Lee McIntyre: “Nadie se levanta pensando que las vacunas tienen microchips, alguien está sirviendo esa mentira”

  • Experto en negacionismo científico, el investigador Lee McIntyre, del Centro para Filosofía e Historia de la Ciencia de la Universidad de Boston, explica NIUS cómo piensan anti-vacunas y otros rivales del pensamiento científico como los terraplanistas.

La campaña de vacunación contra la COVID-19 no ha ido tan bien como en España en muchas democracias occidentales.

Bien lo sabe Lee McIntyre (Portland, 1962), autor e investigador del Centro para Filosofía e Historia de la Ciencia de la Universidad de Boston. McIntyre, que también es instructor en la Escuela de Formación Continua de la prestigiosa Universidad de Harvard, es un experto en “negacionismo científico”, una actitud presente en mucha gente que no se quiere inmunizar frente a la COVID-19 en países como Estados Unidos, Brasil, Reino Unido, Australia o en regiones como Centroeuropa.

McIntyre, sabedor de que a la gente de este colectivo sólo se le puede hacer cambiar de opinión a través de un diálogo respetuoso, cara a cara y basado en la confianza, ha escrito un libro titulado How To Talk to a Science Denier o “Cómo hablar a un negacionista de la ciencia”, un volumen recientemente publicado en la prestigiosa editorial del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT Press).

El libro se nutre de encuentros en primera persona de McIntyre con gente más o menos tendente a negar las conclusiones del consenso científico. El ejemplo más extremo, al que dedica la primera parte de su libro, son los terraplanistas: gente que en pleno siglo XXI piensa que la tierra es plana.

McIntyre también habló con personas que se niegan a comer alimentos genéticamente modificados porque dicen que no son saludables y con trabajadores del sector del carbón, una de las industrias con argumentos para no seguir las recomendaciones de la reducción de emisiones de dióxido de carbono frente al cambio climático. McIntyre, según reconoce en esta entrevista con NIUS, no pudo cambiar la opinión de ninguno de sus interlocutores. Pero ese tampoco era su objetivo.

Su libro va de cómo hablar con personas cuyas ideas se mueven al margen de lo razonable respecto a los principios científicos. “Se puede hacer que la gente cambie de creencias. La manera de hacerlo es a través de conversaciones respetuosas cara a cara. No funciona siempre. De hecho, lo habitual es que no funcione. Pero es la única cosa que puede funcionar”, señala McIntyre.

Hay granjas de desinformación rusas dedicadas a socavar la confianza occidental en las vacunas.

La confianza, en esos diálogos transformadores, es fundamental. “El negacionismo científico no es tanto algo que tenga que ver con las dudas de la gente, sino con la falta de confianza. Y la confianza es algo que no se gana en una tarde. Para que haya confianza en una conversación, hace falta mucho contacto y mucho tiempo”, plantea McIntyre.

A él le preocupa que, precisamente, en estos tiempos de guerra híbrida, esa confianza de las sociedades occidentales en sus instituciones esté viéndose amenazada por campañas de desinformación que toman gran amplitud gracias a las redes sociales. A su entender, si hoy día hay regiones occidentales en las que la campaña de vacunación contra la COVID-19 está fracasando, este fenómeno tiene que ver con cómo está triunfando la propaganda anti-vacunas.

“Lo más importante que hay que saber sobre el fenómeno anti-vacunas es que es el resultado de la desinformación”, dice McIntyre.

P: Usted estuvo en contacto para escribir su último libro con terraplanistas y gente que, por ejemplo, se negaba a comer alimentos genéticamente modificados. Era gente que dice no creer en la ciencia o lo que usted llama “negacionistas de la ciencia” ¿Qué tienen en común todas esas personas?

Lo que tienen en común la gente que niega la ciencia, por ejemplo, los terraplanistas, los que niegan el cambio climático o no comen alimentos genéticamente modificados porque dicen que no son saludables son idénticas estrategias de razonamiento. Esto es algo que ya se identificó en su momento por científicos especializados en el área del conocimiento humano, y en esas estrategias hay cinco pasos. Primero, todos los que niegan la ciencia se dedican a seleccionar determinados argumentos para luego sobreestimar su importancia; segundo, creen en teorías de la conspiración; tercero, caen en razonamientos ilógicos; cuarto, se apoya en falsos expertos y; quinto, dicen que creerían en la ciencia si ésta cumpliera estándares, pero resulta que esos estándares son imposibles.

P: ¿No es desafiar el consenso científico también algo propio de la actitud científica?

Una pregunta que se me hace mucho es por qué yo llamo a alguna gente negacionistas de la ciencia cuando esa gente está desafiando el consenso científico. Yo lo que digo es que desafiar el consenso científico no es ser negacionista de la ciencia. Un negacionista de la ciencia no sólo desafía el consenso científico, sino que además no tiene evidencias para apoyar sus propias opiniones. Además, tampoco dicen qué evidencias harían falta para convencerles de que su opinión está equivocada. Los negacionistas de la ciencia están tan inmersos en sus propias opiniones que no hay evidencia que les haga cambiar su opinión.

La ciencia no ofrece la verdad, lo que hace la ciencia es crear garantías para tener una creencia racional.

P: Cuando usted estuvo en contacto con estos negacionistas de la ciencia, debió hacerles la pregunta clave para ver si alguien es capaz de cambiar de opinión. A saber: “¿Qué evidencias te haría cambiar de opinión?”. ¿Qué respondieron?

Esa era la principal pregunta que hice. Pero la respuesta que conseguí fue siempre muy insatisfactoria. Esa pregunta, por ejemplo, la hice sin cesar en el congreso de terraplanistas que visité en Denver en 2018. Ellos me decían: “¡Pruebas!”. Pero en ese evento, la gente no entendía de qué va la ciencia en realidad. Porque la ciencia no ofrece la verdad, lo que hace la ciencia es crear garantías para tener una creencia racional. A esto me refería cuando hablaba de que los negacionistas de la ciencia quieren ver en la ciencia estándares de funcionamiento imposibles de cumplir. Decían que la ciencia no puede ofrecer evidencias de que la tierra es redonda. Yo les respondía que ellos no pueden ofrecer tampoco evidencias de que la tierra es plana. A lo que me decían: “entonces estamos empatados”. Pero no.

P: ¿Por qué?

Porque hay muchas cosas que prueban que la tierra es redonda. Y sólo hay una que demuestre que la tierra es plana, a saber, nuestra experiencia sensorial antes de hacer cualquier comprobación científica.

P: Una actitud similar a la que describe en los terraplanistas también la estamos viendo en gente que no se pone la vacuna contra la COVID-19. En Europa, por ejemplo, los países germano-parlantes son los que menos se han puesto esa vacuna. ¿Le suena esta situación?

Por supuesto, esto está pasando por todas partes en el mundo. En Estados Unidos, la situación es probablemente la peor, por lo que sea... igual es algo político. Pero la oposición a las vacunas es también muy persistente en Brasil, en Inglaterra o en Australia. Estoy seguro de que en todos los países hay poblaciones con anti-vacunas. Pero atención, yo no estoy diciendo que todo el mundo que está preocupado por la vacuna sea un anti-vacunas. Hay gente que, sencillamente, tiene miedo y espera a obtener más información. Esperar, por ejemplo, a cosas como lo que digan autoridades como la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA), está bien.

Son negacionistas de la ciencia los que, independiente de la calidad de las evidencias científicas conseguidas, no cambian de opinión. Yo me pregunto, sabiendo que, según leía el otro día, se han inoculado ya en el mundo unos 7.000 millones de vacunas. ¿A qué espera esta gente? Si pasara algo malo de verdad, como la muerte tras cada inyección, me pregunto, ¿No se estaría ya informado de estas muertes en los medios? Hay gente que responde a eso: “sí, está ocurriendo, pero no se informa de ello”. ¿Lo ve? Volvemos a las teorías de la conspiración de las que le hablaba al inicio.

P: La gente que dice eso se está informado por vías que hacen imposible el compartir una misma realidad con el resto de la sociedad. Esto es un gran problema. ¿No es cierto?

En realidad sí que compartimos una misma realidad. Y esa realidad es que mucha gente anti-vacunas puede que muera si no se pone la vacuna. Pero ellos tienen otro relato sobre la realidad. Y ese es el problema. Porque lo más importante que hay que saber sobre el fenómeno anti-vacunas es que es el resultado de desinformación, me refiero a propaganda. Porque hay alguien ahí fuera inventando mentiras sobre las vacunas y ofreciéndoselas a la gente con la intención de que se las crean.

Putin está muy interesado en el éxito de la vacuna rusa contra el coronavirus y el fracaso de las vacunas occidentales. Con las vacunas ahora mismo, estamos como en una carrera armamentística.

No estamos ante un fenómeno que surja de la nada. La gente no se levanta un día pensando que las vacunas van a tener microchips en su interior. Alguien les ha servido esa mentira. La mentira de los microchips, por ejemplo, fue algo inventado por los servicios secretos rusos. Putin está muy interesado en el éxito de la vacuna rusa contra el coronavirus y el fracaso de las vacunas occidentales. Con las vacunas ahora mismo, estamos como en una carrera armamentística. Hay granjas de desinformación rusas dedicadas a socavar la confianza occidental en las vacunas.

P:¿Qué remedio hay ante esto?

El problema es que en una democracia, en una sociedad libre, no se puede poner a alguien en la cárcel por no ponerse una vacuna. En Singapur, por ejemplo, te dan golpes con una vara si vas por la calle sin mascarilla. En España o en Estados Unidos, no puedes hacer eso. En Estados Unidos tenemos la primera enmienda de la Constitución, que protege la libertad de expresión. Pero ese derecho no debería ser ilimitado. La doctrina que seguimos en Estados Unidos, en realidad, protege frente a la censura del estado. Pero en países como Alemania o Francia, está prohibido negar el Holocausto. Algo así es casi imposible que ocurra en Estados Unidos, al menos nadie lo está mirando de momento. Pero lo que las autoridades podrían hacer, dentro de la ley, es hacer más para que las compañías que están difundiendo esa desinformación, amplificándola, se hagan cargo del problema.

P:¿Por ejemplo?

Hay muchas cuentas falsas en Twitter, por ejemplo, que están sacando todas estas mentiras. El otro día, vi una cuenta en la que se veía la portada de mi libro, pero era una cuenta anti-vacunas en la que se presentaban como los autores de mi libro. Aquí sabemos que el 65% de la propaganda anti-vacunas está en Twitter era algo responsabilidad de doce personas. El Gobierno podría hacer más para regular esto. Porque se podrían hacer leyes para que actuaran estas empresas. Porque estas empresas no están tan sujetas a la primera enmienda de la Constitución.

Hay algo en la psicología humana que hace que a veces que no reconozcamos errores o que nos engañaron.

Piense en que Twitter echó a Trump de su cuenta. Estas empresas pueden hacer lo que quieran. Lo que el Gobierno podría hacer es forzar a estas empresas a que hicieran sus algoritmos más transparentes. Porque lo que está pasando es que esos algoritmos están aupando los mensajes más dañinos. Cuando le das “me gusta” a un tuit, el algoritmo te presenta veinte tuits – o los que sea – del mismo estilo. Pero ¿de qué sirve cuando todos esos tuits llevan mentiras?

P: Una de las ideas centrales de su libro es que, a la hora de hablar con un negacionista de la ciencia, hay que ser especialmente respetuoso. ¿Estamos viendo un comportamiento respetuoso con estos negacionistas de la pandemia?

Hay tres problemas en esta batalla. Primero, la creación de la desinformación. Segundo, la propagación de la desinformación. Mi libro está dedicado al tercer problema: el creer en esa desinformación. Luchar contra la creencia en la desinformación es la peor forma de ganar esta batalla. Lo mejor es parar a los que crean la desinformación y a los amplificadores de la misma. Porque la desinformación es como otra pandemia, no lo llaman “infodemia” por casualidad. Pero también es cierto que se puede hacer que la gente cambie de creencias. La manera de hacerlo es a través de conversaciones respetuosas cara a cara. No funciona siempre. De hecho, lo habitual es que no funcione. Pero es la única cosa que puede funcionar.

El otro día leía una información de la periodista Mia Jankowicz sobre cómo cuatro mujeres habían convencido a cerca de 400 personas a ponerse la vacuna contra la COVID-19 en Alabama. Las cuatro mujeres salían a la calle para hablar con quienes rechazaban la vacuna y convencerlas. Lo lograron a través de conversaciones honestas y respetuosas. Creo que la mejor manera de convencer a la gente para vacunare son los esfuerzos de la gente de la calle. Porque la gente no cree en las autoridades del Gobierno, la gente cree más en sus amigos y en sus vecinos. El negacionismo científico no es tanto algo que tenga que ver con las dudas de la gente, sino con la falta de confianza. Y la confianza es algo que no se gana en una tarde. Para que haya confianza en una conversación, hace falta mucho contacto y mucho tiempo.

P: Las ideas que uno tiene y las creencias que uno tiene son como cemento. Una vez esa idea o creencia está ahí, es muy difícil de destruirla, ya sea una idea cierta o propaganda.

Así es. Hay algo en la naturaleza humana que hace que cuando crees que algo es cierto, lo más probable es que nunca lo vayas a dejar de pensar, especialmente si es algo en lo que crees y en lo que has sido engañado. Acuérdese de Bernie Madoff, el hombre que usó una estafa piramidal, robando auténticas fortunas. Algunas de sus víctimas todavía no admiten que Madoff les estafó, aunque ese hombre esté ya incluso en la cárcel. Hay algo en la psicología humana que hace que a veces no reconozcamos errores o que nos engañaron.

P: Algo interesante es que esa actitud, igual que el negacionismo científico, afecta a todas las clases sociales, se observa en gente de todos los estratos sociales e ideologías. ¿Vio usted esa variedad de perfiles en la gente con la que se citó para escribir su libro?

Lo que me gustaría poder decirle es por qué esto es así. Hay gente que está investigado este asunto, escaneando incluso el cerebro de las personas que creen en estas cosas, para saber qué factor es decisivo. Yo no he visto resultados concluyentes sobre esto. Pero, basándome en mi experiencia, creo que estamos hablando de gente que creía en teorías de la conspiración. Hay una correlación ahí. Si te encuentras a gente que cree en teorías de la conspiración, es muy probable que esa persona tenga tendencia a acabar siendo un negacionista de la ciencia. Luego, otra cosa que ví entre los terraplanistas, es que en su biografía solía haber una experiencia de pérdida de confianza en otra gente. De alguna forma, estamos hablando de gente con tendencia a creer en teorías de la conspiración. Por eso, cuando algo terrible ocurre en nuestras vidas, ese es el momento de llevar más cuidado, porque es cuando somos más vulnerables.

Los científicos piensan que todo el mundo entiende cómo funciona la ciencia, pero no es así. Hace falta educación del público sobre esto.

P: Ahora estamos en momentos de gran incertidumbre por la pandemia, y también por la polarización política. ¿Hay una relación entre la polarización y el negacionismo científico?

La polarización forma parte de la campaña de desinformación a la que asistimos. Porque si quieres ganarte a la gente, no sólo tienes que sembrar un par de dudas, lo que tienes que hacer es que odien al que piensa diferente. Porque ahora, en Estados Unidos, la gente no está sólo rechazando la vacuna, sino que hay gente manifestándose con la foto de Anthony Fauci [el responsable de la lucha contra el coronavirus en Estados Unidos, ndlr.] pidiendo que lo metan en la cárcel.

P: Durante la pandemia, las autoridades - imagino que esto lo habrá visto en Estados Unidos también - han ido cambiando de criterio. Por ejemplo, sobre las mascarillas, se dijo primero que no eran importantes y luego obligatorias. ¿Es esto importante frente a la falta de confianza en las autoridades?

Muy importante. Porque la gente no entiende cómo funciona la ciencia. De hacerlo, se entendería cuando los científicos cambian de opinión a la luz de nuevas evidencias científicas. Lo deseable es que los científicos cambien de opinión cuando hay nuevas evidencias que les empujan a ello. Pero, cuando hay estos cambios de opinión, la gente, en lugar de entender el proceso, se siente engañada.

Sobre las mascarillas, lo que hizo que hubiera idas y venidas fue la llegada de nuevas informaciones y, bueno, también mala comunicación. Porque, en ocasiones, los científicos piensan que todo el mundo entiende cómo funciona la ciencia, pero no es así. Hace falta educación del público sobre esto. Hace falta que la gente entienda que la incertidumbre, la revisión, someter a test las opiniones de uno, todo eso, es una parte importante de la ciencia. Mi libro The Scientific Attitude iba precisamente sobre este tema.

P: No siempre ha habido esta actitud desafiante con las autoridades...

En los años 50, en Estados Unidos, se creía en la ciencia. Pero la gente no la entendía. Ahora esa creencia no es tan general. Y, frente a lo que dicen las autoridades, la gente busca en Internet lo que diga un falso experto y ya está. Hay mucha exposición a la desinformación que hay ahí fuera.

P: ¿Qué hay que entender por un falso experto?

Es difícil dar con detalle una definición de lo que es un falso experto. Pero, ¿Recuerda cuando Donald Trump dijo que tal vez beber lejía ayudaba contra el coronavirus? Esto es una típica afirmación de un falso experto. Yo a los falsos expertos los veo cuando tratan de venderte algo, cuando alguien trata de venderte un producto milagroso, pero no porque tenga evidencias científicas de lo bueno que es su producto. Un experto falso también es aquella persona que tomó mi último libro y se hizo pasar por el autor para llevar una cuenta de Twitter.