Julia, una alpinista cuya subida a la cima del monte Everest acabó con un edema pulmonar: "Pensaba que me iba a morir"

Julia, una alpinista cuya subida a la cima del monte Everest acabó con un edema pulmonar: "Pensaba que me iba a morir"
La historia de Julia, una alpinista de 44 años. RRSS
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Julia Lyubova tiene 10 años de experiencia en montañismo pero la cumbre del monte Everest se convirtió en todo un desafío para ella. La alpinista de 44 años reconoce que comenzó este reto con “la mentalidad equivocada”: “Creo que subestimé la montaña en términos de lo grande que es”.

"Estaba pensando en el Everest como un pico fácil. Cuando hablé con mis guías sherpas y mis amigos en Nepal sobre el Everest y lo difícil que es, dijeron 'oh, está bien. Para ti, no hay problema'”, recuerda la alpinista experta. Pero lo que empezó como un ascenso normal acabó con un rescate de emergencia, según informa 'People'.

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Todo comenzó con una tos

Julia Lyubova relató su recorrido a través de las redes sociales, donde comparte su día a día en su cuenta con más de 55.000 seguidores. Ella pensaba que con su experiencia escalando montañas, subir el Everest no supondría un gran esfuerzo. La mujer de 44 años ya había conquistado la cima de picos como el Cervino, el Monte Kilimanjaro y montañas más pequeñas como Ama Dablam y Manaslu.

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La historia de Julia en el Everest empezó en su subida a la cumbre después de aclimatarse y prepararse en el campamento base. La alpinista sintió un cosquilleo en la garganta al llegar al segundo campamento, a una altura de 21.000 pies. Ella creyó que se trataba de la 'tos Khumbu', el nombre que le dan los escaladores a la irritación respiratoria causada por el aire alto y seco.

Todo parecía indicar que era una reacción natural de su cuerpo a la altitud. Pero entre el segundo y tercer campamento, su energía se redujo: “Incluso mi guía me dijo: 'Julia, ¿qué te pasa? Normalmente eres un escalador fuerte, ¿por qué te mueves tan lento?' No sabía lo que era”. "Tenía el poder para ir, pero me sentía bastante lenta. Quería tomar descansos con mucha más frecuencia. Simplemente no me sentía bien”, recuerda.

“Quise dar la vuelta varias veces", confiesa

Al llegar al cuarto campamento, se encontraba mucho más afectada por la altitud. Una sensación que no había tenido antes en otras montañas. Y, durante el ascenso final, empezó a plantearse por qué seguía escalando si no se encontraba bien. "¿Cuál es el punto de someterme a todo este dolor y a todo este sufrimiento? ¿No me amo lo suficiente? Todas estas cosas pasaban por mi cabeza", resalta.

Pero decidió cambiar de actitud: “Quise dar la vuelta varias veces, pero luego no pude permitir que ese pensamiento entrara en mi cabeza porque si lo permitía, no encontraría la fuerza para continuar hasta la cima. Realmente tuve que luchar conmigo misma para asegurarme de no rendirme. Fue realmente difícil seguir presionando, seguir encontrando las razones para seguir adelante”.

Llegar a la cima le costó 30 minutos, 25 más de lo que ella hubiese necesitado en condiciones normales. Al conquistar la montaña, Lyubova sintió una mezcla de emociones. Necesitaba sentarse y procesar que estaba en la cima más alta del mundo: “Es realmente difícil hundirse allí. No lo asimilé hasta quizás una semana o algo después”. Y lo peor estaba por llegar: el regreso al campamento.

"Nunca he tenido tanto miedo por mi vida", reconoce la alpinista

De normal, se tarda dos días en llegar al campamento base y ella esperaba alcanzar el segundo campamento en su primer día de descenso, ya que así no necesitaría dormir con una máscara de oxígeno. “Me sentía muy incómoda durmiendo con oxígeno, me despertaba para comprobar que funcionaba”, asegura.

A medida que empezó a descender la montaña, comenzó a toser con flema verde y sangrienta. En el cuarto campamento, ya no podía respirar: “Caí de rodillas. Le pedí ayuda a mi guía y me puso mi oxígeno en el nivel de emergencia cuatro”, destaca la alpinista.

Pero el reto ya no fue solo físico, sino también psicológico. Tras volver a la normalidad y retomar el camino de vuelta, vio un cadáver y creyó reconocerlo: “Era una persona diferente, pero en ese momento no conocía la historia completa. Pensé que era el escalador que vi esa mañana descendiendo, y ahora lo estaba viendo en una especie de posición para dormir fuera del campamento. Pensé que murió ese día. Nunca he tenido tanto miedo por mi vida. Pensé 'voy a morir la siguiente'".

La flema estaba bloqueando sus vías respiratorias

Lo que estaba sufriendo era un edema pulmonar de gran altitud (HAPE), un mal de montaña potencialmente fatal que causa una acumulación de líquido en los pulmones. Empezó a caminar como un zombi y a moverse muy lento. Por la noche, sus pulmones comenzaron a emitir un sonido que alertó al guía. "Nunca antes había tenido estos problemas en mi vida con la altitud. No quería, estaba muy molesta por eso. Pero, ¿qué puedes hacer? Tu cuerpo acaba de decidir que así es como es", explica.

Un helicóptero la llevó al campamento base, donde todavía necesitaba oxígeno para ayudarla a respirar. Finalmente recuperó el control cuando llegaron al municipio bajo de Lukla. “De repente, tosí una gran cantidad de flema. No sé cómo encajaba dentro de mi garganta, pero creo que lo que estaba sucediendo es que toda esta flema estaba bloqueando mis vías respiratorias. Es por eso que no podía respirar y es por eso que se estaba convirtiendo en HAPE, porque obviamente estaba a gran altura”, sostiene.

Cuando llegó a Katmandú, fue trasladada inmediatamente a un hospital en ambulancia. Los médicos le realizaron pruebas para asegurarse de que su rápido descenso no empeorase su estado. Y, con la ayuda de antibióticos, logró controlar la infección en una habitación de hotel.

Sin duda, esta experiencia le sirvió para aprender los desafíos que supone subir esta montaña: "Nadie llega a la cima del Everest o deja el Everest sin verse afectado".