos en los territorios de dominio nacionalista.

P: También leo en su libro: “En España han desaparecido la cortesía y la amabilidad”. ¿Cuáles son los riesgos de esto?

R: Al desaparecer la cortesía y la amabilidad comienza y se extiende la jungla, el insulto, la agresión verbal que puede dar paso a otras más graves y, sobre todo, el desinterés por llegar a un acuerdo y el desprecio de los que no piensan como uno.

No hay ciudadanos en los territorios de dominio nacionalista

P: Hablemos de ETA. Ya no está. Pero, ¿se siente, sobre todo en las calles vascas?

R: Hay que vivir en el País Vasco para reconocer que no han cambiado mucho las cosas. Usted me dirá que ya no matan, efectivamente, pero nos mandan, nos imponen sus mitos de guardarropía, sus lamentables procesos de construcción nacional, nos asfixian con sus paranoias historicistas e imposiciones lingüísticas. Apenas si tenemos fe en que se cumpla lo que dijo Albert Camus: “de los resistentes será la última palabra”.

P: Su libro anterior, 'Viaje al corazón de España' (Arzalia Ediciones), era una guía imprescindible de nuestra geografía. Le pido un imposible: dígame su lugar predilecto de España, y por qué.

R: Puestos a elegir me quedo con un paisaje: el que se ve desde Santa Tecla, cerca de La Guardia, en Pontevedra. Se trata de la mejor vista marina, las más hermosa del hermosísimo litoral español, la que más amo. Finisterre es trágico, el final de la tierra. Pero Santa Tecla es otra emoción: es Dios jugando con todas las luces, la reales y las imaginarias. Hay que estar allí a última hora de la tarde para ver cómo el sol se apaga en el Atlántico mientras el Miño, luchando contra la marea, alcanza al fin su muerte, entregándose al océano. Es un momento eterno, fuera del tiempo.

P: Cuénteme, brevemente, cómo es un día en la vida de Fernando García de Cortázar. ¿Cuánto tiempo dedica a estudiar, leer y escribir?

R: A pesar de mi edad provecta, conservo una notable capacidad de trabajo, que explotan mis editores, que me exigen un libro nuevo cada año. El celibato me permite disponer de abundantes horas para leer y escribir y el haber vivido muchos años en un Colegio Mayor, con noches muy ajetreadas, me ha enseñado a trabajar hasta la llegada de la madrugada que es cuando se hacía el silencio en ese recinto. Por otro lado el ser muy poco dormilón me ha permitido rematar una obra extensa. Y un secreto que conocen los periodistas: todos los días del año, todos, escribo alguna página.