De hecho, mucho antes de vivir en el Polo Norte, el propio Santa Claus fue un niño. Nació en el siglo IV bajo el nombre de Nicolás de Bari en Patara, una ciudad de la actual Turquía, en el seno de una familia acomodada.
Todavía siendo un niño, perdió a sus padres, que fallecieron por una epidemia de peste. Nicolás se convirtió en el heredero de una gran fortuna y decidió donarla a los más necesitados.
El pequeño Nicolás se unió a la iglesia para ayudar a la gente y pronto se hizo famoso por ser alegre y generoso. En Mira, donde se trasladó con su tío, le nombraron obispo y, desde ese momento, siempre llevó una larga túnica roja con un sombrero rojo y viajó a caballo, según la leyenda publicada el portal people.howstuffworks.com.
En sus viajes a las aldeas, los niños se reunían para saludarle y, en una de ellas, escuchó la triste historia de un anciano y sus tres hijas. El hombre ya no podía darlas de comer y temía tener que enviarlas lejos.
Esa misma noche, Nicolás fue hasta la casa, subió a la azotea hasta la chimenea y allí vio tres pares de medias, que las chicas habían dejado secando. El obispo introdujo en cada par una bolsa de oro y las dejó caer a través de la chimenea.
La historia se extendió por las aldeas y otros comenzaron a colgar sus medias junto al fuego esperando la misma recompensa.
Esta no fue la única buena obra de Nicolás, pero si la más famosa. Por todas sus acciones, le nombraron santo y su día se corresponde con la fecha en la que falleció, el 6 de diciembre. No obstante, por su proximidad a la Navidad, se le considera el santo de estas fiestas.
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