Entrevistas

Álvaro Trigo se quemó el 63% del cuerpo y fue trasplantado con piel artificial: "Me dijeron que tenía un 90% de posibilidades de morir"

Álvaro, durante su ingreso, arropado por su familia y amigos. Cedida
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La vida de Álvaro Trigo cambió para siempre la mañana del viernes 2 de febrero de 2018. Lo que debía ser un tranquilo fin de semana familiar en la casa de sus abuelos se transformó en una tragedia que marcaría de por vida a este joven de 28 años, quien sobrevivió a un incendio y su piel, quemada al 63%, tuvo que ser trasplantada con piel artificial.

“Era un día normal. Era un día muy frío, salí a dar una vuelta por el campo y cuando volví a la casa, estaba solo”, relata Álvaro en una entrevista con Informativos Telecinco. En ese momento, su madre y sus tíos habían bajado al pueblo a hacer la compra. Decidió encender la chimenea, una costumbre habitual en aquella vieja casa del campo, de techos altos y paredes gruesas.

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“Encendí la chimenea y me fui a la cocina, y de repente vi que se llenaba de humo. Fui para el salón y vi que el sofá y la mesa estaban ardiendo. Comencé a apagarlo y me acabé cayendo encima del fuego. Se me incendió la ropa, aunque en ese momento no me di cuenta”, cuenta.

El fuego avanzó sin control. Atrapado entre las llamas, el joven, que paradójicamente era aspirante a bombero, se enfrentaba a su propia pesadilla. “Intenté salir por la puerta de la cocina, pero estaba cerrada. Me dirigí a la puerta de atrás y también estaba cerrada. Pensé que me iba a morir”, expresa.

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El humo negro lo envolvía todo. Consciente de los peligros de la inhalación, aplicó su conocimiento: “Cogí un trapo, lo mojé en agua y me lo puse en la boca. Finalmente, conseguí salir por la puerta del salón, a tientas, sin ver nada”.

Cuando logró escapar, corrió —con el cuerpo en llamas— hacia la casa de sus tíos, a más de un kilómetro de distancia. “En aquel momento no sentía nada de dolor. Tenía la adrenalina a mil. Mis tíos llamaron a una ambulancia, que tardó 45 minutos en llegar ya que estábamos en mitad de la sierra. Cuando me metieron dentro de la ambulancia fue cuando empezó el dolor”, relata el joven.

“Las probabilidades de morir estaban entre un 80 y un 90%”

Álvaro cayó en coma al llegar al Hospital Virgen del Rocío de Sevilla. Tenía el 63% del cuerpo quemado. Los médicos vaticinaban lo peor. “A mis padres les dijeron que las probabilidades de morir estaban entre un 80 y un 90%. Para ellos fue terrible, porque seis meses antes había muerto mi hermana en un accidente de coche. Imagínate… fue muy duro”.

Durante diez días, Álvaro permaneció en coma, hasta que, como si de un milagro se tratara, despertó. “Cuando desperté del coma, lo primero que vi fue a mis padres. No podía hablar. Estaba drogado hasta arriba, pero me dijeron que las quemaduras habían mejorado mucho y que lo importante era seguir con la curación. Los médicos incluso me dijeron que podría correr la maratón de Sevilla un año después, lo cual parecía impensable”. 

Trasplante de piel “de ciencia de ficción”

Pero el camino no sería fácil. Álvaro debía someterse a trece operaciones y a un tratamiento experimental con piel artificial, desarrollado entre los hospitales Virgen del Rocío y Virgen de las Nieves de Granada. “No me podían cubrir toda la piel con injertos míos, así que me propusieron un tratamiento experimental. Cogieron un poco de mi piel, la llevaron a un laboratorio, crearon piel artificial y me la volvieron a poner. Era ciencia ficción”, manifiesta.

Confiar fue su única opción: “Con todo lo que habían hecho por salvarme la vida, no se me ocurrió dudar en el tratamiento. Confié plenamente”, dice.

Álvaro describe su ingreso como "un absoluto infierno" que duró 104 días. “Fue durísimo. Le decía a mis padres que no podía más. Sentía un dolor insoportable. Hasta pensé en que quizá querría morir en una de las operaciones”, revela. Pero el apoyo constante del equipo médico, su familia y amigos lo sostuvieron. “Salí adelante por ellos, por los médicos, por mi familia y por la fe. Confiar en Dios también me ayudó mucho”, comenta.

El proceso de curación fue lento y doloroso. Y cuando se vio por primera vez frente al espejo, fuera del hospital, apenas se reconoció. “Sentí terror. La piel artificial al principio tiene un color horrible. Me veía con 23 años y decía: ‘a ver dónde voy a ir yo con esto en la vida’. Pero mi mente no estaba en la estética, sino en sobrevivir”.

Su nuevo propósito: hacer retos extremos benéficos

Así, superar el fuego le cambió la forma de entender el mundo. “Estar cerca de la muerte le da mucho sentido a la vida. Ahora valoro todo más. Me considero una persona con suerte. Nunca me imaginé volver a tener una vida normal. Soy muy afortunado”, expresa.

Y quiso demostrarse —y demostrar al mundo— que su historia no acabaría en una cama de hospital. “Cuando salí del hospital no podía moverme. Pasé el verano tumbado. La gente me miraba con pena, y eso me dolía. Yo era el mismo. Por eso me propuse correr la maratón de Sevilla. Si la corría, nadie me vería como un inválido”.

Un año después del accidente, cruzó la meta de la Maratón de Sevilla, cumpliendo el reto que le hicieron los médicos al despertar del coma.

Desde entonces, Álvaro no ha dejado de enfrentarse a nuevos desafíos: ha escalado el Mont Blanc y el Kilimanjaro, y cruzado a nado el Estrecho de Gibraltar. “El deporte representa la lucha de uno contra sí mismo. Por eso practico deportes de riesgo, porque necesito sentir que puedo superar lo que me proponga”, asegura.

Cada reto tiene también un componente solidario. “Sobrevivir es increíble, pero luego te queda un vacío. Yo sentía que debía darle un sentido a haber sobrevivido. Así que decidí que cada reto sirviera para ayudar a otros recaudando dinero para diferentes causas”

Uno de sus proyectos más emotivos fue el que hizo junto al Real Betis Balompié, el equipo de sus sueños. “Corrí 110 km desde la casa de un chico quemado en otro incendio, al que le habían amputado las dos piernas, hasta el estadio Benito Villamarín para conseguir fondos para las prótesis de este chico. Corrí junto a mi padre. Lo logramos”, cuenta emocionado.

De todas sus aventuras, recuerda especialmente dos momentos: “En el Mont Blanc, cuando llegamos a la cima, sobrepasamos las nubes y arriba hacía sol. Pensé: casi me muero sin ver esta belleza inigualable”, dice. También recuerda con cariño su travesía a nado en el Estrecho de Gibraltar: “Se nos cruzaron ballenas, y al verlas pensé lo mismo: solo por ver esto ha merecido la pena sobrevivir”.

“El fuego me dio la vida”

Álvaro asegura encontrar paz en estos retos, y también un propósito. “Puede sonar raro, pero el sufrimiento y el sacrificio me hace feliz, porque se parece a la vida misma. Vivimos en una sociedad donde todo es fácil, pero la gente es cada vez más infeliz. Yo necesito luchar, sentir que mi cuerpo y mi mente pueden resistir”.

Su próximo desafío es mayúsculo: 250 kilómetros a pie por el desierto del Sahara, en modo supervivencia. “Será la última gran aventura para poner a prueba mi piel. Ya he superado el frío extremo; ahora me queda el calor del desierto.”

Hoy, Álvaro Trigo vive con la convicción de que el dolor puede transformarse en propósito. “No quiero morir, pero no me importa poner mi vida en riesgo por una causa solidaria. No hay mayor cárcel que vivir en una mente cómoda y sin motivación. Y hoy sé que soy muy afortunado. Casi me muero, pero al final… el fuego me dio la vida”, concluye.