Verano

Si usas la secadora en verano, podrías estar tirando dinero: cuándo sí compensa y cuándo no

Edificio con ropa tendida en el balcón. Pexels
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En el ecosistema doméstico de la eficiencia energética, pocas disonancias resultan tan flagrantes como la de encender la secadora en pleno mes de julio. En un país donde el termómetro roza o supera los 30 grados durante buena parte del verano y en casi la totalidad del territorio, la decisión de pagar por un proceso que la atmósfera ofrece de manera gratuita no es solo una anomalía lógica, sino también financiera y medioambiental. 

Sin embargo, la ecuación no es tan lineal como podría parecer: existen contextos, condicionantes y tecnologías que matizan, e incluso que a veces justifican, su uso estival. La cuestión es saber diferenciar cuándo hablamos de una verdadera necesidad y cuándo, sencillamente, de tirar dinero por el tambor.

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Secadora en verano: el coste invisible de la inercia

Utilizar la secadora cuando las condiciones climáticas permiten secar la ropa al aire libre es, objetivamente, un gesto económicamente disfuncional. Según la Organización de Consumidores y Usuarios, un ciclo de secadora tradicional, que son aquellas que funcionan con resistencias, puede consumir entre 2 y 4,8 kWh, lo que equivale, con los precios medios actuales, a un coste de entre 0,70 y 1,50 euros por ciclo.

Si esta práctica se mantiene con la misma frecuencia habitual que durante los meses de invierno, es decir entre dos y cuatro ciclos semanales, el sobrecoste acumulado a lo largo del verano puede oscilar entre 60 y 120 euros, a lo que se suma un impacto medioambiental notable, que se sitúa en torno a los 8 y 12 kg de CO₂ emitidos por ciclo en los modelos menos eficientes y antiguos del mercado.

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Paradójicamente, este derroche no responde tanto a la necesidad como a la inercia. Cuando el hábito de usar este electrodoméstico no se interrumpe al cambiar las condiciones externas, pese a que la naturaleza y sus ciclos de sol, viento y altas temperaturas ofrece, durante los meses de verano, un secado que resulta más eficiente, limpio y barato que cualquier otra alternativa.

No siempre es un disparate: cuándo sí compensa

A pesar de lo anterior, existen situaciones en las que el uso de la secadora, incluso en veranos calurosos, no solo es comprensible, sino también razonable. Por ejemplo, para quienes viven en zonas de alta humedad, como pueden ser Galicia, el Cantábrico o aquellos núcleos urbanos donde la condensación no da tregua, existe el peligro de tener que soportar secados lentos, ropa que huele a humedad o dificultades logísticas derivadas de la falta de espacios exteriores.

También es defendible su uso en viviendas sin balcón, edificios con patios interiores sombríos o para familias que conviven con problemas de alergias al polen, contaminación ambiental o restricciones de tiempo. En estos casos, la clave está en sacar el máximo provecho al aparato. Para ello, lo más recomendable es optar por modelos de bomba de calor, que consumen un 50-60% menos que las de resistencia, utilizar sensores de humedad, cargas completas y programas eco, que limitan tanto el gasto como la emisión de CO2.

Secar al sol: el lujo más barato que aún es gratis

La paradoja es curiosa, ya que en el mundo cada día más plagado de tecnología en el que vivimos, un gesto tan sencillo como secar la ropa al sol sigue siendo la opción más indicada en términos de sostenibilidad, coste y eficiencia energética. Un recurso que, salvo excepciones logísticas o climáticas, ofrece resultados impecables con un coste cero. Según OCU y FACUA, secar al aire libre permite ahorrar no solo electricidad, sino también prolongar la vida útil de la ropa, evitando la agresión térmica constante que producen los ciclos de secado.