Cecilio Alonso, un manchego de alma rojiblanca

  • Juan de Dios Román lo fichó para el Atlético de Madrid de balonmano cuando tenía 15 años

  • Formó parte del equipo técnico de la selección española de balonmano, bronce en los JJOO de Atlanta 96

  • Cuando terminó su carrera nunca se aprovechó de favores, los hacía él a cambio de nada

Era otro tiempo para el deporte, no sé si mejor pero desde luego con un trazado más heroico, sin tanta sofisticación. Era una oportunidad romántica en la que las ilusiones, en muchas ocasiones, vencían a los intereses. Cecilio Alonso (Malagón, Ciudad Real, 1958) hubiera hecho carrera en cualquier disciplina deportiva compatible con la velocidad, la potencia, la energía y la fantasía. Y eligió el balonmano.

En aquel entonces, cuando los años sesenta cambiaban el sufijo por setenta, a los chicos altos los desviaban hacia el baloncesto pero siempre había quien detectaba el talento y sabía distribuirlo, darle la dirección adecuada. Así empieza contándomelo mientras descorcha un vino manchego, albaceteño, “Selectus”, del que hablaremos llegado su momento: “Empiezo a jugar a balonmano en el colegio de los Marianistas en Ciudad Real a los 8 años porque mi hermano jugaba allí también y porque mi entrenador de esa época era José María Barreda, que me enseñó los valores de este deporte. Entonces andaba por aquellos pagos un cura marianista que adoraba el balonmano y que cada vez que me veía jugar al fútbol o a baloncesto, me daba unos cucones con su silbato y me decía: “Ve con los del balonmano”.

“Años más tarde vine a jugar con el colegio un sectorial a Madrid, a Vallehermoso, fue ahí donde Juan de Dios Román para empezar mi carrera deportiva”.

Por esta puerta entornada de la conversación entra el expresidente de Castilla-La Mancha José María Barreda: “De Cecilio siempre he tenido la mejor opinión, incluso antes de que fuera una figura del deporte. Él era alevín y ya despuntaba mucho, yo jugaba con su hermano Roberto en juveniles. En aquel momento no había tradición de balonmano, los chicos altos, con su envergadura los orientaban hacia el baloncesto. Yo entrenaba también a los de esas categorías inferiores y creo haber contribuido en su decisión para que se inclinara por el balonmano. Por cierto, en aquel entonces estaba con nosotros de portero Rafa López León, que luego fue un gran jugador de pista”.

Cecilio en lo personal es un diez, y un manchego ejemplar, lleva a su tierra en el corazón, prendida de su alma”, remata el exmandatario.

Decía el compositor Héctor Berlioz que “la suerte no es suficiente; necesitas además el talento para tener suerte”.

El Atleti

Según Joaquín Sabina y su corazón rojiblanco, el Atleti son varias maneras de aguantar, crecer, sentir, soñar, aprender, sufrir, palmar, vencer y vivir. Cecilio Alonso se hizo atlético viendo partidos de su equipo de balonmano televisados por La 2 de TVE y quiso el destino que se viniera a Madrid para jugar en este club, primero en juveniles y luego ya en división de honor, aunque durante dos años su patria fuese un billete de avión a Barcelona: “El Atleti fue mi vida, aquí me hice jugador profesional y gané títulos, si bien es cierto, como bien dices, que me fui dos años al Barcelona (del 87 al 89) y más tarde volví al Atleti para terminar aquí mi carrera profesional en el 92”.

Durante los años ochenta se fraguó una generación de jugadores de balonmano que iba sentando las bases para ensamblar lo que luego habría de venir: una orquesta para instrumentos bien afinados. Una eclosión de triunfos jalonados a lo largo de los noventa y también en este siglo. Le pregunto si por entonces eran conscientes de aquello: “Juan De Dios cambió el balonmano de este país, en el Atlético de Madrid empezó a organizar una cantera con jugadores de toda España: vascos, catalanes, maños, manchegos... Pensaba mucho en el futuro y a partir de ahí, de él y de sus ideas se empezó a percibir que este era un proyecto sólido. Con él fuimos campeones de España en categoría juvenil durante tres temporadas consecutivas. Aquello nos dio mucha seguridad y permitió poner en valor a la sección de balonmano del club. Hizo un gran trabajo con todos nosotros”.

“Sí, los años 70 fueron los del trabajo de cimentación, con un progreso imparable que se hizo patente en el Mundial B del 79, en el que con España nos proclamamos campeones. Yo estaba a un gran nivel, había sido el máximo goleador de la Liga en tres ocasiones. Aquello fue un delirio, casi al final marcamos siete goles seguidos y nos impusimos a Suiza”. “En los años 80 se empezaron a obtener conquistas importantes: Atlético de Madrid, Barcelona, Granollers, Bidasoa, Teka... y otros clubes empezaron a despuntar. Con el Atlético jugamos por primera vez la final de una Copa de Europa, algo excepcional, fue en el año 85 y perdimos contra la Metaloplástika de Serbia que era como enfrentarse a los Harlem Globetrotters”. “Un año después jugamos la final de la Copa IHF que también perdimos frente al Granitas de Kaunas (Lituania). Ese boom se aprovechó y en los 90 (yo ya no estaba) continuaron los éxitos y, la verdad, me siento parte de eso”.

Para ser felices los aficionados solo necesitábamos la emoción, la incertidumbre de que la suerte es fugaz pero es vital encontrarla. Iban a venir tiempos de gloria, esos que se construyen sobre la memoria de los fracasos y la esperanza depositada en los triunfos: “Me acuerdo que en los periódicos deportivos de la época le dedicaban páginas dobles y triples al balonmano. Los programas de radio de éxito también le prestaban atención y por supuesto la televisión. Aquello abría puertas de élite a este deporte”.

Fue el año 96 un año de vientos favorables para el balonmano español, en un mismo año se consiguieron dos medallas: la plata en el Campeonato de Europa en España y el bronce en los Juegos Olímpicos de Atlanta. Dos competiciones muy exigentes y el primer éxito olímpico para la selección. Cecilio vivió ambas gestas formando parte del equipo técnico, lo recordamos así: “Fue inolvidable, Juan de Dios me llamó mientras yo estaba de comentarista en TVE y me ofreció integrarme en el equipo técnico para llevar la relación con los jugadores y con los medios. Ganamos esas medallas de manera muy merecida y se rompieron muchos esquemas: notábamos que el país empezaba también a creérselo. Había una hornada de jugadores fabulosa. Garralda, Massip, Urdangarín , Hombrados, Dujshebaev... Una generación que dejó huella”.

Localizo a uno de los grandes periodistas deportivos del país, un tipo legendario que estuvo en las grandes gestas deportivas que todavía perduran en nuestra memoria, José Ángel de la Casa, manchego como Cecilio, me atiende recluido en el descanso de su pueblo natal en Toledo, Los Cerralbos: “Conocí a Cecilio Alonso en la barra de Los Caciques. Cervecería, cafetería, bar, discoteca. Dependiendo de la hora. Templo de referencia entre los estudiantes progres y un poco pijos de la Complutense, en el madrileño barrio de Argüelles.

Madrid, años setenta y ochenta. Cecilio apareció acompañado de un amigo, y yo estaba esperando a Pedro González, magnifico comentarista de ciclismo, que murió muy joven.

Brillantes y fracasados. Era un punto de encuentro también de los que se habían vinculado a deportes emergentes como el rugby, atletismo, baloncesto, balonmano, ciclismo. Algo de fútbol. De todo un poco.

Yo había empezado a trabajar en Radio Peninsular de Madrid. La más musical. Deportes, lo justo. Estábamos en 1977-78, era domingo, por la tarde/noche. Cecilio había estado jugando un torneo de juveniles, creo recordar, en Montecarlo, y había sido proclamado mejor jugador. A través de Carlos Peña, le localicé y quedamos en vernos y hacerle una entrevista para la radio. Entrevista que emitíamos en el programa deportivo del lunes. Me apetecía mucho porque éramos paisanos y porque yo había jugado a balonmano en el colegio en Toledo y conocía un poco ese mundillo.

A ese primer encuentro le siguieron otros muchos. A mi me sirvió también para entrar en el balonmano en Madrid pues a través de Cecilio fui conociendo a Juan de Dios Román, personaje muy importante para la vida profesional de Cecilio, y Carlos Peña, porque era el delegado del equipo de balonmano del Atlético de Madrid.

Nuestro personaje es el prototipo del deportista de su época. Muy vinculado al equipo.

Al entrenador, Juan de Dios, que sacaba lo mejor de él en los momentos claves y decisivos y en los partidos cuando se necesitaba un poco más. Se transformaban. Se gritaban, se insultaban, se retaban. Y en esa lucha de ….Y tú más, ganaron muchos partidos.

Los mejores años de su vida deportiva fueron los que ambos coincidieron en el Atlético de Madrid, los peores, los de las lesiones. Ese maldito hombro!!

Aunque tiene un gran historial, ese maldito hombro le impidió estar en JJOO y campeonatos de Europa y del mundo. Me duelen sus ausencias por lesiones.

Y también siento que siendo, como ha sido, un deportista excepcional, una persona querida y admirada en toda España, no le he visto trabajar en ningún evento deportivo de los muchos que se han celebrado, de ningún deporte. Qué raro”.

La vida después del deporte

En un magnifico ensayo, “Un instante eterno”, el filósofo francés Pascal Bruckner cuenta que para Platón la escala de conocimiento debía seguir la de las edades, que solo los mayores de 50 podían contemplar el Bien. En este tramo del camino y ya muy concluida su vida deportiva, Cecilio se quedó a vivir en Madrid porque había descubierto el atractivo de esta ciudad construida por los que no somos de ella. Su enorme curiosidad le permitió ir haciendo hallazgos en la conversación, en la camaradería, en el asentamiento de su vida posterior, con la memoria y el conocimiento de todos los quebrantos en la vida de un jugador, con la noción precisa de muchas penas y todas las glorias.

Le insto a que hablemos de ello, de cómo es la vida de un deportista de élite el día después: “Tener una jubilación tan temprana no deja de ser un problema, es un salto al vacío importante. Mientras estás en la brecha te sientes muy seguro de lo que haces, de lo que sabes hacer: jugar al balonmano. Te consideran, tienes éxito profesional y de pronto es como si te cortaran los pies y te quedaras en el aire. En mi caso, el balonmano no es el fútbol en cuanto a reconocimientos económicos, me retiré a los 34 años y ya desde hacía un año había empezado a trabajar como comercial de imagen de algunas empresas multinacionales deportivas, de equipamiento deportivo, y empecé a introducirme en ese mundo, sabiendo también que tenía esa posibilidad por mi trayectoria. Comenzaba a instalarme en un mercado laboral normal y fui empezando a desenvolverme en otro mundo, en otro aprendizaje de vida”.

Uno de sus mejores amigos es otro exdeportista de élite, jugador de baloncesto del Real Madrid y la selección española, Fernando Romay. Le llamo para añadir su proverbial camaradería a esta distendida charla de sábado: “Conocí a Cecilio a los 17 años o un poco antes, la primera vez que le vi jugaba un partido en los Maristas de Chamberí, como deportista me maravillaron su fortaleza física y su poderío en el campo. Luego, un año más tarde, nos reencontramos en el Fox, un pub donde nos juntábamos las canteras del Real Madrid y del Atlético de baloncesto y balonmano respectivamente, y mi amistad con él se forjó como los buenos guisos, a fuego lento, viéndose acentuada al ser vecinos unos cuantos años.

Mi definición de Ceci es que es como el Mazinger Z, me explico, un monstruo en lo físico llevado por un niño por dentro. Todo el poderío externo lo tiene de dulzura, humanidad e inteligencia interior. Yo siempre digo que soy lo que soy gracias a la gente que me rodea y me ha rodeado a lo largo de mi vida y de Cecilio aprendí mucho y aprendo cada día que estoy con él. Su inteligencia para el negocio, su aplomo para las situaciones y su delicadeza para con los amigos hacen de él una persona especial. Somos un trío de vecinos -Agustín Rodríguez, Ceci y yo- muy 'sui géneris' donde los éxitos de uno siempre eran celebrados por los tres.

Cuando llegó a vivir a su casa, al lado de la mía, y estaba limpiando las ventanas mi mujer lo vio y entró gritando: “¡Pedazo vecino tenemos, está cañón!”, y cuando me asomo y ve que le saludo con plena confianza se chafó un poco. Ella siempre destaca lo bien que huele diciendo que hay muchos motivos para que te guste, pero su olor le chifla.

Una prueba de cómo es Cecilio se cuenta con lo que le ocurrió en la olimpiada del 84 en Los Angeles, fueron a la playa y haciendo el bruto, yo creo que era para molar ante algunas bañistas californianas, sin encomendarse a Dios ni al diablo salió corriendo para tirarse contra las olas que tenían una altura aceptable sin reparar que una vez que rompían quedaban escasos centímetros de agua... salió del chapuzón con la cara que parecía el Ecce homo de Borja.

Su humildad le ha hecho no aprovecharse nunca ni de sus amigos, ni de su estatus, porque siendo el referente de una época en el balonmano nacional e internacional, o teniendo amigos muy influyentes en muchos sectores nunca se aprovechó de favores, es más, los hacía él a cambio de nada.

Cecilio es de esas personas que te dan luz, de las que aprendes y que merece la pena tener cerca. Y agradeces a la vida que lo haya puesto en tu camino”.

En un viñedo de La Mancha

Selectus es un vino de las Bodegas Los Aljibes en Chinchilla de Montearagón (Albacete) y por afinidad manchega el que hemos consensuado para acompañar nuestra charla. Mientras el vino respira y se nos ofrece, Cecilio me cuenta: “El deporte te enseña cosas muy importantes para tu vida: la disciplina, ser metódico... Y cuando estás en competición vas al contrario de la vida común, juegas, trabajas el fin de semana que es el tiempo de ocio de la mayoría de los ciudadanos. Cuando lo dejé me dediqué a la actividad comercial y en ella comencé una intensa vida social. Si dejas los entrenamientos has de disciplinarte para poder mantenerte en forma. El balonmano tiene cierto parecido con el rugby, tiene un punto muy fraternal de tercer tiempo y de socializar mucho y eso también te ayuda en el tiempo posterior”.

Hablamos de lo bien que acompaña el vino, de lo que propicia la conversación. Le digo a Cecilio que afirmaba el doctor Alexander Fleming: “Si bien la penicilina cura a los hombres, el vino los hace felices”: “El vino en mi caso, continúa, va siempre asociado a la comida. Me gustan los de la Ribera del Duero y me despierta mucho interés la progresión de los manchegos en los últimos 15 ó 20 años, ha sido fantástica”.

Es el momento de dar cabida a otro amigo, al bodeguero Manuel Lorenzo, para que sea él quien nos cuente la historia de “Selectus”: “Este vino es el producto de una tierra llena de vida, en una finca de 900 hectáreas en la Meseta de Albacete. Un hermoso lugar donde la naturaleza se encuentra en estado puro; olivos, chaparros, sabinas, monte bajo, una cuadra notable de caballos de pura raza española, conejos, perdices... En esta finca hemos dedicado 180 hectáreas al cultivo de la vid.

Para elaborar Selectus, cosechamos a mano los mejores racimos de cabernet sauvignon, merlot, cabernet franc y syrah, haciendo una primera selección en el propio viñedo, el resto se hace en la mesa de selección antes de pasar a la sala de fermentación. Las uvas se vinifican por separado y se seleccionan los mejores depósitos de cada variedad. Tras la primera fermentación se lleva a cabo un preciso proceso en cada uno de los depósitos elegidos. Introduciendo una gran bolsa de aire, que presiona suavemente los hollejos de cada depósito para extraer un vino muy concentrado y de lata calidad.

Este vino pasa inmediatamente a barricas de roble francés, donde hace su fermentación maloláctica, una vez terminada la misma se trasiega a barricas nuevas también de roble francés donde permanece al menos 18 meses, hasta la hora de llevar a cabo el coupage y el posterior embotellado.

La etiqueta ha sido diseñada por un amigo nuestro y un gran artista, Óscar Mariné, que viste a Selectus de una manera rompedora, elegante, moderna, como el vino al que adorna”.

Bebemos y percibimos los colores de ese paisaje, de esa policromía albaceteña. Es un vino bien estructurado, complejo, con cuerpo, con matices minerales y frutas negras bien maduras: grosellas, frambuesas... Es sabroso, suave, goloso. Lo disfrutamos.

Se termina nuestra charla mientras repaso las imágenes de aquel jugador de vuelo veloz, potente, del aire elegante de su figura. Su leyenda permanece en la memoria y en su camiseta colgada en Vistalegre: el número 3 de un número 1.

Palabra de vino.