Entrevistas

Tomás Aparicio, campeón del mundo en oratoria: "Vencer el miedo a hablar en público es como aprender a conducir"

Tomás Aparicio, en la final de la Liga Española de Debate Universitario, en 2024.. Mavi Escribano
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La palabra polarización sobrevuela el ambiente político y social también este 2025. Curiosamente, dos instituciones de distintos países -el diccionario estadounidense MerriamWebster y el neerlandés Van Dale- la eligieron como palabra del año 2024, y la FundeuRAE, la fundación promovida por la Agencia EFE y la Real Academia Española (RAE) para la defensa del buen uso de la lengua en los medios de comunicación en España y en América, también la escogió en 2023. Así lo explicaban: "El término "polarización" se ha impuesto al resto de las candidatas debido a su gran presencia en los medios de comunicación y a la evolución de significado que ha experimentado.

En los últimos años se ha extendido el uso de esta voz, que está recogida desde 1884 en el diccionario académico, para aludir a situaciones en las que hay dos opiniones o actividades muy definidas y distanciadas (en referencia a los polos), en ocasiones con las ideas implícitas de crispación y confrontación". Esta palabra se ha extendido en los medios de comunicación, donde se usa ya habitualmente para hablar de una situación donde los discursos y debates cada vez están más polarizados.

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Sobre esto habla en concreto Tomás Aparicio, campeón del mundo de oratoria en 2023. Este joven, que también ha sido también campeón de la Liga Española de Debate Universitario y jurado habitual en torneos académicos, es una de las voces más destacadas del panorama nacional en defensa del diálogo en contextos polarizados. Charlamos con él sobre su primer libro, 'El diálogo herido' (Plataforma Editorial, 2025), una obra donde quiere recuperar el arte de la oratoria como herramienta para sanar el discurso público y, sobre todo, donde se enseña a debatir sin destruir.

Pregunta: ¿Cómo fue para ti conseguir el premio al mejor orador del mundo en 2023?

Respuesta: Conseguir el reconocimiento a campeón del mundo de oratoria fue la culminación de un proceso de crecimiento en el mundo del debate, en concreto en el debate académico. Y fue especialmente satisfactorio, por tres razones. Primero, porque fue un reconocimiento que conseguí, con apoyo de mis compañeros, en representación de una universidad que no tenía hasta entonces una gran visibilidad dentro del mundo del debate y la oratoria; una de las barreras que, sin duda, limitan a grandísimos oradores universitarios: la falta de recurso por parte de las universidades públicas. En segundo lugar, porque llegó después de un año de mucho progreso, en el que ganamos dos torneos nacionales clasificatorios para la fase final de la Liga Española de Debate Universitario, mis compañeros y yo tomamos las riendas de la Asociación de Debate Retórica de la Universidad de Vigo -una de mis universidades- y que simbolizó la culminación de una etapa preciosa rodeado de personas muy valiosas. Y en tercer lugar, porque en la final me acompañaban personas a las que tengo mucho cariño, sin las cuales ganar no significaría lo mismo ni tendría el mismo valor. 

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P: ¿Qué es la oratoria y cómo la diferenciarías del arte de debatir?

R: Creo que la diferencia reside en el instrumento que se utiliza para persuadir a las personas. La oratoria implica la persuasión a través de la elocuencia y la retórica. El debate, por el contrario, supone la persuasión por medio de razonamientos profundos que nos convencen de una conclusión determinada. La oratoria, por tanto, es aquello que envuelve un discurso, la forma que le damos y cómo lo ejecutamos -los ejemplos, analogías, referencias emocionales, el tono de voz…-. Y también es cómo orientamos el discurso en función de a quién nos dirigimos: priorizar un estilo más formal o informal, seleccionar unas palabras más coloquiales o menos coloquiales. Lo que es importante que quede claro es que no son herramientas excluyentes, son complementarias; ser retóricamente persuasivo es insuficiente si aquello que narramos no es convincente. De ahí establecemos la diferenciación entre forma y fondo a la hora de evaluar un discurso: qué se dice y cómo se dice.

"Un buen orador debe tener la capacidad de generar simpatía en aquellos que les escuchan"

P: ¿Qué tiene que tener un buen orador? ¿Reconocerías algún buen orador en la política actual?

R: En mi opinión, un buen orador debe tener la capacidad de generar simpatía en aquellos que les escuchan. Por encima de todo, un buen orador es una condición que depende de que los receptores de un mensaje conciban al orador como elocuente e interesante. Por supuesto, tener una retórica extraordinaria, un discurso con un contenido bien desarrollado o una argumentación profunda son virtudes que debe poseer un buen orador. Sin embargo, muchos grandes oradores poseen esas virtudes y, pese a ello, no brillan tanto como otros que, pese a ser menos brillantes en los anteriores elementos, logran simpatizar mucho con su público objetivo. Esa es sin duda una de las claves de la oratoria, una de las más básicas y, por eso mismo, de las más relevantes: adaptarse al público al que nos dirigimos y saber conectar con él.

En este sentido, creo que en la actualidad hay oradores que destacan con mucha diferencia por reunir todos los elementos anteriores: tanto esa simpatía diferencial cómo las virtudes necesarias de buen orador. Por ejemplo, Eduardo Madina es un orador que posee todas y cada una de ellas.

P: ¿Está ahora el diálogo más polarizado que hace unos años? ¿Crees que interesan más los discursos polarizados que los que son más sosegados o equilibrados?

R: Sin duda, el diálogo está más polarizado. Y esa polarización venenosa, que tira de uno y otro extremo ha abierto una herida en él. La razón por la cual el diálogo se encuentra así es muy concreta: la polarización sirve como herramienta para movilizar a los votantes. Los discursos gruesos, con palabras hirientes hacia al adversario, resultan más premiados política y electoralmente que los discursos moderados. La moderación es cada vez más escasa, incluso diría que se ataca al moderado. Esa necesidad de posicionarse a un extremo u otro, producto de la polarización discursiva de las élites políticas, ha hecho que el sosiego sea imposible de alcanzar. Las representaciones parlamentarias son buena prueba de cómo los discursos polarizados son más rentables, y, por ello, se practican con más frecuencia, desafortunadamente.

P: En las redes sociales vemos a diario ese tipo de discursos, encapsulados, alarmistas, muy llamativos... ¿Cómo se construyen? ¿Por qué nos enganchan tanto?

R: Se construyen desde el rechazo, que es la premisa de la polarización: rechazar, dividir, odiar. Identificar patrones que nos diferencien de otros, crear narrativas contrapuestas entre buenos y malos o dividir a quienes se parecen a nosotros de aquellos que no, son algunas de las formas a través de las cuáles se construyen esos discursos. Y, ¿por qué enganchan tanto? Porque apelan a nuestra identidad, en su sentido más amplio. De ahí que resulte tan difícil hacer frente individualmente a esos discursos. Por ello, es necesario hacer un ejercicio constante de cuestionamiento de los mismos. Pensar de forma crítica, incluso si eso implica poner en duda nuestros sesgos -esa realidad preconcebida que todos tenemos asimilada- es la única forma real de combatir ese tipo de mensajes.

"En muchas circunstancias, quien piensa diferente a nosotros tiene parte de razón"

P: ¿Cómo podemos distinguir que estamos ante un discurso polarizado?

R: Por las palabras que envuelven el mensaje. Un discurso polarizado posee una naturaleza incendiaria. Señala y divide. Un discurso polarizado siempre divide.

P: ¿Cuáles son las claves de un buen debate? ¿Qué falta en los debates de políticos o tertulianos de la actualidad? 

R: Hay muchas claves para tener un buen debate: buenos argumentos, buenas evidencias empíricas de algo, buena capacidad de síntesis… Pero lo más importante, o dicho de otra forma, lo que más falta, es escuchar. Escuchar y ceder. Porque un debate no es una contraposición absolutamente antagónica de ideas. En muchas circunstancias, quien piensa diferente a nosotros tiene parte de razón, y eso no es malo, al contrario, eso quiere decir que estamos en desacuerdo en menos aspectos de los que pensamos. Sin embargo, ese ejercicio de escucha activa, de reconocer algo a quien piensa distinto, y debatir sólo sobre aquello que realmente se discrepa, es una tarea que no se aprecia habitualmente entre nuestros tertulianos. Y es lo que contribuye a que los debates en nuestro país sean de peor calidad.

P: Sin duda, tu libro, 'El diálogo herido', nos lleva a la política o a aquellas personas que tienen poder de difusión. ¿Qué es aquello que destaca un buen discurso? ¿Siempre se busca convencer?

R: Para mí, que me encanta el debate, lo que más destaca es la forma de argumentar. Un discurso que es capaz de argumentar una idea que nos hace dudar de nuestras propias creencias es extraordinario. Sin embargo, los discursos que normalmente se pronuncian por nuestros representantes políticos o personas mediáticas no suelen buscar convencer argumentalmente, al contrario, buscan generar miedos, recurrir a generalizaciones y a otro tipo de falacias que son formas menos honestas pero más eficaces de convencer. Y son formas de convencer que normalmente se emplean cuando la gente tiene incertidumbre y preocupaciones: son discursos que se aprovechan de la debilidad humana. Son discursos que no merecen ser premiados ni elogiados.

P: ¿Por qué los discursos de hoy no convencen? ¿Qué falta?

R: Faltan dos elementos. El primero, ser honesto intelectualmente, es decir, ceder. Un discurso no puede consistir en una sucesión de respuestas falaces; hay que ceder. Es importante reconocer que aquel que piensa diferente a nosotros, en ocasiones, tiene razón, al menos parte de ella. El segundo elemento, naturalidad. Es decir, que esa honestidad se perciba como tal, y no parezca una honestidad ensayada y teatralizada.

P: También le dedicas un capítulo en el libro a las 'fake news' que al fin y al cabo son desinformación. Los que nos dedicamos a la información podemos, mejor o peor, detectar la información falsa, pero no es lo mismo con la gente que no tiene estas herramientas. ¿Cómo se pueden detectar las noticias falsas?

R: Hay aplicaciones basadas en inteligencia artificial que sirven para detectar cuando una noticia es sospechosa. El problema es que asumimos que las noticias falsas son sólo aquellas que son manifiestamente mentiras. Ese tipo de noticias son más fácilmente contrastables, ya no sólo a través de inteligencia artificial, sino buscando en internet si de verdad un acontecimiento ha sucedido o no, o si ha ocurrido cómo leemos en redes sociales. Sin embargo, hay otra serie de noticias que no siendo falsas, son tendenciosas o buscan manipular. Esas noticias, que se alimentan de nuestros sesgos, requieren de un análisis crítico desde un punto de vista individual: cuestionar la redacción de algo, la intencionalidad que hay detrás de un titular… Esas noticias requieren fomentar el pensamiento crítico, por eso considero y defiendo que el debate es tan necesario para la gente de a pie. Para cuestionar de forma crítica cualquier información que nos encontramos y leemos en internet.

P: ¿Cómo podemos vencer el miedo a hablar en público? ¿Todo es cuestión de práctica?

R: Completamente. Debatir o hablar en público, como siempre explica uno de mis formadores, Abel Recio, es cómo aprender a conducir. Primero, estás preocupado por el volante. Más tarde, por los intermitentes y los pedales. Hasta que no conseguimos dominar al mismo tiempo tanto el volante como los intermitentes y los pedales, no es suficiente para estar seguro de nosotros mismos. Debatir y hablar en público es un poco lo mismo: dominar el escenario, diseñar el discurso, aprenderlo bien, ejecutarlo de forma correcta… Eso sólo se consigue practicando. A todo ello podemos sumarle elementos cómo el carisma, la capacidad de conectar emocionalmente con la gente… Pero por encima de todo, la práctica es esencial.