Testimonios

Luisongo, el batería granadino sin pierna, sin audición y con mucho ritmo: "Querer es poder"

Luisongo al frente de su inseparable batería
Luisongo al frente de su inseparable batería. Redacción Andalucía
  • Con 42 años, una pierna amputada y un 75% de audición perdida, Luisongo ha convertido la música en su forma de superar las barreras que la vida le ha impuesto

  • Hoy es batería profesional, presidente del sindicato andaluz de músicos y ejemplo de resiliencia para quienes creen que la discapacidad define los límites

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GranadaCuando Luis Landa, al que todos conocen como "Luisongo", habla, lo hace sin dramatismo y hasta con sorna. "Soy baterista, músico y percusionista, y aparte soy cojo y sordo", ha dicho con humor muchas veces. Lo cuenta sin victimismo, sin miedo, como quien resume una biografía marcada por la lucha y el talento, pero también por una certeza que hoy guía su vida: "querer es poder".

Luisongo tiene 42 años, es granadino y ha recorrido un camino que muy pocos habrían resistido. "Con 13 años me detectaron un tumor de hueso en la cabeza de la tibia izquierda", recuerda. Esa frase fue el principio de un proceso largo y brutal. Un ingreso hospitalario durante año y medio, más de quince operaciones, quimioterapia y tres años de antibióticos. Como consecuencia de todo esto, llegó a sufrir una infección ósea que "fue casi más complicada que el cáncer".

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Finalmente, tras el dolor, la incertidumbre y un cuerpo agotado, fue él quien tomó la decisión más complicada: "cuando pasaron dieciséis operaciones le dije al médico que me cortara la pierna, que me la envolviera para regalo y que hasta luego, Lucas". Y no lo recuerda como una tragedia, sino como un punto de liberación.

Pero la historia no terminó ahí. La medicación prolongada le arrebató otro pilar esencial para su futuro como músico: "Perdí el 75% de la audición". Y sonríe antes de añadir: "así que estoy más sordo que cojo".

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La música siempre fue la mejor de sus terapias

Su conexión con la música viene de lejos. No precisamente de una familia de músicos, porque no los había, pero sí de una llamada interna. "Supe desde el principio que yo quería ser batería", afirma. De hecho, ya de niño, fabricaba sus propias baterías con latas de pintura, cartones y cualquier cosa que vibrara. Recuerda su primer flechazo, que fue en casa de un amigo de su padre, donde por primera vez vio una batería real, y ese, asegura, "es el mejor recuerdo de mi infancia que tengo".

Luego pasó el tiempo y su vida empezó a complicarse (demasiado pronto). Siempre cuenta que durante su larga estancia hospitalaria supo encontrar refugio en la música. Allí pasó horas escuchando a Queen, Extremoduro o Metallica, aprendiendo canciones con la guitarra y convirtiendo las habitaciones de oncología pediátrica en salas de conciertos improvisadas. "Los voluntarios se peleaban por venir a verme", dice riéndose. "Acababan las rondas con los demás niños y se venían todos conmigo y, a veces, había hasta 16 personas cantando alrededor de mi cama".

"He aprendido a escuchar de otra forma"

No era solo un entretenimiento o un despeje de realidad. Luisongo acabó estudiando música y se llegó a graduar en el Conservatorio Superior de Sevilla. Una carrera que no fue fácil, dadas las circunstancias, pero que siempre supo afrontar con ganas y sin complejos: "aquellos años asistía a todos los seminarios de grandes bateristas", y allí llenaba sus cuadernos de apuntes, para luego practicar hasta convertir la dificultad en técnica.

"Yo he aprendido a escuchar de otra forma", explica. Para él, la vibración de la baqueta es el sonido y la mirada y el movimiento corporal del resto de músicos es el lenguaje. "Los músicos cuando están tocando también bailan, yo, por ejemplo, veo cuándo crean tensión y entonces yo también la creo".

La forma de reproducir la música también difiere, porque tocar la batería con una sola pierna ha sido otro desafío. Pero la solución ha sido tan simple como brillante: "convertí mi muleta habitual en un bastón que llegara al pedal". Porque según él, "solo tienes que pensar cómo solucionarlo y trabajarlo muchísimo".

Una escuela para músicos con habilidades especiales

Hoy se dedica al cien por cien a la música. Actualmente, además, preside el Sindicato Andaluz de Músicos y la Asociación Española de Artistas con Discapacidad. Todo sin bajarse del escenario, porque la mayor parte del tiempo lo pasa ensayando y actuando con la banda "MI hermano y yo".

Ahora tiene un nuevo sueño, un nuevo reto, una nueva ilusión. Le gustaría poner en marcha una escuela para músicos con habilidades especiales (le gusta llamarlo así). Así que él, a pesar de nuevos obstáculos (un tumor renal, apnea del sueño y un sistema académico no adaptado), no ha dejado de avanzar.

Ahora lucha para acceder al máster de profesorado de la Universidad de Sevilla. "Me piden un B1 de inglés, pero no existen pruebas adaptadas", denuncia. "Me dicen que tengo que aprender a leer los labios en inglés. Para mí es imposible", lamenta, aunque sin intención de rendirse.

Luisongo no quiere compasión, sino justicia y accesibilidad. "La discapacidad existe, pero no es lo que la gente piensa", añade. "Para mí la discapacidad es el racismo o el machismo. Lo otro son barreras que nos ponemos nosotros mismos cuando nos decimos que no podemos". Y él, toda su vida, ha demostrado lo contrario.