¿Qué esperar del regreso de Netanyahu?

  • El líder del Likud volverá a ser, a los 73 años y dieciséis meses después de ser desalojado del poder, primer ministro de Israel aupado por una alianza de partidos nacionalistas, religiosos y ultraconservadores.

  • Entre las grandes preguntas que plantea el regreso de Benjamin Netanyahu al Gobierno figuran cuál será la posición ante el conflicto en Ucrania, el acuerdo alcanzado con Hizbulá para la delimitación de aguas con el Líbano y si habrá tensiones con la Administración Biden

Benjamin Netanyahu (Tel Aviv, 1949) volverá a convertirse a mediados de mes en primer ministro del Estado de Israel. A los 73 años recién cumplidos, regresa -16 meses después de haberlo abandonado- a un cargo que ya había ocupado más tiempo que nadie en la historia de su país: 15 años en dos etapas. Lo hace gracias al frente de una coalición de partidos conservadores con la que reúne 64 de los 120 escaños en la Knéset en las quintas elecciones celebradas en menos de cuatro años. Su formación, el Likud, primera fuerza en el Parlamento, obtuvo el 23,4% de los votos y 32 diputados, dos más que en marzo de 2021.

La gran perdedora ha sido la coalición centrista encabezada por el actual primer ministro, el periodista Yair Lapid, líder de Yesh Atid (segunda fuerza de la Knéset, la formación experimentó incluso un pequeño crecimiento respecto a las elecciones de marzo de 2021).

Caso aparte merece el análisis de la debacle continuada de la izquierda en general y los laboristas en particular. La formación, otrora gobernante, consiguió el martes pasado un exiguo 3,25% y cuatro escaños en la Knéset. Según la especialista Tamar Hermann, del Instituto de la Democracia Israelí, un 60% del electorado se identifica como de derecha y sólo entre el 12 y el 14% se sitúa en la izquierda, recogía recientemente la CNN. Una realidad inexorable que explica el comportamiento electoral israelí.

Pero, a diferencia de las anteriores ocasiones, Netanyahu volverá apoyado por una emergente coalición de partidos situados más a la derecha que el suyo, que se benefician de la alta participación en las elecciones: un 71,3%, la más alta desde 2015. Lo cierto es que las elecciones fueron, como preveían los especialistas, una batalla entre partidarios y detractores de Netanyahu y no un enfrentamiento entre bloques ideológicos, habida cuenta de la presencia de formaciones sobre el papel afines al Likud en la variopinta coalición derrotada.

A la cabeza de las formaciones victoriosas se encuentra el Partido Sionista Religioso, una formación de adscripción ultranacionalista, conservadora y antiárabe que, con sus 14 diputados y casi el 11% de los votos, contará con varios de sus miembros en importantes responsabilidades en el futuro Ejecutivo. En lista se encuentran los supremacistas judíos del movimiento Otzma Yehudit, que encabeza el controvertido Itamar Ben Gvir, la gran figura emergente de la política israelí. Hace dos años su formación obtuvo apenas el 0,42% de los votos sin lograr representación parlamentaria.

Para gran parte de los medios y analistas israelíes Ben Gvir, de 46 años, fue el verdadero triunfador de las elecciones en previsión del papel que desempeñará en el futuro Gobierno y el protagonismo que adquirirá en la política israelí en los próximos años. Completan la alianza de partidos liderada por Benjamín Netanyahu la formación Shas, de adscripción sefardí ultraortodoxa, que pasa de 9 a 10 diputados, y Judaísmo Unido de la Torá, de base electoral askenazí y jaredí, que repite con 7.

Interrogantes en la escena internacional

En política exterior es más que previsible que el nuevo gobierno sea más asertivo en la contención de la amenaza iraní y tan reacio como hasta ahora a poner coto a los asentamientos en Cisjordania y hacer concesiones a los palestinos, lo que puede enterrar en los próximos años y para siempre la posibilidad de un Estado para sus vecinos. Los representantes del Partido Sionista Religioso se han manifestado con claridad a favor de la anexión y absorción de Cisjordania por parte de Israel.

A pesar de los llamados de auxilio reiterados del presidente Volodímir Zelenski –apelando al importante componente judío ucraniano y del importante número de ciudadanos israelíes con raíces en el país de Europa Oriental- a la administración saliente, no se espera que Netanyahu –aunque durante la pasada campaña el futuro jefe del Ejecutivo israelí se mantuvo en una calculada ambigüedad- modifique sensiblemente la posición de Tel Aviv en el conflicto en Ucrania. Desde el comienzo de la guerra, Israel, que ha sido capaz durante años de trabar unas buenas relaciones con la Rusia de Putin a pesar de sus estrechísimos lazos con Estados Unidos, ha mantenido un calculado equilibro en el escenario ucraniano al negarse a proporcionar armamento a Kiev. 

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Promotor de los Acuerdos de Abraham, Netanyahu mantendrá intacta su decidida apuesta por profundizar en las relaciones económicas y políticas con los países árabes adheridos a aquellos. Uno de los indudables éxitos de la carrera política de Netanyahu ha sido relegar progresivamente al olvido en la escena internacional el problema palestino, que no ha sido óbice para que cada vez más países árabes se dispongan a cooperar con Tel Aviv. El próximo mes de enero la ciudad de Dajla, en el Sáhara Occidental, volverá a reunir en la secuela de la llamada Cumbre del Néguev a los representantes de Marruecos, Emiratos Árabes Unidos, Jordania, Bahréin, Egipto, Israel y Estados Unidos.

Respecto a Marruecos, con el que Israel restableció formalmente relaciones diplomáticas en diciembre de 2020, tampoco se esperan cambios en las relaciones bilaterales en la nueva etapa. La normalización de relaciones se selló con Netanyahu en su anterior período como primer ministro y fue el gabinete presidido por Naftali Bennett el que suscribió con Rabat en noviembre de 2021 un flamante acuerdo en materia de defensa. Sin embargo, la naturaleza nacionalista y antiárabe de una parte de la coalición gubernamental augura que el proceso de acercamiento de Tel Aviv hacia Arabia Saudí se verá frenado en los próximos meses.

¿Tensiones a la vista en las relaciones con Washington?

La alianza más inquebrantable de la política internacional, el eje Washington-Tel Aviv, se verá puesta a prueba en los próximos meses. Como recuerda la CNN, el presidente estadounidense Joe Biden mantiene teóricas diferencias con Netanyahu sobre los asentamientos y el trato a los palestinos en Cisjordania, así como en la aproximación al problema del Irán nuclear.

En una reciente columna, el veterano columnista de The New York Times Thomas Friedman se hacía eco de una información del portal Axios en la que se hacía eco de lo que el senador Bob Menendez, presidente del Comité de Relaciones Internacionales, le dijo al propio Benjamín Netanyahu en un viaje a Israel el pasado mes de septiembre: la presencia de “extremistas de extrema derecha” podría provocar una erosión “seria” al apoyo estadounidense. Al fin y al cabo, la relación de Netanyahu con la Administración Obama, en la que Biden se desempeñó como vicepresidente, estuvo marcada por importantes momentos de tensión respecto a Irán.

Otra de las posibles áreas de fricción serán las relaciones entre la nueva administración e Hizbulá, el todopoderoso partido-milicia libanés. Netanyahu no ha ocultado su oposición al acuerdo recientemente alcanzado entre el gobierno saliente y Beirut –con el apoyo de la formación chiita- para la delimitación de aguas territoriales, lo que alejaba el fantasma de una nueva confrontación armada y sentaba las bases para la cooperación energética entre los dos vecinos. Del acuerdo, Netanyahu dijo que supone “una rendición” ante Hizbulá y el regalo al Líbano de “territorio soberano” de Israel.

A pesar, en fin, de que las exigencias gubernamentales de la nueva alianza gubernamental anticipa escenarios de tensión doméstica y regional, el carismático y rocoso primer Netanyahu, el hombre de la mano dura (“el soft power está bien, pero el hard power es incluso mejor”) y el éxito económico de la start-up nation, tendrá a su favor su dilatada experiencia como gobernante. Asimismo, la perspectiva de estar comenzando a escribir, con una guerra en el corazón de Europa, en medio de una profunda crisis internacional y con un país cada vez más polarizado, su legado postrero puede moverle a gobernar con mucha más moderación y templanza de lo que le exigirán sus socios.

El citado periodista Thomas Friedman avisaba, con todo, de que “no hemos visto esta representación antes, porque ningún líder israelí ‘había llegado hasta allí’ antes”. “He informado desde Israel para este periódico durante casi 40 años, a menudo viajando con mi querido amigo Nahum Barnea, uno de los más respetados, moderados, equilibrados y cuidadosos periodistas del país. Escucharle decir hace unos minutos al teléfono que “tenemos ahora un Israel diferente” me dice que estamos entrando de lleno en un túnel negro”.