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Comprar productos de “marca blanca” o “marca propia” puede ahorrar dinero, pero no todos los precios reducidos son iguales. Para distinguir realmente entre todas estas alternativas, es clave saber mirar más allá del envase y entender su origen, control de calidad, exclusividad y objetivo comercial.

Las marcas blancas, conocidas también como marcas del distribuidor (MDD), son productos genéricos fabricados por terceros bajo demanda de la cadena, que los vende con una etiqueta propia. No incorporan diseño específico ni inversión en marketing o en innovación, lo que reduce costes y los sitúa a un precio inferior que las marcas tradicionales. 

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El peso de este tipo de productos ha aumentado sustancialmente en los últimos tiempos, hasta el punto de que en España suponen casi el 48,5% de las ventas de gran consumo, y en categorías como leche, conservas o limpieza superan el 70%. Su atractivo radica en la relación calidad-precio, sin renunciar a estándares dignos gracias a estar hechos por fabricantes consolidados que ahora abastecen a grandes distribuidores con mayores exigencias.

En contraposición, las marcas propias permiten a las cadenas diseñar productos exclusivos: seleccionan materiales, packaging, composición, e incluso a veces controlan también el proceso de elaboración. Aunque sale más caro que una marca blanca estándar, otorga ventajas competitivas únicas: exclusividad en el estante, potencial fidelización y margen de negocio superior. Además, la personalización facilita una mayor diferenciación y costes más nivelados para el fabricante, que produce en grandes volúmenes .

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Aunque ambos modelos sitúan el producto por debajo del precio de las primeras marcas de las estanterías, la clave está en saber qué se está comprando realmente:

  • Calidad y control: una marca propia suele ofrecer niveles superiores de calidad, mientras que las blancas genéricas pueden variar entre fabricantes y lotes.
  • Exclusividad: si ves un producto que solo encuentra en un distribuidor, es más probable que se trate de una marca propia; si está en múltiples cadenas con distinto etiquetado, es marca blanca tradicional.
  • Innovación y branding: las marcas propias permiten lanzamientos premium, diseños exclusivos o fórmulas novedosas; mientras que las blancas se basan en productos ya probados, sin riesgo de I+D en la mayoría de casos.

El auge de los distribuidores que invierten en marca, como sería el caso de Mercadona, Carrefour, Lidl o Aldi,ha normalizado la idea de que la marca propia puede ser tan buena o mejor que la de fabricante. Su estrategia combina fidelización con margen, claro indicador de que este es un modelo que ha llegado para quedarse más allá de su carácter económico original.

Para el consumidor, la decisión ya no debe girar solo en torno al precio, sino también en la funcionalidad del producto y su garantía. Si valoras calidad constante, innovación o diseño exclusivo, deberías elegir una marca propia frente a una blanca genérica. Y si lo que más importa es precio o consumo sin exigencias, la blanca estándar sigue siendo una opción lógica.

Es decir, que si solo buscas ahorrar, elige una marca blanca. Si quieres fiabilidad, atributos únicos y experiencia de marca, apuesta por una marca propia. En el ecosistema actual, saber entender cada tipo de producto no solo afecta a cuánto pagas, sino también a lo qué realmente estás comprando.