Testimonios

Carlos Cuadrado, la joven promesa del tenis que tuvo que empezar de cero: "Sentí que perdía un poco mi identidad"

Carlos Cuadrado
El entrevistado, en una foto cedida. PENGUIN RANDOM HOUSE
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Carlos Cuadrado (Barcelona, 1983) lo tuvo todo para ser una leyenda del tenis. Con 18 años, ganó Roland Garros junior, convirtiéndose así en una de las grandes promesas de la raqueta española. Pero las constantes lesiones frenaron su ascenso y lo dejaron a la deriva, arrancándole más que una carrera: su propósito en la vida. En busca de sentido, vendió todo lo que tenía, compró un velero y zarpó —sin apenas saber navegar— a dar la vuelta al mundo. Hoy, relata su historia en el libro ‘Un rival impredecible’ (Penguin Random House).

Carlos conoció el tenis de la mano de su padre. No fue una elección, fue casi una consecuencia natural. Su padre era entrenador en un club de tenis y él lo acompañaba los fines de semana. Mi padre me enseñó a jugar. Él fue mi mayor influencia. Me inculcó los valores del sacrificio, de entrenar duro, la disciplina”, cuenta Carlos en una entrevista con Informativos Telecinco.

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En esa frase están los cimientos de una carrera que tuvo un inicio brillante y un final precoz. Carlos fue creciendo entre entrenamientos, torneos contra tenistas profesionales, aún siendo él junior, y una rutina cada vez más exigente. “A los 14 años recibí una beca y entré en una academia de tenis, hasta el punto de que me dedicaba de lleno al tenis y compaginaba el deporte con los estudios”.

Portada de 'Un rival impredecible'
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Ese esfuerzo dio sus frutos. A los 18 años, cuando muchos jóvenes aún buscan su camino, él ya estaba dejando huella gracias a su talento y sacrificio. Su mayor logro llegó en París, cuando ganó Roland Garros júnior. “Entré en el cuadro principal porque ya estaba en el ranking ATP. Estaba en el puesto 550. Me tocó un cuadro difícil. En cuartos de final eliminé al número uno junior de la época. Eso me dio mucha confianza”, señala.

Sin embargo, la final fue casi un paseo. Ganó 6-1 y 6-0. Fue la victoria más corta y aplastante en la historia del torneo en esa categoría. “La final no fue el partido más difícil. Llegué con mucha confianza y pude ganar con soltura. Me sentí cómodo”, explica.

Pero tras la euforia, empezó el dolor. Un dolor físico que ya había comenzado durante el mismo torneo. “Jugando Roland Garros ya me dolía la rodilla y me tenía que poner hielo tres veces al día”. Un año después, en 2002, se sometió a su primera operación de rodilla. Luego llegaron las de cadera, una detrás de otra: en 2003, en 2005 y en 2007. “En aquella época la tecnología médica no estaba tan avanzada como ahora y las lesiones de cadera no eran tan habituales en gente tan joven”, dice.

La decisión más dolorosa: retirarse del tenis

Los años pasaban entre operaciones, recuperaciones y nuevos intentos por volver. Pero su cuerpo no respondía. Al final, se vio obligado a aceptar lo que había estado temiendo: tenía que dejar de competir. “Sentí la frustración de no saber hasta dónde podía haber llegado. Le había dedicado toda la vida al tenis. Y tras tantas operaciones, no había manera de que me recuperara del todo. Volvía a intentarlo y me operaban de nuevo”, cuenta con tristeza.

Sentí la frustración de no saber hasta dónde podía haber llegado

telecinco.es

Abandonar el deporte fue una especie de pérdida de identidad. Durante años, todo había girado en torno al tenis. Y de pronto, sus sueños y metas deportivas desaparecieron. “Cuando me retiré sentí que perdí un poco mi identidad y tuve un proceso largo de volver a encontrarme y encontrar un propósito en la vida”.

Ese propósito tardó en llegar. Al principio, decidió cambiar de rol y se convirtió en entrenador. Se fue a Australia, en parte para despejarse y descansar mentalmente, y también para buscar nuevos caminos. Allí entrenó a tres jugadoras del top ten y trabajó en la Federación Australiana de Tenis desde 2012 hasta 2017.

Sin embargo, al no llegar a sentir una satisfacción plena, una idea comenzó a emerger desde el fondo del mar y de sus recuerdos de la infancia. “La pasión por el mar me viene de niño, ya que me crie en la Costa Brava. Siempre he buceado y he estado en el mar. Íbamos en barca con mis padres. En Australia también había navegado un poco como hobby”, cuenta.

Así, en 2017 tomó una decisión radical. Vendió todo lo que tenía: coche, bicicleta, ropa... y compró un velero. Lo dejó todo atrás para dar la vuelta al mundo navegando en solitario. “Vendí todo lo que tenía en tierra. Solo me quedé con lo que cabía en el barco. Sabía que tenía que hacerlo y no sabía si iba a volver, si es que volvía”.

Los primeros seis meses navegó por las costas australianas, a modo de aprendizaje. “Había hecho algunos cursos, pero no tenía experiencia real en alta mar. Quería aprender rápido para poder cruzar océanos. Para ello, decidí dar la vuelta al mundo siguiendo los vientos alisios, de este a oeste, alrededor del ecuador”, relata.

Carlos llegó a pensar que no volvería a encontrar un propósito vital

Durante cuatro años y medio, vivió solo en el mar. Se enfrentó a tormentas, soledad, días interminables, noches sin dormir. Aprendió a sobrevivir con lo mínimo, de manera austera, adaptándose a las condiciones cambiantes del mar. “Pescaba mucho. Me suministraba de arroz, tomate, patatas, que duraban bastante. Y el océano está lleno de peces. Pescaba muchos atunes. Tuve mucha suerte”, comenta.

Los valores del tenis para sobrevivir en el mar

A pesar de estar alejado del mundo civilizado (salvo cuando llegaba a los puertos para coger suministros), la pandemia del covid también le afectó, ya que le obligó a quedar atrapado tres meses en la isla de Santa Elena, la isla donde fue exiliado Napoleón. Una metáfora perfecta para un hombre que se exilió del mundo para encontrar otra forma de vida. “Navegué hasta Santa Elena sin saber si me dejarían entrar debido a las restricciones por la pandemia. Todas las fronteras estaban cerradas. Me quedé en mi barco en la costa hasta que nos dejaron entrar”.

Sin embargo, el reto más grande de todo el viaje lo vivió en el Océano Índico. Un día, tras una fuerte tormenta, el piloto automático del velero se rompió y tuvo que navegar a mano durante días, hasta llegar a las Islas Seychelles. “Navegaba 12 horas al día, de sol a sol. Por la noche descansaba. Ahí me di cuenta de que los valores que había aprendido en el tenis me sirvieron mucho. La resistencia mental fue clave. Tuve la sensación de que me había estado preparando para ese momento toda la vida”, señala.

El mar, entonces, se convirtió en su nuevo oponente, en un rival impredecible. De todos, el Índico fue el más duro de todos: tormentas violentas, olas enormes, vientos imprevisibles. Incluso en los días buenos, el riesgo era constante. Por eso, después de aquella experiencia, cada vez que venía mal tiempo, desconectaba el piloto automático por precaución.

Sin embargo, la noche en la que más peligro vivió fue la última, cuando ya estaba llegando a Australia. “Esa noche me enfrenté a una tormenta eléctrica gigante y vientos que no me había enfrentado nunca, en ninguno de los cuatro años y medio. Llegué a temer por mi vida”.

Tras aquella última prueba, como si de una final de Wimbledon se tratase, llegó a tierra en 2021. Había cumplido su objetivo. “Cuando pisé tierra, y vi que había llegado al destino desde el que partí cuatro años y medio antes, sentí mucha paz. Creo que esa es la mejor definición. Tenía una perspectiva diferente de las cosas”, explica.

Nunca imaginó que un velero sería su nuevo hogar

Así, con la intención de reflejar su historia y cómo esta experiencia le había cambiado la vida, escribió ‘Un rival impredecible’, un libro cargado de aprendizajes. “Con este libro quiero inspirar a las nuevas generaciones de que si algo te apasiona y te ilusiona, tienes que llevarlo a cabo. Ese es el mensaje que quiero transmitir”, dice.

En el libro, figuras tan importantes del tenis como Pat Rafter y Rafa Nadal han escrito varias reseñas alabando su valentía y su determinación. “A Rafa lo conozco desde hace muchos años. Nos hemos visto muchas veces en el Open de Australia. A él le gusta la pesca y el mar. Se interesaba mucho y me hacía muchas preguntas sobre cómo pescaba en alta mar”, cuenta.

Hoy, sin embargo, con la nueva perspectiva que otorga dar la vuelta al mundo, Carlos ha vuelto a su primer amor: el tenis. Está de nuevo en la Federación Australiana, entrenando a jóvenes promesas. Entre ellas, destaca a Emerson Jones, una joven que es la actual número uno del mundo en categoría júnior. “Tengo mucha ilusión de guiarla a lo más alto y de que pueda explorar sus límites, algo que yo no tuve la oportunidad de hacer en el tenis”.

Carlos Cuadrado no solo dio la vuelta al mundo. Dio la vuelta a su vida. Y en ese trayecto, se encontró a sí mismo. Por fin ha vencido a su rival más impredecible. Y no es el mar, sino la vida. Aunque ahora una no se entienda sin la otra: “El mar siempre formará parte de mi vida”, concluye.