Loterías

¿Tiene la lotería algún beneficio emocional? Por qué jugar puede aliviar (o aumentar) el estrés

Un hombre compra lotería en una Administración de Lotería. Marta Fernández Jara - Europa Press - Archivo
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Para algunos, comprar un décimo de lotería es algo tan habitual como llenar el coche de gasolina; para otros, supone una válvula de escape emocional. Más allá del deseo de ganar, la ciencia sugiere que la esperanza de acertar activa circuitos cerebrales vinculados al bienestar momentáneo, aunque también puede derivar en estrés e incluso adicción.

La esperanza emocional: un respiro inmediato

Según los expertos, comprar un boleto de lotería puede estimular regiones cerebrales relacionadas con la recompensa, las creencias y la calma, generando con ello un alivio emocional similar al de prácticas contemplativas. En otros términos, la anticipación del resultado puede elevar el ánimo y proveer un respiro del estrés cotidiano. Esto se confirma con estudios como uno realizado a participantes de Reino Unido, que reportaron una mejoría en su estado de ánimo antes del sorteo, aunque sin impacto tras ganar un premio pequeño .

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Además, páginas sobre estrés y ocio digital, subrayan que la emoción de la posibilidad de ganar, a través de una descarga de dopamina, opera como distracción y reduce la ansiedad, aunque sea brevemente.

Riesgos emocionales reales: del espejismo al desengaño

No todo es positivo. Jugar también puede intensificar el estrés, sobre todo para quienes lo perciben como una salida económica. Se apunta que el uso de la lotería para calmar ansiedad o depresión puede evolucionar hacia un hábito problemático si se convierte en una "estrategia de afrontamiento" regular.

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Además, ganar no garantiza felicidad. Investigaciones académicas revelan que, aunque el azar ofrece satisfacción inicial, los efectos en el bienestar a largo plazo son leves y, en casos extremos, incluso contraproducentes. Esto encarna el concepto de "adaptación hedónica": una vez superado el pico emocional, volvemos a nuestro estado basal de satisfacción.

Por otro lado, la llamada “ilusión de control” añade una trampa psicológica: muchos creen que elegir personalmente los números o repetir rituales aumenta sus probabilidades, reforzando un sentimiento de control sobre situaciones marcadamente azarosas. Son mecanismos cognitivos que sostienen la esperanza, incluso cuando la lógica lo contradice.

Autoayuda o riesgo: un dilema psicológico

El equilibrio entre alivio pasajero y estrés sostenido es frágil. Para muchos, la lotería representa la única oportunidad de un cambio radical. Según Psychology Today, se alimenta de la narrativa ilusoria (“¿por qué no a mí?”) y de la tendencia a minimizar las probabilidades en favor del deseo. Ese estado de ánimo puede empujar a la repetición constante, una fuente de malestar financiero y emocional.

El contexto económico también pesa: estudios de la Universidad de Washington y analistas como George Loewenstein indican que personas con menos recursos tienden a gastar mayor proporción de sus ingresos en lotería, convirtiéndola en una carga que filtra emociones negativas y refuerza la precariedad emocional.

¿Hay una forma saludable de jugar a la lotería?

Para muchos, la clave está en la moderación consciente. Si la compra es ocasional, con un presupuesto fijo y sin expectativas altas, puede servir como un entretenimiento con efecto emocional positivo a corto plazo.

Sin embargo, los expertos alertan de señales de alerta: comprar impulsivamente, ocultar la actividad o usar el juego como refugio continúa el ciclo del estrés. El equilibrio está en impedir que la lotería se convierta en una estrategia emocional primaria o una respuesta al malestar. En su lugar, la esperanza debe combinarse con herramientas como la terapia, el ocio activo o el apoyo social.

Sí, jugar a la lotería tiene un efecto emocional tangible: puede aliviar el estrés y encender la ilusión momentánea. Pero también encierra riesgos: puede alimentar expectativas falsas, fomentar hábitos dañinos y provocar desilusión profunda. La clave está en equilibrar ilusión y realidad, esperanza y propósito mental. Como cualquier forma de entretenimiento, tiene valor siempre que no se convierta en una fuga emocional.