Por qué bebo alcohol

yasss.es 17/11/2017 11:45

Una aclaración previa: el alcohol no es bueno. Daña el hígado y las arterias, causa problemas cardíacos, alteraciones del sueño, ansiedad y depresión, por no hablar de la mortífera mezcla que crea con la conducción. Pero consideramos a los lectores lo suficientemente maduros como para saber que no hay que beber en exceso y que, aunque la ley permita un 0,5 de alcohol en sangre durante la conducción, lo ideal es ponerse frente a un volante sin haber probado ni una gota de alcohol.

Dicho todo esto, y como adultos que somos, hablemos de por qué me gusta beber. Y hagámoslo no con mis palabras, sino con las citas de influyentes pensadores a los que, en mayor o menor medida, también les gustaba (o les gusta) beber.

“El alcohol es la anestesia con la que sobrellevamos la operación que es vivir” (George Bernard Shaw)

Cuando uno bebe la realidad parece un poco más bonita. Los problemas pueden no parecer menores, pero sí logramos acercarnos a ellos con más humor e impasibilidad. Uno puede envalentonarse para tomar decisiones que en la sobriedad cuestan, afrontar conversaciones que con una simple limonada nos provocan ansiedad o para enviar esos cien mensajes de WhatsApp a la persona amada deseando que su marido no los lea.

“Estamos tan a gustito” (José Ortega Cano)

Decir que cualquier tipo de alterador de conciencia es un caramelo para los que somos introvertidos sería demasiado simple, pero a veces lo simple funciona: asociaciones de rehabilitación alertan de que las drogas (alcohol, estás incluido ahí) pueden causar más adicción entre aquellos que, animados por el paso de lobo solitario a rey de la fiesta, deciden que eso que han probado mola un montón.

Pero procuremos no llegar hasta ese punto. Si bebemos es porque, ya tras la primera cerveza, tenemos más ánimo por entrar en la conversación, gritar un poco más para ser oídos, hablar con esos que normalmente nos dan una vagancia tremenda y hacer amigos nuevos. Para saber que el alcohol tiene unas connotaciones sociales tremendas basta con ver los anuncios de cerveza: no aparece precisamente una profesora de matemáticas abriéndose una lata en casa, sino unos amigos pasándoselo bomba en una playa de Menorca con sus latitas. Y son todos muy guapos, claro, porque todo el mundo es guapo cuando uno está borracho.

“Siento pena por la gente que no bebe. Cuando se levantan por la mañana saben que no se van a sentir mejor en el resto del día” (Frank Sinatra)

Una de las cosas más bellas que puede hacer el ser humano, que nos hace estar más cerca de nuestra propia esencia y naturaleza, es superarse y sobreponerse a sus problemas. Si bien hasta ahora hemos hablado de los que el alcohol soluciona, es momento de enumerar esos otros que crea: que nos tambaleemos por la casa hasta encontrar la cama, que vomitemos en la almohada y que al día siguiente nos levantemos con la sensación de que nos ha atropellado el AVE, una mezcla de cefalea, culpabilidad, náuseas y pérdida de fe en la humanidad. En esa sensación de descontrol y derrota hay también una enorme belleza: la noción de que nos hemos autoboicoteado pero podemos salir adelante, el conocimiento absoluto de que nadie ha venido a jodernos la vida, sino que nos hemos valido solitos para hacerlo nosotros sin ayuda de nadie. Como mirar un momentito al abismo, tocarlo y volver.

¡Qué horrible es la resaca, pero qué bello es ese momento en el que, tras unos zumitos y una pizza a domicilio, nos damos cuenta de que lo hemos superado, de que ya estamos listos para seguir viviendo y de que además tenemos historias divertidísimas sobre la noche anterior (de las que nos acordamos, eso sí, solo parcialmente)! ¡Qué sensación de triunfo es despertarse como Syd Vicious y volver a ser Audrey Hepburn a las cuatro de la tarde!

“Me gusta tomar un Martini

Dos ya son un montón

Al tercero caigo bajo la mesa

Al cuarto, bajo el anfitrión” (Dorothy Parker)

Desconfío de la gente que no bebe y que no se entrega a ese pasaporte necesario para entrar en contacto con la densidad humana que es perder el control. No, no diré que no bebe, puesto que mucha gente puede elegir no beber por muchos motivos lícitos, de salud o de mero gusto. Mejor digamos que desconfío de la gente que no está dispuesta a perder el control y alterar su conciencia, ya sea bebiendo, entregándose a la carnalidad más primaria en un club de intercambio de parejas, haciendo puenting o insultando a su jefe a la cara. En una sociedad en la se nos exige triunfo, rectitud, férreros principios morales y peinados y ropa bonita, beber es tal vez la forma más sencilla de intentar salir de ese construcción artificiosa que es la sociedad y, durante un rato, flotar unos metros por encima de ella y poder juzgarla. Hay un proverbio serbio que lo dice mejor: “Las palabras de un hombre borracho son los pensamientos de un hombre sobrio”. ¡Libérese usted! Si no puede beber, súbase a una montaña rusa por lo menos.

“En la victoria te mereces champán, en la derrota lo necesitas” (Napoleón Bonaparte)

Pero la cosa que tiene el champán es la siguiente: es precioso. Las botellas son preciosas. Las copas son preciosas. Su color y sus burbujas son preciosas. Hay una enorme belleza física en la ceremonia del alcohol. El alcohol suele ser servido en envases bonitos con complementos llamativos y siempre tiene un color atractivo. Personalmente recomiendo el Spritz, cóctel típico italiano confeccionado a base de champán, Aperol y un golpe de soda que tiene un tono naranja vivo y que hace que uno recupere la fe en la humanidad enseguida. Sí, es cierto, que luego uno puede beber alcohol en repugnantes litronas (¡qué feas son las litronas!) en un parque empresarial abandonado de la mano de Dios. Pero aquí hay que volver al punto 1: a la tercera, ese asqueroso parque empresarial te parecerá el huerto de Calixto y Melibea.

¡Viva el alcohol! Y, dicho todo esto, bebe con moderación, si es que la conoces. Dejemos para el final mi cita favorita sobre el alcohol, que salió de la cabeza de Pedro Almodóvar y de la boca de Marisa Paredes en 'La flor de mi secreto' (1995), su mejor película y todo un homenaje al copazo de whisky como airbag emocional para resistir los embates de la existencia. Se lo decía l personaje de Leo a su amiga Betty mientras las dos cenaban compartiendo vino, cada una con sus problemas de soledad, desamor y tristeza a sus espaldas. Y dice así:

"Ay Betty, excepto beber, ¡qué difícil me resulta todo!"