Marta Segrelles, una de las psicólogas más leídas de España: "El problema de querer caer bien es llevarlo al extremo"
La psicóloga Marta Segrelles vuelve con su tercer libro 'No hay nada malo en ti', una guía que ayuda -bajo su propia experiencia- a reconciliarse con uno mismo
Mireia Darder, psicoterapeuta: "Cuando alguien ha sido muy dañado por los progenitores, no confía en nadie"
Antes de que Marta Segrelles se convirtiera en una de las psicólogas más leídas de España, fue una joven que no se quería o que sentía malestar consigo misma. Como explica en su cuarto libro, 'No hay nada malo en ti' (editorial Bruguera), muchas veces soplaba las velas en su cumpleaños sintiendo que quería ser distinta. Sin embargo, de cara a la galería -frente a sus amigos y familiares- ella era 'Miss Happy', una versión de sí misma que había ido construyendo. Lo que ocurría es que por dentro se sentía cada vez más sola y confundida. Decidió empezar terapia y hacer un Erasmus y, poco a poco, afloró en ella una Marta desconocida.
Después de años de estudios y de tratar a pacientes, escribió 'Abraza a la niña que fuiste' y 'Querida Mamá, me dueles', dos éxitos de ventas. En su tercer libro, Marta nos invita a un viaje introspectivo utilizando la terapia de las partes (IFS), un enfoque innovador que combina teoría y práctica para ayudarnos a entender y abrazar todas las facetas de nuestro ser. Charlamos con ella sobre autoestima y aceptación, y sobre su proceso para llegar a conseguirlo.
Pregunta: ¿Qué ocurría en cada cumpleaños cuando soplabas velas?
Respuesta: A veces pensamos que los cumpleaños son solo celebración, pero no siempre es así. En mi caso, durante algunos años cada vez que llegaba ese momento de soplar las velas, en vez de sentirme feliz, aparecía una sensación de vacío. Me encontraba recordando lo que no había logrado aún, o sintiendo que "todavía no era suficiente". Me costaba agradecer el simple hecho de estar cumpliendo un año más. Y ese momento, que para otros era de ilusión, para mí se convertía en un espejo de expectativas no cumplidas, y esto es algo que escucho en muchas ocasiones en terapia, se acerca ese día y hay algo que nos aleja de sentir ilusión y muchas veces es esa creencia de que hay algo malo en nosotras.
P: ¿Qué problemas de autoestima tuviste? ¿Fueron claves para desarrollar tu trabajo como psicóloga después?
R: La autoestima no es algo que solo le pasa a quienes van a terapia; también nos pasa a quienes la acompañamos. Mi autoestima ha ido muy ligada a hacer las cosas bien, a no equivocarme, a saber actuar correctamente en todo momento, a no sentirme perdida y, durante años, pensé que tenía que hacerlo todo perfecto era el motivo para que me quisieran. En nuestra infancia aprendemos rápidamente que es lo que en casa se valora más para sentir amor y, en seguida, captamos el mensaje implícito para que ese afecto no nos falte. Hay personas que tendrán que lograr ser las primeras, las mejores, las que no dan problemas, las rebeldes, las cuidadoras… Al inicio del libro ya explico el caso de Maya, una mujer que aunque sabía que ser exigente la agotaba, no podía dejar de serlo porqué sentía que estaba en juego el que los demás la aceptasen y la quisieran. No fue mi baja autoestima lo que me hizo ser psicóloga, quizá sí me impulsó a escoger carrera en ese momento, pero sí fue clave para entender con más compasión lo que viven otras personas.
"La autoestima baja no viene de la nada, hay personas que buscan comprender esos síntomas de culpa, vergüenza, de vacío en la actualidad y no encuentran las respuestas"
P: ¿Qué era lo que más te molestaba de tu personalidad y que ahora valoras?
R: Siempre he sido muy sensible. Puedo emocionarme con una película o llorar en momentos inesperados, y antes eso me daba vergüenza. Sentía que tenía que esconderlo. Pero con el tiempo en terapia entendí que no hay nada malo en sentir. Hoy valoro esa sensibilidad porque me permite conectar de verdad, ser auténtica, y también saber con quién me siento segura para mostrarme tal como soy, y que incluso es una cualidad que había heredado y que antes rechazaba y ahora me hace sentir cerca de ellos. Todavía quedan algunas secuelas de los mensajes sociales que escuchamos sobre las emociones, pero trato de actualizarlos de manera constante para sentirme segura en la relación conmigo misma.
P: ¿Qué hay detrás de una baja autoestima?
R: Muchas veces, no es que no nos queramos, es que aprendimos a protegernos para no volver a sentirnos rechazadas. La autoestima baja no viene de la nada, hay personas que buscan comprender esos síntomas de culpa, vergüenza, de vacío en la actualidad y no encuentran las respuestas.
Nos encontramos repitiéndonos algunos mensajes que en su día escuchamos y que no hemos tenido la oportunidad de revisarlos y cuestionarlos. La autoestima tiene muchas dimensiones (académica, social, corporal, emocional…); nos habla de si hay algún aspecto que ha sido herido en el pasado: frases que nos marcaron (“no hagas eso que molestas”, “así nadie te va a querer”, “tienes que portarte bien para que te acepten” “eres muy torpe”) y que se convirtieron en creencias que aún cargamos.
P: ¿Cómo se construye o se reconstruye la autoestima? ¿Qué es para ti esencial?
R: Siempre buscamos hacer cosas para subir nuestra autoestima, pero para mí es esencial entender que la autoestima no se “construye” como algo externo, sino que se reconstruye desde dentro, creando una relación interna segura. Hay personas que repiten algunos mantras de manera mecánica “soy suficiente” y se frustran porqué eso no les ayuda, pues no produce en ellas un cambio profundo. Antes de decirnos algo que todavía no nos creemos es esencial preguntarnos "¿Cuando me siento valiosa y suficiente?", "¿desde cuándo no me siento suficiente?", "¿de dónde viene esta sensación?". Y ese cambio de pregunta es la que nos puede aliviar esas heridas de verdad.
P: ¿Por qué sentimos que no somos suficientes?
R: Porque muchas veces, nadie nos hizo sentir que lo éramos. Si desde pequeñas recibimos amor solo cuando hacíamos “lo correcto”, es normal que hoy pensemos que tenemos que esforzarnos para ser queridas. Es un mensaje aprendido que parte de una herida, no una verdad. Es muy difícil tener esa sensación si nunca antes nadie nos ha hecho sentir así, es difícil que la primera respuesta hacia nosotras sea de escucha y de compasión cuando siempre nos hemos sentido juzgadas, cuestionadas o castigadas. Puede ser que de pequeñas nos sintiéramos contentas por una buena nota, pero quizá en casa no pensaban lo mismo o quizá de adolescentes compartimos con nuestras amistades un logro que no celebraron… y empezamos a acumular experiencias donde sentíamos que no tenía valor lo que hacíamos y, por tanto, nosotras tampoco.
P: ¿Qué tipo de síntomas o rasgos tenemos cuando estamos más pendientes de que nos acepten que de nosotros mismos? ¿Cómo podemos darnos cuenta?
R: Es una elección muy difícil: ser auténtica o estar acompañada. Hay veces que en la infancia elegimos renunciar a nosotras antes que quedarnos solas, ya que eso nos deja en el desamparo total. Y esto es algo que nos ocurre en la vida adulta, cuando actuamos desde la complacencia, no desde lo que queremos, sino desde el miedo a que las otras personas se enfaden, no nos acepten o nos rechacen y, desde ahí, nos pasan cosas como la dificultad en decir que no, repasar mentalmente las conversaciones buscando errores, adaptar nuestra personalidad según el entorno, evitar conflictos y desconectarnos de nuestras necesidades y no expresar lo que en realidad sentimos. Ahí necesitamos darnos cuenta que quizá en la actualidad hay relaciones que podemos gestionar desde otro lugar para sentirnos menos en tensión.
P: ¿Qué pasa cuando intentamos caer bien a los demás? ¿Qué podemos hacer?
R: Es normal querer gustarle a los demás, parece que ahora es mejor decir que nos da igual y no nos importa, y aunque es posible es difícil también. Somos seres sociales. El problema de esto es caer en el extremo, lograr que todo esté bien con todos pasa cuando dejamos de gustarnos a nosotras mismas por intentar encajar. No se trata de dejar de importar lo que piensen los demás, sino de no traicionarnos para caer bien.