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Inma Borrego, especialista en digestión: "Ir al baño es uno de los grandes termómetros de la salud digestiva"

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La entrevista, en una foto cedida por la editorial. Editorial Zenith
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¿Sabías que, en un individuo de 70 kilogramos, la microbiota intestinal pesa aproximadamente 200 gramos, similar al peso de un mango de tamaño medio? ¿Y que el tracto intestinal mide entre siete y diez metros de largo; y su superficie es comparable a la de un apartamento de 30 o 40 metros cuadrados? El intestino es todo un misterio, aunque actualmente, gracias a la divulgación de muchos especialistas, poco a poco estamos consiguiendo desentrañarlo.

¿Sabías que es capaz de recordar los alimentos que has comido gracias a su memoria inmunológica? Esta memoria le permite reconocer y responder a los antígenos, sustancias que desencadenan una respuesta inmunitaria, procedentes tanto de los alimentos como de los microorganismos. Ésta se desarrolla desde el nacimiento y evoluciona a lo largo de la vida, y permite al intestino recordar los alimentos que has comido, por lo que, durante la infancia, cuanto más expuesto esté tu sistema inmunitario a diferentes microorganismos, mayor será su capacidad de respuesta.

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Una de estas expertas en salud digestiva es Inmaculada Borrego, que convirtió su diagnóstico de colitis ulcerosa en una vocación por comprender el cuerpo en profundidad y acompañar a quienes viven con síntomas digestivos que nadie parece saber explicar. De ahí nace su libro 'Lo que tu mente calla, tu intestino lo grita' (Editorial Zenith), una guía donde explica cómo los nervios, el estrés acumulado, las emociones reprimidas e incluso las experiencias de la infancia pueden afectar directamente al aparato digestivo. Charlamos con ella para comprender mucho más acerca de nuestra salud intestinal y cuestiones tan básicas como estar pendientes del color de nuestra lengua o de nuestras heces.

Pregunta: ¿Qué pasa cuando, como dices, las analíticas salen bien pero tenemos molestias digestivas? ¿Dónde no estamos poniendo el foco? 

Respuesta: Cuando todo sale “bien” pero la persona se sigue encontrando mal, lo primero que suele oír es “será estrés”, como si eso cerrara el caso. Pero nadie se para a explicar qué significa realmente eso, ni qué hacer con ello. Muchas veces el foco está mal puesto. Miramos solo el intestino, pero no miramos la vida. No se exploran la historia personal, las emociones arrastradas, las cargas invisibles, el diálogo interno o el ritmo en el que se vive. Y todo eso también se digiere. El cuerpo no se inventa nada. Si se queja, es porque algo no va bien. Y, a veces, los síntomas son los únicos que están diciendo la verdad. 

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P: ¿Qué ocurre en el intestino y por qué está tan relacionado con las emociones? 

R: El intestino no solo procesa comida. Procesa experiencias. Está conectado con el cerebro, el sistema inmune y el sistema nervioso como si fueran líneas directas. Lo que vives, lo que reprimes, lo que no dices… acaba afectando ahí dentro. Llevo años viendo en consulta cómo el cuerpo reacciona cuando la vida se desordena, y el intestino suele ser uno de los primeros en hablar. La ciencia ya lo ha demostrado: el eje intestino-cerebro es real. Pero hace falta aplicar esa información con humanidad, no solo con tecnicismos. 

P: Además, suelen ir allí todas las emociones contenidas. ¿Qué tenemos que hacer para ir al núcleo? 

R: Lo primero es dejar de correr. Parar. Escuchar. Y tener el valor de hacerte preguntas incómodas. Porque no todo se arregla comiendo más sano ni atiborrándote de suplementos. A veces hay que mirar hacia atrás. Revisar cómo creciste, qué aprendiste sobre el amor, la seguridad, tu lugar en el mundo. Todo eso deja huella. Y muchas veces, esa huella acaba hablándonos a través del cuerpo. El intestino no está “mal”, sino que está expresando lo que tú no te atreves —o no puedes— poner en palabras. Ir al núcleo es dejar de huir. Y para eso hace falta acompañamiento, tiempo y mucha honestidad. 

P: ¿Cómo podemos cuidar nuestro intestino de nuestras emociones? Es imposible estar siempre feliz. 

R: No, no hay que estar siempre feliz. Ni se puede, ni se debe. No se trata de forzar una sonrisa, se trata de vivir con autenticidad. Cuidar el intestino desde lo emocional es empezar a vivir de forma más congruente: que lo que haces se parezca a lo que sientes. Porque cuando te fuerzas, te niegas o aguantas lo que no puedes más, el cuerpo lo acaba acumulando donde puede. Así que más que controlar las emociones, hay que permitirlas, transitarlas y darles un lugar donde no hagan daño. El intestino no necesita que finjas estar bien. Necesita que seas honesta contigo. 

P: ¿Qué papel juega nuestra microbiota y cómo la podemos tener equilibrada para tener una buena salud digestiva? 

R: La microbiota es un ecosistema gigantesco dentro de ti. Billones de microorganismos que no solo te ayudan a digerir, sino que influyen en tu inmunidad, tu energía y hasta en cómo te sientes. No están de adorno, no trabajan para ti, viven contigo. Te escuchan más de lo que imaginas. Y lo que haces cada día puede ayudarles… o ponerlos en tu contra. Si está equilibrada, te protege, te da energía, regula tu estado de ánimo, te ayuda a digerir y a defenderte. Pero si la vas desgastando —viviendo a toda leche, durmiendo poco, comiendo lo primero que pillas, sin moverte en todo el día, tomando medicación a lo loco, pegada al móvil 24/7, intentando controlarlo todo— ese ecosistema se rompe. Y tú, con él. Y no, no basta con tomar probióticos. Porque tu microbiota no responde solo a lo que comes, también, y sobre todo, responde a cómo te relacionas con el mundo, contigo misma, con tus rutinas, con tu descanso. El estrés sostenido, las emociones reprimidas, o incluso la falta de relaciones con personas que quieres, afectan directamente a ese ecosistema. Es, literal, un espejo de tu manera de estar en el día a día. Por eso, cuidar tu microbiota empieza por revisar cómo estás viviendo. Por bajarle el volumen al ruido interno y externo. Por nutrirte, sí… pero también por escucharte, por descansar, y por soltar lo que ya no te sirve. 

P: ¿Qué es tener una buena salud digestiva?

R: Buena salud digestiva es no tener miedo a comer. No vivir pendiente del baño. No sentirte hinchada cada día. Tener energía, buen ánimo, digestiones ligeras, apetito estable, regularidad.

P: ¿A qué síntomas podemos estar alerta? 

R: Los síntomas a los que deberíamos prestar atención son justo esos que se han normalizado: gases a la primera de cambio, hinchazón, urgencia al ir al baño… o justo lo contrario. Digestiones lentas, o que te dejan KO. Reflujo, ardor, o esa sensación de que la comida “se te queda ahí”. Ahora bien, esto no va de estar perfecta y sin síntomas el 100% del tiempo. La vida no es así. Habrá momentos de más carga, más tensión, más caos… y el cuerpo lo sentirá. Pero cuando tienes una salud digestiva sólida, sabes leer esas señales con perspectiva. No entras en pánico, ni en bucle, ni en culpa. Nada de eso es normal. Es común, pero no normal. Y cuanto antes lo identifiques, más fácil será darle la vuelta. Al final, se trata de entender que el cuerpo no te está pidiendo que lo ignores, sino que lo escuches. Por nutrirte, sí… pero también por escucharte, por descansar, y por soltar lo que ya no te sirve. 

La lengua es como una radiografía en miniatura de lo que pasa dentro

telecinco.es

P: ¿Cómo podemos saber que tenemos buena o mala salud digestiva cuando vamos al baño? ¿Tienes mucho que ver, no?

R: Muchísimo. Ir al baño es uno de los grandes termómetros de cómo está tu salud digestiva… y tu vida. Ni demasiado ni demasiado poco, ni muy duro ni muy blando. Sin esfuerzo, sin dolor, sin urgencias. Y por supuesto, sin rastro de mucosidad o sangre. Cada patrón dice algo. El estreñimiento, por ejemplo, no es solo que “vas poco” al baño. Muchas veces, el cuerpo se cierra porque estás en tensión, como si algo dentro se quedara bloqueado. Y sí, físicamente hay menos movimiento intestinal. Pero también puede ser que estés aguantando más de la cuenta en todos los sentidos. La diarrea es lo contrario: todo va tan rápido que ni te da tiempo a procesar. Puede haber una causa física (una infección, algo que te ha sentado mal), pero también aparece cuando vas a mil, como si tu cuerpo quisiera soltarlo todo y cuanto antes. La urgencia también habla. Ese “o voy ya o no llego” suele reflejar que vives en alerta. Y si hay mucosidad o restos, puede que el intestino esté inflamado, pidiendo descanso y cuidados urgentes. Lo que sale, habla de lo que pasa dentro. Si algo cambia de golpe, o se repite demasiado, escúchalo. No hace falta obsesionarse, pero tampoco mirar para otro lado porque el cuerpo habla. Otra cosa es que lo escuchemos.

P: Hablemos de la lengua: ¿qué pistas nos da? ¿Qué colores no debe tener y qué aspectos tampoco? 

R: La lengua es como una radiografía en miniatura de lo que pasa dentro. Un mapa que, si te fijas cada mañana, te da pistas. Si está muy blanca, puede ser que haya hongos —como candidiasis— o que estés acumulando más de lo que toca. Si la ves muy roja, como brillante o encendida, puede estar hablándote de inflamación o de alguna carencia, tipo hierro o vitaminas. Las grietas profundas no siempre son un problema, pero si hay muchas, pueden retener restos. Una capa espesa —la famosa saburra— puede indicar digestiones lentas. Y si los bordes están muy marcados, como con la marca de los dientes, también puede haber tensión o retención. No se trata de obsesionarse ni de jugar a adivinar enfermedades. Pero sí de conocerse un poco más. La lengua, igual que cómo vas al baño, es de esas cosas que casi nadie mira, pero que dicen mucho. A veces, incluso antes que el resto del cuerpo. 

P: ¿Qué enfermedades o problemas digestivos se pueden detectar prestando atención a nuestra lengua? 

R: La lengua, como decíamos, no te da un diagnóstico cerrado, pero sí lanza señales. Y muchas veces, antes de que los síntomas se vuelvan más evidentes. Puede reflejar desequilibrios como disbiosis intestinal, digestiones lentas, inflamación crónica, sobrecarga hepática o incluso un exceso de toxinas que el cuerpo no está sabiendo eliminar. No es la única herramienta, pero sí una más. Y cuando sabes mirar, te ayuda a conectar piezas. En la medicina china llevan siglos observándola. Y hoy, cada vez somos más los profesionales que la usamos como una forma más de escuchar al cuerpo. Porque hay cosas que el cuerpo no te dice con palabras, pero te las muestra igual. 

P: ¿Cómo es tu guía para tener una mejor salud digestiva?

R: Mi propuesta no va de hacer más, va de entender mejor. En el libro propongo un recorrido de 28 días para empezar a reconectar con tu digestión sin agobios, con pautas realistas y sin esa obsesión por hacerlo todo perfecto. Hablamos de alimentación, sí, pero también de descanso, emociones, historia personal y entorno. Porque si no entiendes el contexto, puedes pasarte la vida cambiando la dieta o buscando el suplemento perfecto y seguir sintiéndote igual. No se trata de darte otra lista interminable. Se trata de ayudarte a mirar desde otro ángulo. A entender por qué tu cuerpo responde como responde. Y desde ahí, sí: cambiar lo que haga falta, pero con sentido. Sin tanta lucha ni exigencia. Con esa misma compasión que tendrías con alguien a quien quieres. No busco que tu foco esté en tener una digestión perfecta, sino en dejar de pelearte con tu cuerpo y empezar a escucharlo de verdad. Porque cuando por fin entiendes lo que te pasa, empiezas a estar de tu parte. Y ahí es donde, poco a poco, las cosas empiezan a recolocarse. Y si te quedas con una sola idea, que sea esta: tu cuerpo y tú vais en el mismo equipo. Si eso te lo llevas, ya ha valido la pena escribir este libro.