La vida de Francisco antes de ser Papa: un técnico de laboratorio que ejerció la fe como portero de discoteca

La vida de Francisco antes de ser Papa.
La vida de Francisco antes de ser Papa. Foto: CORDON PRESS | Vídeo: Informativos Telecinco
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El papa Francisco, bautizado bajo el nombre de Jorge Mario Bergoglio, nació en Argentina el 17 de diciembre de 1936 en un hogar católico italiano. Hijo de emigrantes piamonteses y hermano de cuatro, comenzó a trabajar desde pequeño para poder ayudar económicamente a su familia, primero limpiando suelos en una floristería, y más adelante como portero de discoteca, un trabajo que, admitía, le ayudó a descubrir el secreto para devolver a la iglesia a aquellos creyentes que se habían alejado de la fe.

La juventud del papa

Antes de ingresar en su camino hacia el sacerdocio, Bergoglio trabajó también como técnico en un laboratorio químico, oficio que desempeñó tras diplomarse en la secundaria industrial Hipólito Yrigoyen, en Buenos Aires, el que sería su último oficio alejado de la vida de la iglesia.

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Su camino en la fe inicia en el seminario diocesano de Villa Devoto el 11 de marzo de 1958, en la Compañía de Jesús. Realizó sus estudios de humanidades en Chile y, al regresar a Argentina en 1963, se graduó en filosofía en el Colegio San José, de San Miguel. En los años posteriores, Francisco daría clases como profesor de literatura y psicología en el Colegio de la Inmaculada en Santa Fe, y más adelante en el Colegio del Salvador en Buenos Aires, antes de volver a los estudios, esta vez en teología.

A lo largo de sus inicios, Bergoglio demostró una fuerte vocación por el estudio y la docencia, una cualidad que le acompañaría a lo largo de su carrera como un maestro empedernido de los estudios humanísticos y fiel creyente de la docencia como poder transformador que, hermanado con el evangelio, podía sentenciar un cambio.

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A lo largo del proceso sacerdotal

El 13 de diciembre de 1969, el padre de la Santa Sede recibió la ordenación sacerdotal de manos del arzobispo Ramón José Castellano. En los años posteriores, entre el 70 y 71, proseguirá su carrera en Alcalá de Henares, Madrid, y tras meses de preparación emitió la ‘profesión perpetua’, los votos que marcan el compromiso consciente de consagrarse eternamente a Dios en aras de la caridad.

Mario Bergoglio volvió una vez más a su país natal para continuar su propósito evangelizador, un afán que llevaría a cabo como maestro de novicios en Villa Barilari en San Miguel, profesor en la facultad de teología, consultor de la provincia de la Compañía de Jesús y también rector del Colegio.

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En los últimos coletazos del S.XX, el pontífice fue elegido provincial de los jesuitas de Argentina, rector del colegio de San José y párroco en San Miguel, pero las fechas que marcarían el pulso de su carrera profesional llegaron en los años posteriores:

  • 20 mayo de 1992, Juan Pablo II, pontífice por entonces de la comunidad cristiana, le nombra obispo titular de Auca y auxiliar de Buenos Aires.
  • 13 de junio de 1997, es nombrado arzobispo coauditor de Buenos Aires, siendo seis meses más tarde arzobispo de Buenos Aires por sucesión, a la muerte del cardenal Quarracino.

La concesión de la Santa Sede

Conocido por su praxis disruptiva, recibió el papado como el pontífice 266 el 13 de marzo de 2013, de las manos de Benedicto XVI, y rechazó desde el primer momento el tradicional ostento de la institución. Francisco, el americano, el primero de su origen y el primero también de su nombre, el cual se dice anticipa que, al ser elegido indicaba que no tenía más riqueza que Cristo, fue conocido como el padre de la iglesia pero también de sus fieles, cercano y sencillo, cordial y amable, aquel que saludaba los días y paseaba de cerca, tomaba las manos de sus hijos y les pedía, “no tengáis miedo”, como ya lo hacía su predecesor, el polaco Karol Wojtyla.

Su doctrina bebía de una cristiandad humilde, que no idolatraba el dinero y que entendía la iglesia como un hospital de campo después de una batalla, fundada en la comunidad y atenta a la necesidad, la miseria, la indigencia y los enfermos.

Custodio del Mediterráneo, el obispo de Roma guardó en su iglesia a los inmigrantes como una parte indispensable de la comunidad cristiana, asegurando que el encuentro con ellos era también el encuentro con Cristo pues, recordaba, también él llamaba a la puerta de sus fieles hambriento y necesitado; tampoco olvidó una vida ni se perdonó un rescate que no consiguiera salvar a aquellos, también hijos suyos, que, movidos por la desgracia, morían antes de alcanzar la costa.

Roma despide al pontífice, y le reza el fútbol, honrando su tierra, con el recuerdo de un hincha que nunca olvidó al Almagro, ni Jorge Mario Bergoglio, ni el noviciado, ni el cura, ni el niño, ciclón hasta el fin de sus días, renombrado y sepultado como Francisco.

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