Trasplantes

La segunda oportunidad de Julia, trasplantada de pulmón con 21 años: "No podía andar, fue increíble cuando volví a sentir mis piernas"

Julia Juan trasplantada de pulmón
A Julia Juan le trasplantaron sus dos pulmones a las 21 años. Cedida
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Julia Juan es valenciana y tenía poco más de 20 años cuando su vida dio un giro inesperado. Hoy habla con serenidad, pero también con una gratitud profunda. Convive con un trasplante pulmonar y ha encontrado en la danza aérea una forma de reconciliarse con su cuerpo.

Todo empezó en 2021, mientras estaba de Erasmus. Comenzó a notar una fatiga que no era habitual en ella. "Nunca me había cansado subiendo escaleras o haciendo rutas por la montaña. Yo siempre he sido una persona muy activa", recuerda. Al principio lo achacó a una mala alimentación, pero la sensación no desaparecía. Al volver a España, en enero de 2022, lejos de mejorar, fue a peor.

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Subir a su casa se convirtió en un esfuerzo enorme. Le faltaba el aire de forma constante. "Ahí pensé: aquí pasa algo". Pidió una analítica, pero la cita tardaba. Mientras tanto, su estado empeoraba. Fue a un festival y no podía ni bailar. Apenas podía caminar. Esa noche, al llegar a casa, ni siquiera podía tumbarse para dormir porque le costaba respirar. Al día siguiente, ni siquiera era capaz de ir andar de su habitación al baño que estaba en frente.

Ante esa situación, acudieron a urgencias. Allí descubrieron que su saturación de oxígeno era del 67%, cuando lo normal en una persona sana está entre el 95% y el 100%. "Las enfermeras pensaron que el oxímetro estaba roto. Pero no, la rota era yo", dice ahora con humor. La ingresaron directamente en la UCI y le administraron oxígeno. Ella, mientras tanto, no terminaba de asimilar la gravedad de lo que estaba ocurriendo.

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Tras estabilizarla, le comunicaron el diagnóstico probable: hipertensión pulmonar venooclusiva, una forma rara y grave de hipertensión pulmonar. Se trata de una enfermedad difícil de diagnosticar, con mal pronóstico, y en la que el trasplante pulmonar es, en muchos casos, la única opción. "Cuando empezaron a hablar de trasplante fue cuando fui realmente consciente de la seriedad de la situación".

Un verano en silla de ruedas y con oxígeno

Ese verano, con solo 21 años, Julia pasó los meses en silla de ruedas y con oxígeno. Aun así, guarda un recuerdo muy especial de ese tiempo. "Fue uno de los mejores veranos de mi vida", afirma. Sus amigos y su familia fueron su mayor sostén. La acompañaban a todas partes, llevaban regletas a los bares para enchufar su máquina de oxígeno y la animaban a seguir haciendo planes. "Sentí un apoyo y un amor que no olvidaré nunca".

En septiembre, su neumólogo fue claro: iba a trasplante "al 100%". Entró en la lista y en noviembre se activó el llamado 'Código Cero', el nivel máximo de prioridad, reservado para pacientes en situación crítica. Desde entonces, tuvo que quedarse ingresada de forma permanente. Incluso terminó los trabajos de fin de carrera desde el hospital, no por obligación, sino para mantenerse ocupada y despejada.

Julia junto a un familiar en el hospital

A la tercera fue a la vencida

Antes del trasplante definitivo hubo dos intentos. El primero fue especialmente duro, lleno de miedo y ansiedad, aunque, con el tiempo, cree que le ayudó a prepararse emocionalmente. A la tercera, el trasplante salió adelante. Estuvo ingresada desde el 17 de noviembre hasta el 31 de diciembre, incluyendo todo el proceso quirúrgico y la recuperación inicial.

Físicamente, la evolución fue muy rápida y positiva. A nivel emocional, no tanto. "Toda la positividad que había tenido antes se me acabó ahí", explica. Aparecieron la ansiedad y los ataques de pánico. Fue entonces cuando el acompañamiento psicológico, especialmente a través de la Asociación Valenciana de Trasplantados de Corazón y Pulmón (Avatcor), resultó clave. "Me ayudaron a entender que lo que sentía tenía nombre".

Recuerda con emoción el momento en el que volvió a caminar. Primero con andador, luego poco a poco sola. "Pasar de no poder andar a volver a sentir mis piernas en movimiento fue increíble". La rehabilitación se convirtió en su momento favorito del día: bicicleta, pesas, pequeños retos que le devolvían la confianza.

Rompiendo barreras con la danza aérea

La motivación, dice, llegó gracias al apoyo, pero también a sus propias ganas de poder a hacer todo aquello que la enfermedad le había quitado. Entre esas cosas estaba la danza aérea. La conoció gracias a una amiga de la universidad que se había iniciado en esta actividad cuando ella estaba enferma y, tras el trasplante, la invitó a ver un espectáculo. "Me enamoré". Durante el primer año no pudo practicar por la cicatriz, pero en cuanto el cirujano le dio el visto bueno, no lo dudó. "Ese mismo día me inscribí. No esperé".

Hace un año que practica danza aérea y para ella se ha convertido en una pasión. "Es romper barreras constantemente. Sentir mi cuerpo sano, en movimiento, es lo más gratificante". En marzo, incluso, competirá por primera vez.

Julia haciendo danza aérea

El trasplante, una segunda oportunidad de vida

Hoy, Julia es consciente de sus limitaciones, como la exposición al sol debido a la medicación inmunosupresora, pero no deja que eso defina su día a día. El trasplante, asegura, le ha dado una segunda oportunidad de vida. "No se lo deseo a nadie, pero volvería a pasar por ello por todo lo que he aprendido. Ha sido un antes y un después en mi forma de ver la vida".

A quienes están pasando por una situación similar, les lanza un mensaje claro: apoyo, paciencia y no dejar que el miedo paralice. Y termina con un agradecimiento muy especial: "Donar es fundamental. A mi donante y a su familia, que en el día más triste de sus vidas hicieron el más feliz de la mía. Siempre estarán en mi corazón".