Maltrato infantil

Beatriz Ortega, experta en maltrato infantil: "Criticar el cuerpo de un niño no es educarlo, es romper su autoestima en su fase más temprana"

Beatriz Ortega, psicóloga.
Beatriz Ortega, en una foto cedida. Desclée De Brouwer
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El maltrato infantil es un problema que afecta de forma global y en España, dados los datos cada vez más alarmantes, se aprobó en 2021 la Ley Orgánica 8/2021 de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia. Según el 'Informe anual de la Comisión frente a la Violencia en los Niños, Niñas y Adolescentes', se estima que el RUMI (Registro Unificado Maltrato Infantil) señaló, entre 2022-2023, 21.521 notificaciones, lo que supuso un incremento del 37,18% respecto al año anterior.

La forma más habitual de violencia fue la negligencia (42,75%), seguida por la violencia emocional, la violencia física y la violencia sexual. El 70,7% de los casos registrados son de nacionalidad española, y más del 50% corresponden a adolescentes de 11 a 17 años, destacando que el 32,01% de los casos registrados son chicos y chicas de 11 a 14 años, lo que no necesariamente significa que sean las franjas de edad donde más casos se den, ya que de cero a seis años la detección de víctimas de violencia es especialmente compleja. No existe una diferencia significativa de género en el número de notificaciones, aunque por tipo de violencia, hubo más notificaciones de maltrato físico y de violencia sexual infantil en niñas, siendo esta última una diferencia significativa.

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¿Qué se considera maltrato infantil? Pues bien, según la LOPIVI se entiende por violencia toda acción, omisión o trato negligente que priva a las personas menores de edad de sus derechos y bienestar, que amenaza o interfiere su desarrollo físico, psíquico o social, incluida la realizada a través de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), especialmente la violencia digital.

"En cualquier caso, se entenderá por violencia el maltrato físico, psicológico o emocional, los castigos físicos, humillantes o denigrantes, el descuido o trato negligente, las amenazas, injurias y calumnias, la explotación, incluyendo la violencia sexual, la corrupción, la pornografía infantil, la prostitución, el acoso escolar, el acoso sexual, el ciberacoso, la violencia de género, la mutilación genital, la trata de seres humanos con cualquier fin, el matrimonio forzado, el matrimonio infantil, el acceso no solicitado a pornografía, la extorsión sexual, la difusión pública de datos privados así como la presencia de cualquier comportamiento violento en su ámbito familiar”, se recoge.

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'Padres que duelen', un libro para entender el maltrato infantil

En la película de Rapunzel de Disney es la propia madre quien la encierra en un castillo donde nadie más que ella la puede ver. La madre sabe que tiene un poder -el de hacerla más joven- y no quiere que este se pierde. Así que esta la chantajea habitualmente para que crea que su madre la quiere y, "por su bien", la aleja de los peligros. Sin embargo, esa madre es la causante de todos sus males, pero para liberarse, no solo tendrá que salir del castillo, sino superar y entender que su madre -en realidad- no la quiere. Aunque el trasfondo de la película va mucho más allá, el mensaje a veces es claro: no siempre los padres y madres quieren a sus hijos.

De esto habla en su libro la psicóloga sanitaria Beatriz Ortega, que ha escrito 'Padres que duelen' (editorial Desclée De Brouwer, 2025), un libro que combina historias reales y reflexiones profundas con herramientas prácticas y orientación para el trabajo terapéutico. Es todo un viaje hacia las profundas cicatrices que deja el maltrato infantil y su impacto en la salud mental en la edad adulta. Charlamos con ella para entender cuáles son las secuelas que deja el maltrato infantil en la edad adulta y cómo podemos identificarlo.

Pregunta: ¿Cómo afecta a una persona una vida de maltrato? ¿En qué áreas de su vida suele ser más evidente que ha habido negligencias por parte de los padres?

Respuesta: Una vida de maltrato no solo hiere: construye una forma de existir. El niño que creció en un entorno dañino aprende a mirar el mundo desde la hipervigilancia, la insuficiencia o el miedo, porque la infancia fue un campo de supervivencia. En la adultez esto se hace evidente en varias áreas: en la autoestima, en la capacidad de regular emociones, en la elección de parejas, en los límites personales y en la identidad. Una persona maltratada suele llegar a la adultez creyendo que el problema siempre es ella. Y no, el problema fue el ambiente que moldeó su historia.

P: ¿Qué se entiende por maltrato? Porque vemos en el libro que no solo estamos hablando de violencia física, ahora mismo ya se incluyen otros parámetros.

R: Hoy sabemos que el maltrato no se limita al golpe o al grito. Maltrato es todo aquello que rompe la dignidad psicológica del niño: humillación, chantaje emocional, comparaciones, indiferencia afectiva, sobreprotección extrema, invalidación, desprecio, burlas hacia el físico o la personalidad, y también el silencio frío que deja al niño solo frente a su angustia. El maltrato psicológico, el más silencioso, es también el más negado. En muchos hogares no hubo agresión física, pero sí hubo daño emocional profundo.

P: ¿Se puede saber por el tipo de apego de la persona si ha tenido una infancia con maltrato? Me imagino que a veces a las personas nos cuesta identificar que nuestros padres nos han hecho daño…

R: El apego es una especie de radiografía emocional de la infancia, una huella que no se ve, pero que se manifiesta en cómo nos relacionamos, en cómo buscamos afecto y en cómo reaccionamos ante la vulnerabilidad. No es una herramienta diagnóstica en el sentido estricto, pero sí ofrece claves muy potentes sobre cómo fue el entorno emocional en el que creció la persona.

Por ejemplo:

  • Un apego evitativo suele apuntar a infancias donde expresar emociones no era seguro, donde hubo frialdad, críticas o distancia. El niño aprende a no necesitar para no sufrir.
  • Un apego ansioso suele surgir en hogares imprevisibles: a veces había afecto, a veces rechazo. Eso genera adultos hipervigilantes, que vigilan señales de abandono constantemente.
  • Un apego desorganizado es el más ligado a maltrato claro: son historias donde el cuidador fue también la fuente de miedo o dolor. El niño vive en contradicción: necesita a quien teme.

Y luego está la parte más compleja: a muchas personas les cuesta ver que sus padres les hicieron daño porque el vínculo con los padres no se cuestiona fácilmente. El niño tiende a proteger la imagen de sus cuidadores para no romperse por dentro. Así que, de adultos, muchos minimizan:“no fue para tanto”,“mis padres hicieron lo que pudieron”, “eso es cosa del pasado”. Pero el cuerpo recuerda. El apego recuerda. El patrón relacional del adulto funciona como un código que nos dice“esto es lo que aprendiste que era el amor”. En terapia, comprender el tipo de apego no es para culpar a nadie, sino para dar sentido a por qué nos relacionamos como lo hacemos, qué heridas siguen actuando, y cómo puede la persona empezar a construir vínculos más seguros, aunque su infancia no lo fuera.

"Criticar el cuerpo de un niño no es “educarlo”, es romper su autoestima en su fase más temprana"

P: Qué daños generan unos padres que siempre hablan mal del físico de un niño. Es un tipo de maltrato, ¿verdad? ¿Qué hay detrás?

R: Sí, es maltrato. Criticar el cuerpo de un niño no es “educarlo”, es romper su autoestima en su fase más temprana. Las consecuencias pueden ser graves: vergüenza corporal, culpa por mostrarse, dificultad para relacionarse, autoexigencia extrema, trastornos de la conducta alimentaria, comparaciones constantes. Detrás suele haber padres con heridas no resueltas como inseguridades proyectadas, narcisismo, frustración personal o necesidad de controlar la imagen del hijo para sentirse ellos valiosos. Cuando un padre se burla del cuerpo del niño, el mensaje real es: “tu valor depende de encajar en lo que yo quiero”. Ese mensaje es devastador.

P: ¿Qué es la negligencia emocional y cómo se percibe en la adultez?

R: La negligencia emocional es lo que faltó: consuelo, atención, afecto, validación, disponibilidad. No deja marcas visibles, pero crea un vacío muy profundo. En la adultez se expresa con dificultad para identificar emociones, miedo a pedir ayuda, sensación de vacío, exigencia extrema hacia uno mismo, atracción hacia relaciones donde uno se siente poco importante. La persona creció aprendiendo a no necesitar a nadie, porque nadie estuvo realmente disponible.

P: Vemos también que la sobreprotección es una forma de maltrato infantil, entiendo que llevada al extremo. ¿Cómo afecta?

R: La sobreprotección extrema comunica un mensaje muy claro: “tú no puedes”. Y ese mensaje va calando. Un niño sobreprotegido se convierte en un adulto inseguro, dependiente, con miedo a equivocarse, con poca tolerancia a la frustración y con dificultades para tomar decisiones. Es una forma de maltrato porque anula la autonomía. El niño no desarrolla herramientas para manejar la vida porque siempre hubo alguien interfiriendo por él.

P: ¿Cuál es para ti el maltrato más difícil de curar?

R: El más difícil de curar es el maltrato que ataca directamente la identidad del niño: aquel que no se limita a una conducta concreta, sino que se convierte en un mensaje permanente sobre quién es el niño. Me refiero al maltrato basado en la humillación, la desvalorización constante y la construcción de una narrativa interna como “soy un error”, “soy una carga”, “no valgo nada”.

Este tipo de maltrato es especialmente dañino porque no solo afecta a lo que el niño vivió, afecta a lo que cree ser. Cuando un niño crece escuchando, explícita o implícitamente, que no es suficiente, que es un problema o que no merece respeto, esa información se graba como una identidad, no como un recuerdo. Sanar este tipo de daño implica un trabajo profundo: desmontar creencias nucleares muy arraigadas, reconstruir el autoconcepto y ayudar a la persona a distinguir entre lo que vivió y quién es realmente.

El golpe físico puede curar en días. La identidad atacada puede tardar años en reconstruirse.

P: También abordas un tema del que se habla poco que es el de las madres que compiten con sus hijas. ¿Cuál es la explicación psicológica?

R: Cuando una madre compite con su hija, la maternidad se rompe. La hija deja de ser hija para convertirse en rival. Suele ocurrir más con hijas porque son espejos: reflejan juventud, belleza, autonomía o potencial que la madre no tolera. Las consecuencias para la hija son profundas: culpa por brillar, miedo al éxito, necesidad de hacerse pequeña e inseguridad crónica. Es una herida narcisista en la madre que se proyecta hacia la hija, que crece creyendo que su brillo daña.

P: Aceptar que la vida no es justa, dices que es el primer paso para sanar una relación con los padres. ¿Qué es lo que más cuesta cuando alguien acude a consulta con problemas derivados de sus progenitores? ¿Cómo se le ayuda a recomponer su vida a esa persona?

R: Lo más difícil es aceptar que la infancia no volverá, que no habrá reparación externa y que los padres no van a convertirse ahora en lo que no fueron entonces. Ese duelo por unos padres “vivos, pero ausentes” es uno de los más dolorosos.

En terapia trabajamos en varios ejes:

  • Poner nombre al daño,
  • Identificar el guion de vida heredado,
  • Desmontar creencias de culpa o insuficiencia,
  • Aprender a poner límites,
  • Construir un reparenting interno para cubrir necesidades que nunca fueron atendidas. Convertirse en la figura de apego seguro que no se tuvo en la infancia.

Recomponer la vida implica pasar de esperar algo de los padres, a darse uno mismo lo que no recibió.

P: La persona debe ejercer el autocuidado y para ello, ¿qué es imprescindible? ¿Qué es lo que para ti es mejor si esa persona ha sido maltratada por sus padres en el grado que sea?

R: El autocuidado real no es superficial: es tomar decisiones difíciles. Para alguien maltratado implica decir “no”, poner límites, alejarse de vínculos dañinos, pedir ayuda sin vergüenza, descansar sin culpa y tratarse con respeto, pero lo imprescindible es lo más íntimo: reconocerse digno de cuidado. El maltrato convence al niño de lo contrario, así que la recuperación empieza por reconstruir la dignidad interna. Lo mejor que puede hacer es iniciar un trabajo terapéutico centrado en trauma y apego, y rodearse de relaciones donde no tenga que mendigar afecto. Sanar no es olvidar lo vivido sino es impedir que esa herida siga escribiendo la vida adulta.