Juan Alba, desahuciado a los 81 años, vuelve a ver a sus hijos tres décadas después: "En el peor día de mi vida me pasó lo mejor"

Juan Alba en la peña que frecuenta con sus amigos. Redacción
  • Juan Alba, de 81 años, fue desahuciado en Córdoba tras una década pagando el alquiler de un local que no tenía permiso de habitabilidad

  • El mismo día en que se quedó sin casa, el destino le devolvió a su familia después de 35 años sin verse, así que pudo volver a abrazar a sus hijos y conocer a sus nietos

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CórdobaJuan Alba tiene 81 años, vive en Córdoba y hasta hace unos días creía tener su vida más o menos en orden. Cada mañana iba al gimnasio, luego a su peña a jugar al dominó con los amigos, y por las noches regresaba al pequeño local en el que llevaba viviendo desde 2014, en la calle Platero Sánchez de Luque. Pagaba 300 euros al mes por aquel espacio, modesto pero suficiente. Lo tenía limpio, ordenado, con su sofá cubierto por una funda "porque yo soy muy curioso y cuidadoso", explica.

Ese pequeño refugio, que él había convertido en hogar, resultó no tener los permisos de habitabilidad en regla. Era un local, no una vivienda. Y aunque Juan no lo supiera, esa irregularidad acabaría costándole la casa. Este 11 de noviembre, tras una década pagando su alquiler, fue desahuciado. El procedimiento se ejecutó a instancias de un fondo de inversión, tras una larga batalla judicial en la que él se vio atrapado como inquilino: "yo he sido el que ha sufrido las consecuencias", lamenta.

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Cuando lo llamamos, Juan interrumpe su partida de dominó. "El dominó lo tengo todos los días; hablar con usted, no", dice entre risas. Es un hombre afable, de voz firme, que no se recrea en la desgracia. Llama la atención al escucharle, que a pesar de lo que acaba de vivir, habla con serenidad y sin victimismo. "He dejado allí y un colchón que está casi sin estrenar. Allí tengo mis fotos de kárate, mis diplomas… y me acabo de dar cuenta de que también he dejado documentación que tendré que ir a recoger", cuenta.

Nunca ha dejado de pagar su alquiler

Juan ha vivido de forma sencilla, pero con dignidad. Cobra una pensión de 800 euros, con la que pagaba el alquiler y se organizaba sin lujos. "He vivido hasta hoy bien y tranquilo", asegura. "Voy al gimnasio todas las mañanas y luego me encuentro con mis amigos en la peña".

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Ahora, tras el desahucio, vive provisionalmente en casa de una amiga que lo ha acogido en una habitación. "Me ha adoptado una amiga, le voy a pagar los mismos 300 euros hasta que la Junta de Andalucía o el Ayuntamiento me ofrezcan algo mejor”, explica. “Rafael Cidres, que ha sido un ángel para mí, de la Asociación de Familias Necesitadas, me decía que no llorase porque no me dejaría en la calle, y aquí estoy ahora".

Una sorpresa que lo cambia todo

Pero en medio del desahucio, de las cajas y del desalojo, ocurrió algo que ni Juan ni nadie esperaba. "En el que iba a ser el peor día de mi vida, me pasó lo mejor que me ha pasado nunca", dice emocionado y sin reprimir las lágrimas. "Después de 35 años pude ver a mi hijo, a mi hija y a mis tres nietos, a los que ni conocía".

Durante más de tres décadas, Juan no tuvo contacto con su familia. "Por circunstancias de la vida nos separamos, y nunca volví a verlos", resume. Fue una de sus nietas la que, al verlo en una publicación en redes sociales, lo reconoció. "Me vio en eso del internet, me reconoció y vinieron a buscarme", relata.

Rafael, de la asociación, intervino en ese momento. "Ellos se acercaron a él primero para presentarse y evitar que me diera algo al corazón de tantas emociones juntas", explica. "Rafael me llevó a un bar a descansar y me preguntó si estaba bien", cuenta. Juan contestó que aunque estaba cansado y triste, no estaba del todo mal. Entonces le dijo: "¿Los conoces?" a lo que contestó que no, "y fue cuando me dijo que esos de ahí eran mis hijos". Todavía siente en su piel el abrazo que le dieron.

Desde entonces no ha pegado ojo. "Esta noche ni he dormido", confiesa. Demasiadas vivencias para un corazón que ya ha visto de todo. Ahora una cosa le queda clara, que "vamos a intentar seguir sin mirar atrás y sin reproches", asegura. "Les he pedido perdón si algo hice mal".

Una generación de otra pasta

A sus 81 años, Juan pertenece a una generación que vivió la dureza de la posguerra, el trabajo desde niño y la vida sin descanso. "Con seis años ya trabajaba guardando vacas y llevando leche por las calles", recuerda, "no sabes el frío que he pasado". No tuvo la oportunidad de ir a la escuela, pero la vida se lo enseñó todo. "No sabía ni leer ni escribir, pero aprendí a cocinar y a eso me he dedicado toda la vida".

Ha trabajado en restaurantes, clubes y negocios propios, entre fogones, con el esfuerzo como única constante. "Todavía se me da bien y hago mis recetas", dice sonriente. "He trabajado sin horarios ni festivos, por unas cuantas pesetas de las de entonces. Puede que fuera analfabeto, pero me formó la vida".

Hoy, rodeado de sus amigos y de fichas de dominó, Juan quiere mirar hacia adelante. Tiene un techo, una amiga que lo acoge, una peña que lo arropa y, lo más importante, ha recuperado a su familia. "Ya no tengo casa, pero tengo algo mucho más grande", dice. "He vuelto a ver a mis hijos". Así que en el que debía haber sido el peor día de su vida, este abuelo ha encontrado una razón para empezar de nuevo.